› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO La semana pasada Barcelona –y España toda– amaneció cubierta por afiches que mostraban a una mujer de belleza serena envuelta en una túnica de corte clásico. ¿Sería una nueva Chica Zapatero puesta al frente de un Ministerio de Asuntos Antiguos o algo así? ¿O tal vez se trataba de la célebre Niña de Rajoy que había crecido y acababa de regresar de un romántico crucero por el Nilo? Pues no: la mujer no era otra que Hypatia de Alejandría con el rostro de Rachel Weiz, personaje y actriz, ambas, de la recién estrenada Agora de Alejandro Amenábar.
DOS El director de cine español nacido en Chile Alejandro Amenábar no necesita, me parece, ninguna presentación. Amenábar compone –junto con Almodóvar; y recién ahora reparo en lo graciosos que suenan, juntos pero separados, sus dos apellidos– la faceta más exitosa e internacional del celuloide ibérico. Uno y otro ganaron todos los premios posibles –que van del Goya que debería llamarse Buñuel, supongo, al Oscar que debería rebautizarse como Orson, creo– con películas muy diferentes. Las de Almodóvar son personales. Las de Amenábar son personificantes. El cine de Almodóvar es autorreferencial (aun cuando cita a segundos y terceros) porque lo hace, siempre, a partir del modo en que él los ve mientras no puede dejar de mirarse al espejo. Y el de Amenábar es un cine enciclopedista (porque aspira a presentarse como un compendio y destilado de todo saber anterior encarnado ahora en su obra y no en su vida) mientras canta en la ducha “¿Qué se puede hacer salvo hacer películas?”. De este modo, otro y uno componen –equilibradamente– las dos caras de una misma moneda. Y tal vez por eso –porque se saben unidos a pesar suyo– corre la leyenda urbana de que se detestan con discreción y elegancia. Felicitaciones a los dos por triunfar en el difícil oficio de hacer la suya, la de ellos.
TRES Pero hablábamos de Agora. Ya se dijo, la existencia y dichos y martirio de la gran Hypatia –según la versión que se elija entre los muchos ensayos meditados y novelas escritas a toda velocidad para coincidir con el estreno del film– astrónoma promiscua o filósofa virgen, hermosa bibliotecaria o museóloga sin atractivo. Pero, siempre, faro-tótem feminista y tema de uno de los primeros episodios de la serie Cosmos de Carl Sagan (donde la “conoció” Amenábar) brillando en la Alejandría ya decadente del siglo IV. 126 minutos de espectacularidad reconstructivista (es la película más cara en la historia del reino) y densos diálogos. Y lo cierto es que a mí me gustó por el mismo motivo que no les gustó a muchos este raro híbrido: se sabe de qué trata Agora, pero no se sabe muy bien qué es. Y me la pasé muy bien más allá de que –piense lo que piense su responsable– el modelo a emular fuera Spartacus pero el resultado obtenido sea más bien Gladiator. Ese oficio absoluto como marca de identidad dejando por el camino ciertos rasgos personales que pueden llegar a complicar la ecuación. Una frialdad que no es la de un Kubrick jugando al ajedrez sino la de un Scott ante un videogame. Aun así no está nada mal. Cada cual hace lo que quiere y pocas personas hacen más y mejor lo que quieren que Amenábar, pienso.
CUATRO Dicho esto, aclararé que me entusiasmó ese Hitchcock para jóvenes que es Tesis, me divirtió el pastiche de Philip K. Dick en Madrid de Abre los ojos, admiré y sigo admirando la precisión fantasmal de Los otros, y no pude soportar la enfermedad como epifanía de Mar adentro con su inválido volador. Es decir, no tengo problemas con Amenábar. Quien sí los tiene, y muchos, es el crítico y ensayista Jordi “Mostrenco” Costa, quien –con dibujos del argentino Darío Adanti, alguna vez colaborador de Radar y que aquí se presenta y representa como un tal Che-Qué-Loco– acaba de publicar el cómic-diatriba-denuncia Mis problemas con Amenábar. Cuarenta y ocho páginas de furia, bilis derramada, incorrección política à la Larry David y advertencia desesperada a masas obnubiladas y abducidas –como en Invasion of the Body Snatchers– por un Amenábar que, según Costa, no es otra cosa que “un conjunto vacío que cualquiera puede rellenar como desee” ¡¡¡Amenábar ha sido el 11-S del arte!!!. Pocas veces me he reído tanto, aunque Costa –quien evoca aquí humillaciones sufridas junto al director, a quien considera enemigo personal y al que le dedica teorías paranoico-conspirativas en las que Amenábar muta de Pijo PP a Gay PSOE– se tome todo esto muy en serio y explique que “Amenábar es una creación colectiva orientada a impulsar y mantener un determinado status quo”. Costa tampoco le perdona a su némesis que haya vaciado la Gran Vía para filmar aquella famosa escena atentando contra sus derechos de peatón madrileño. Y, sí, todo esto viene envuelto en el talento sin par de Adanti; configurando una nueva entrega de estos dos artistas con los que yo no sólo no tengo ningún problema sino que, además, viví como placer y privilegio el que me convocaran para prologar su ya clásico Vida Mostrenca (2002) en el que no estoy del todo seguro si ya aparecía Amenábar. Se los preguntaré esta misma tarde de martes –si andan cerca están invitados– en la presentación de Mis problemas con Amenábar, a las 19, en la FNAC del Triangle, Barcelona, España, Planeta Mostrenco.
CINCO ¿Será Obama –según los parámetros de Costa– un presidente Amenábar al que todos quieren más por proyección propia que por acción suya? ¿Un actor perfecto en el rol de Primer Mandatario de la todavía Primera Potencia del Primer Mundo? ¿Acabará como la luminosa o iluminada Hypatia –quien tuvo muchos problemas con su oscurantista entorno– apaleado y desollado vivo y sus restos quemados por fanáticos que creían en otras cosas?
El que “los malos de la película” sean cristianos fanatizados le ha significado a Amenábar problemas para la distribución internacional de Agora y condena de la Conferencia Episcopal nacional. Para peor, el film no se ha vendido aún a EE.UU. ni en Cannes ni en Toronto. Pero a no preocuparse: según Costa, el realizador realizadísimo siempre termina ganando la partida, nada le sale mal, y seguirá siendo, para amigos y desconocidos, “un genio irrefutable que, además, es un muy buen chico”.
El comic de Costa & Adanti termina con el estallido de una tormenta y el sufrido dúo corriendo a buscar refugio en un cine donde pasan, sí, por supuesto, Agora.
La película de Obama recién ha empezado a filmarse, pero –misterio, milagro– ya se ha ganado el Premio Nobel de la Paz, el Oscar al Mejor Director de un país en guerra. Y ya son muchos los que –con problemas con este presidente– afirman que, en todo caso, por ahora, se merecería ese que se da a los Mejores Efectos Especiales.
Desde esta butaca, espectador expectante, van mis deseos para que todos –problematizados y problemáticos– terminen bien la película de sus días.
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