CONTRATAPA
Argentina peronista y radical
› Por Osvaldo Bayer
Hay viejos observadores que han vivido esta Argentina desde aquella década infame de 1930, y que opinaron siempre que el peronismo iba a terminar así, y que el radicalismo iba a terminar así. El peronismo aquel de “Los únicos privilegiados son los niños” hoy con los pibes tucumanos muertos de hambre y los abuelos andinos muertos de inanición. Y con policías de cara cubierta entrando a palos y patadas en la fábrica Brukman donde las mujeres obreras dan un alto ejemplo de lo que es trabajo, solidaridad y responsabilidad. Todo esto se vio venir cuando Perón prefirió a López Rega y no a John W. Cooke o a Jauretche, y las Tres A comenzaron a asesinar intelectuales que reclamaban una Nación Libre, Justa y Soberana y cuando a la juventud “imberbe” la echó de la plaza en vez de rodearla en el abrazo y lograr con ella el consenso del logro de una verdadera república latinoamericana. Claro, porque aquello de Evita de regalar pelotas y camisetas de fútbol estaba bien pero no alcanzaba para organizar definitivamente la sociedad argentina, ni el aprobar leyes obreras que, después, el sistema se encargaba de rebajarlas de contenido y valor. Tampoco el peronismo se esforzó en imponerle ética a la CGT que se convirtió en esto tan desolador y repugnante: la CGT de los gordos. Evita se convirtió en Chiche; las pelotas de fútbol y las camisetas, en los infames planes Trabajar. Y los argentinos en limosneros. Las provincias en vez de ganar soberanía y fuerza de opinión, se trasformaron en reductos de jeques a lo Juárez, la triste figura de Santiago del Estero. Y la Casa Rosada en la Catania argentina, con los capomafias jugando a las cartas si vuelve o no vuelve el mercenario que vendió todo, hasta armas a un país hermano para que luchara contra otro país hermano. Negocios son negocios y el Banco Central pasó a domiciliarse en Suiza. Perón, el militar, perdió todas las batallas porque no fue capaz de domesticar para siempre el ejército. Nueve años de gobierno (aquellos del ‘46 al ‘55) para enseñarle lo que deben ser las Fuerzas Armadas dentro de la Constitución. En cambio se le levantaron grupitos de oficiales que lo corrieron hasta una cañonera paraguaya. Y la gente crédula y confiada quedó a disposición de los bombardeadores de la Plaza de Mayo y de los fusiladores de junio del ‘56. Y la Iglesia a los tirones, como siempre, de aquí para allá, y monseñor De Andrea, aquel que en el ‘19 había sido fundador de la Liga Patriótica Argentina que asesinó a sangre fría a los obreros de la Semana Trágica, se convertía en ese 1955 en el obispo de la Casa Rosada de los golpistas.
Y los radicales observando todo con calma y codicia para colarse en el poder, detrás o delante de los uniformes. Ese Mor Roig balbinista ministro del Interior de Lanusse, o tal vez peor, esa aceptación de la prohibición del peronismo para hacerse elegir presidentes. El radicalismo, después de las grandes masacres obreras de los años veinte, volvió a demostrar su afición a las Fuerzas Armadas con el advenimiento de los golpistas de la denominada Revolución Libertadora, para después dar funcionarios a la dictadura de la desaparición de personas de Videla. Y los sueños de la Segunda República, con un gobierno de una sociedad democrática de base terminarán para siempre con el voto de Alfonsín por las humillantes leyes de Obediencia Debida y Punto Final.
Y ahora esto, este país gobernado por un peronista surgido por el contubernio de Duhalde-Alfonsín, que escribieron otro capítulo vergonzante después del Pacto de Olivos, donde el radicalismo le entregó el salvoconducto a Menem para que siguiera con su programa de destrucción total.
Nuestro presente: la indecisión, la amargura, el dolor y la muerte por inanición, los palos de la policía corrupta y un miembro de la constelación de los desaparecedores como cabeza del Ejército.
Ejemplo de este presente: en mi barrio de Belgrano, el domingo pasado, acaba de ocurrir un hecho que, en pequeño, demuestra el régimen deinjusticia y de irracionalidad al que estamos sometidos. La asamblea popular del barrio de Belgrano-Núñez, preparó para ese domingo una fiesta barrial en la Escuela Normal 10, edificio donde realiza gran parte de sus actividades. Pues bien, a las 5 de la mañana: gran asalto policial a ese edificio, impresionante el operativo en el que procedieron a poner unas sofisticadas barreras que impedían toda entrada el edificio. Parecían las defensas francesas de Verdun contra un posible ataque de la Wehrmacht alemana. Los policías argentinos ponían rostros de bravos combatientes que esperan al enemigo. Cuando llegaron los primeros miembros de la asamblea se enteraron que la entrada al edificio estaba prohibida. Justo el día de la fiesta. El subcomisario mandante fue inapelable: se hace por orden de la fiscal de turno, y se acabó. Entré a conversar con él y le señalé que estaba cometiendo una absoluta injusticia: prohibir llevar a cabo una fiesta popular de payasos, bailarines y músicos a un barrio pacífico era una torpeza y una burrada. Me respondió con el “obedezco órdenes”, lo corregí y le dije: “No, por obediencia debida”. Le hice notar que por qué no informaba a sus mandantes que la parte que usaban los asambleístas estaba absolutamente limpia, más embellecida por el trabajo y el arte de los vecinos; en cambio la casa que es monumento histórico bajo la custodia del poder estatal estaba absolutamente sucia, semidestruida, sin vidrios y ya sin los postigos de madera en las ventanas. Esa es la realidad, pero usted castiga a los limpios y a los solidarios. Me miró de reojo y se encerró en su mutismo de obediencia debida, el mismo gesto que los guardianes de Auschwitz ponían después de fusilar niños. Sí, el mismo gesto. Obediente debido.
A la fiesta, los vecinos la hicieron igual: llenaron la calle con payasos, murgas, bailarines de tango, folkloristas y con oradores que nos hablaron de hacer la democracia de abajo para derrotar definitivamente a los partidos que nos dejaron así después de 86 años de democracia. Hubo emoción, porque sabíamos que todo era legítimo, de la gente para la gente, humano, sin que nadie nos viniera a pedir el voto o nos ofreciera un plan Jefe de Hogar. Una docena de policías nos miraba con rostro torvo, “dispuesta a intervenir”.
El país está así porque nuestros políticos y nuestros jueces son obedientes debidos. Y nosotros votamos a los dos partidos que nos llevaron a este estado y al dominio de dictaduras militares sin mostrarles resistencia.