Lun 17.08.2009

CONTRATAPA  › ARTE DE ULTIMAR

Alerta porcina

› Por Juan Sasturain

“A cada chancho le llega
su San Martín”
Refrán popular

No se le cayó ninguna neurona al cruzado Ricardo Rojas cuando al escribir la apologética biografía del Libertador en 1933 –hora de afirmaciones y énfasis nacionalistas y catolicismo combativo– la tituló El santo de la espada. Es muy reveladora la operación semántica, el cruce de sentidos que propone don Ricardo el bigotado, primer historiador sistemático de nuestra literatura y biógrafo clásicamente autorizado de nuestros próceres, con el manipulable San Martín: asimila más o menos conscientemente el apellido del soldado correntino y masón con el nombre del famoso santo de Tours, soldado de las legiones romanas de Juliano (después) El Apóstata, que en el siglo IV, de gira punitoria por la Galia, usó famosamente la espada para partir su capa púrpura y compartirla con un mendigo. Después se declaró soldado de Cristo –que no de Roma– y no paró hasta los consabidos altares.

Así, para todo el mundo occidental y cristiano, el ítem “San Martín” –prueben con Google/Wikipedia– tiene como primera, lógica y cronológica entrada al santo patrono de París, Hungría y otros destinos turísticos, que suele aparecer en las estampitas alcanzándole al pobre –desde el caballo imperial– su media capa. Como San Luis, rey de Francia, Martín llega a la santidad desde la espada o al menos con ella, y Rojas no encontró para nuestro esforzado José Francisco –con sable corvo, caballo blanco e inestable y capote andino– mejor recurso descriptivo y conceptual que asociar, como en el caso del santo varón medieval que orientó San Hilario, espada y santidad. Hasta no hace mucho, penosos criminales de uniforme y comunión frecuente aprovecharon el equívoco legado para enmascarar su vileza en la tradición sanmartiniana. Santo o no, el prócer era de otra madera que esos vendepatrias.

Al respecto, no sé por qué se me cruzó, con motivo de cumplirse hoy el aniversario de la muerte del Libertador, imaginar que el refrán popular que pone a San Martín como ominoso destino final de los chanchos se refería al nuestro. Acaso sea por la calificación porcina acuñada por Bartolomé Hidalgo, el oriental cantor gauchesco de la Revolución, para referirse a los enemigos españoles durante el sitio de Montevideo en el hermoso Cielito de 1813: “Los chanchos que Vigodet / ha encerrado en su chiquero / marchan al son de una gaita / echando al hombro un fungeiro”, arranca Hidalgo, que se burla de los “gallegos” (ya los llama así) cercados por los patriotas bajo el mando del impresentable Carlos María de Alvear. En ese sentido es posible pensar que a los soberbios “chanchos realistas” les llegaría en algún momento –como les llegó, años después– la desgracia de toparse con San Martín, campeón e invicto.

Sin embargo, es bien sabido que el refrán tradicional no es criollo sino peninsular, y mucho más viejo que nuestras luchas por la Independencia. El San Martín que se menta es el santo de Tours y se entiende el dicho porque su fecha de celebración –el 11 de noviembre, pleno otoño en el Hemisferio Norte– era ocasión del carneo casi ritual de cerdos, a los que se preparaba alimentándolos con mimo y deferencia durante las semanas previas. Metafóricamente, el refrán les avisa a los mimados por la fortuna o el regalo que la buena suele cortarse abruptamente y que hay un cuchillo afilado a plazo fijo que los espera.

Por todo lo cual me parece una buena fecha ésta, la del Libertador, para declarar el alerta porcina para tanto chancho burgués –seamos clásicos a la hora de calificar– que se ha estado hartando sin parar ni mirar al costado, alimentado a conciencia e inconciencia por quienes deberían haber repartido mejor. No está mal que de vez en cuando haya alarma en el chiquero y que cuando a éstos de hoy y a otros chanchos futuros les llegue su San Martín, el jamón del medio y los choripanes se distribuyan parejo.

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