Mié 09.09.2009

CONTRATAPA

Ofrendas

› Por J. M. Pasquini Durán

No tuvo una vida fácil y pasó penurias inenarrables. La desaparición de su hija menor, víctima del terrorismo de Estado, fue la más artera y cruel de las heridas. Empezó muy pronto a ganarse la vida y a creer en el socialismo que llegaría alguna vez. Aún hoy, con las redacciones pobladas de mujeres, la mayoría muy jóvenes, es difícil imaginarla en la cuadra de los cronistas, deseada por algunos encumbrados miembros de la bohemia intelectual porteña y por muchos guasos que maldecían a toda hora. Ella era única en ese –hasta entonces– reducto masculino donde los periodistas fumaban sin parar y se iban a dormir, por lo general de madrugada, empapados de alcohol. En medio de todos ellos, como un lirio en el pantano, se plantó aquella muchacha atractiva, corajuda, que tenía arrestos de librepensadora mezclados a veces con pudores heredados de su hogar judío, cinéfila de alma, cuando todavía no había postergado la intención de hacer películas, y lectora insaciable porque le habían dicho que se aprende a escribir leyendo mucho.

Fue la primera de su género en ingresar como redactora al diario Crónica y nunca más abandonó esta profesión, a la que amaba al mismo tiempo que renegaba de ella, sometida a subir y bajar el escalafón profesional de acuerdo al azar de la oportunidad. Le quedó tiempo a Mabel Itzcovich para tener un marido, con el que parió dos hijas y conservó relaciones después de la separación de la pareja. Tuvo otros amores, pero esos recuerdos le pertenecen. Cuando murió, el 29 de mayo de 2004, se fue sin saber cómo había sido el final de su hija menor, Laura Feldman, detenida-desaparecida el 18 de febrero de 1978, la peor de las pérdidas en el balance de su biografía personal. Durante más de veinte años intuyó posibles finales, pero ninguno confirmado. La única certeza era que la niña-mujer, por propia voluntad, había elegido un sendero áspero, hostil, hacia un horizonte de sueños parecidos de madre e hija, pero diferentes, donde algunos ofrendaban hasta la vida si era necesario.

La criminal voracidad del terrorismo de Estado se llevó a esa muchachita de 18 años y a su compañero, de 19, porque los verdugos consideraban que los sueños debían ser ejecutados sin piedad. Soñar con una revolución nacional y popular fue el mayor crimen de Laura, “Penny” de sobrenombre, y su amado. Los padres, Mabel y Simón, y la hermana mayor, Ana Nora, también pagaron la penitencia porque siguieron deambulando por muchos años entre las tinieblas de la búsqueda, en caminos de abusos, mezquindades, mentiras, falsas expectativas y también de ilusiones que renacían cada mañana a fuerza de amorosa esperanza. Ana Nora Feldman, a la que el destino la salvó de la muerte, tuvo que seguir el peregrinaje del íntimo tormento. ¿Por qué ella y no yo? ¿La dejaron a su suerte? ¿Hicieron lo posible? ¿Por qué no la detuvimos? ¿Acaso quisimos, podíamos, lo hubiera aceptado? Ojalá que la terrible certeza de la muerte sirva para disipar esas brumas de rabia, de impotencia y de absurdas preguntas sin respuestas.

Ana y Penny heredaron belleza y coraje de mamá y algo de papá Simón, pero Laura se llevó un buen trozo de vida de todos, para regresar recién en abril de este año, treinta y un años después del secuestro, gracias a que el Equipo de Antropología Forense localizó sus restos, sepultados como N. N., en un cementerio bonaerense. Aunque parezca una herejía, ahora que hay constancia cierta de su asesinato, es para agradecer a su fortaleza que permaneció sólo un mes en el tormento de su prisión, hasta que la fusilaron el 14 de marzo. Pobre mujer-niña, las sinrazones de su muerte acusan a los verdugos, entre ellos los ocho represores de la prisión clandestina Vesubio que serán juzgados a partir del próximo 15 de diciembre. El recuerdo de la militancia de Penny pertenece a quienes la quisieron y su final, entre muchos otros, volverá a reaparecer algún día, cuando sus camaradas sobrevivientes o futuros historiadores decidan repasar aquellos años con el cerebro y el corazón abiertos.

Laura/Penny enfrentó una máquina de matar con la ingenuidad de su amor amante, la resolución de mejorar el mundo y una mínima preparación para la jornada partisana. Con tales elementos debería bastar para honrar la vida, no para apresurar la muerte. Dado que no pudo ser así, y ya que todavía es tiempo en nombre del merecimiento debido, será honrada por cuantos quieran llegar hasta el secundario Carlos Pellegrini, del que fue alumna, mañana, jueves 10 de septiembre, de 12 a 19, y por todos aquellos que ese día le dediquen un pensamiento, una ofrenda sentimental. Una o un millón de lágrimas no alcanzarán jamás a lavar las profundas heridas de la pérdida, y si queda algún consuelo es pensar que se paró frente a las bocas de los fusiles con la dignidad erguida por la seguridad en el triunfo final del amor y de los sueños. Que así sea.

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