› Por Juan Gelman
El lector sin duda recuerda la definición que el general Dwight Eisenhower aplicó al conjunto de industrias que engrosan con la producción de armamentos: lo llamó el complejo militar-industrial. Desde los atentados del 11/9 hizo su aparición y crece velozmente otro: el de las agencias oficiales y privadas que se dedican al espionaje interior. Su tarea consistiría en detectar los intentos de terrorismo en EE.UU. Una investigación de los periodistas Diana Priest y William M. Arkin revela que el número de estos organismos asciende por lo menos a 1271 del gobierno y 1931 compañías particulares y el de su personal, a 854.000 agentes que trabajan en programas establecidos en unos diez mil puntos del país. La investigación duró dos años y se publicó por entregas en The Washington Post (//projects.washingtonpost.com).
El anuncio de la serie despertó cierto pánico en el Pentágono y la Casa Blanca. La oficina del director de Inteligencia nacional emitió un memo interno: “Se recuerda a los empleados que no deben confirmar ni negar la información aparecida en este medio o en cualquier otro. También deben recordar que si periodistas o personas no autorizadas los contactan para averiguar sobre su trabajo, deben informar del hecho al funcionario de seguridad que corresponda” (ww w.wired.com, 16710). Secretos son secretos.
Este enorme aparato de espionaje requiere alojamiento. Desde el 11/9 se han construido y/o se construyen 33 sedes en Washington y sus alrededores. A unos siete kilómetros al sudeste de la Casa Blanca se erigirá la que el Departamento de Seguridad Interior compartirá con el cuerpo de guardacostas. El DSI, con sólo siete años de existencia, posee sus propios programas, su propia flotilla de vehículos blindados y un personal de 230.000 empleados. Pero los problemas no escasean.
La Oficina de Seguridad Nacional intercepta y almacena cada día 1700 millones de emails, llamados telefónicos y otros tipos de comunicación captados mediante distintos equipos electrónicos. La repetición de los datos es inevitable y, sobre todo, ¿quién o quiénes podrían analizarlos y evaluarlos a tiempo? No el teniente general (R) John R. Vines, que alguna vez comandó 145.000 efectivos en Irak y a quien se le encargó el año pasado que revisara los métodos de detección del Ministerio de Defensa: “No conozco ningún organismo con la autoridad y la responsabilidad de coordinar todas estas actividades entre servicios y comerciales, o algún proceso en marcha con ese fin –declaró–. La complejidad de este sistema impide describirlo.” La conclusión del general: “No podemos determinar con certeza si nos procura más seguridad”.
Eficaz o no, el volumen de negocios creado por la labor de seguridad aumenta a pasos agigantados. “El 20 por ciento de las organizaciones del gobierno que se dedican a enfrentar la amenaza terrorista se establecieron o remodelaron como consecuencia del 11/9 –señala la investigación de The Washington Post–. Muchas que existían antes de los ataques se desarrollaron en proporciones históricas en razón de que el Congreso y el gobierno Bush les otorgaron más dinero del que eran capaces de gastar con responsabilidad.” En efecto: el presupuesto de las actividades de Inteligencia que se anunció públicamente el año pasado asciende a 75 mil millones de dólares, 21 veces más que antes de los atentados del 11 de septiembre del 2001. Esta infusión de dinero multiplicó el número de organismos y de agentes.
Esta tendencia ya era clara en el sector privado. A mediados de la década, la inversión en aparatos y sistemas de seguridad superó las ganancias de una industrias tan sólida como el cine: 59 mil millones de dólares contra 40 mil respectivamente, según la oficina de investigación del Departamento de Seguridad Interior (//wyohomelandsecurity.sta te.wy.us, diciembre 2005). El punto de partida fueron los aeropuertos, pero hoy esta industria produce sistemas de detección de naturaleza química, biológica y radiológica, así como dispositivos de seguridad para fronteras, ferrocarriles, puertos y plantas nucleares.
Las principales beneficiarias de este boom son, desde luego, las grandes empresas como Lokheed Martin, Ericsson, Boeing o Raytheon. La megacompañía Accenture proporciona tecnologías de seguridad en todo el mundo, pero su mejor cliente es el Departamento de Seguridad Interior. En el 2005 declaró un ingreso neto de 15,5 miles de millones de dólares. Antes del 11/9 no tenía empleado alguno que se empeñara en temas de seguridad. Ahora su personal es de 20 ejecutivos y 600 trabajadores.
“Muchos organismos de Inteligencia y de seguridad hacen la misma tarea, originan redundancia y gasto”, señalan los periodistas del Post. Los analistas producen 50.000 informes cada año, imposibles de leer en una sola vida. El gran poeta inglés William Blake dijo que el camino el exceso conduce al Palacio de la Sabiduría. En materia de espionaje, a EE.UU. le sucede exactamente lo contrario.
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