Vie 10.01.2003

CONTRATAPA

Próspero 2003

Por Enrique Medina

Con su pelo color madera peinado por el viento, el cetrino Rogelio Chávez dobla la esquina. Visto desde lejos los policías dibujan un hombre erizado y grueso, de hombros atentos, de caminar preciso; insolente y peligroso según el comisario. Ya a distancia prudencial y para hacer juego, en el rostro se enfatizan los ojos lustrosos y altaneros con apariencia de estar preparados para saltar en el ataque o la defensa. Cerrada, la campera, en lugar de esconder enfatiza el formidable vigor del cuerpo configurado por un preciso orquestamiento de músculos y huesos. El comisario, sin tener noción de que analiza más allá de su uniforme, piensa que el discernimiento de los atributos y esencias primordiales es inicuamente adjudicado al engendrar; y que ese hombre alto debe estrechar fuerte la mano. Flotando en el aire deplorable, el fuego de las llantas impone límites y olores fermentados, cenicientos, mugrientos de grasa. Desde las ventanas abiertas de los civiles, mujeres, hombres y chicos asisten al espectáculo acomodados en sus palcos. Desde las ventanas cerradas del Congreso los políticos muestran los ojos detrás de los vidrios, cubriéndose con las cortinas.
A Rogelio Chávez Buenos Aires le encantó de entrada nomás. Huido o venido desde su provincia hambrienta tardó un tiempo en darse cuenta de que su situación no había cambiado, que era la misma pero con mucho más cemento. Como no tenía referencia de noches realmente gloriosas supo alegrarse con lo que vio: taxis a pedal de uno en fondo, negocios con gente comprando, parejas bien vestidas en abrazos sugerentes entrando a teatros, confiterías y restoranes con clientes, cines, cafés, miradas entre hombres y mujeres envueltos en cálida soledad; luces, transporte congestionado, semáforos, kioscos, disquerías con alto volumen, pizzas chorreando mozzarella, privilegiados de delantales blancos friendo empanadas que con sólo mirarlas saben a gloria, Obelisco, Avenida 9 de Julio, barrio Constitución, vendedores ambulantes, chicos arrebatadores, prostitución, desocupados en los bancos de la plaza discurriendo argumentos a favor y en contra de la razón pura y la razón práctica sin conocer a Kant, y pieza general para compartir con chaqueños, sanjuaninos, cordobeses, y un polaco extraterrestre que intenta dar la vuelta al mundo en bicicleta. Deslumbrado por la ciudad, Rogelio Chávez se permitió, pese al dolor moral profundo y a la zozobra que lo dominan, pasear por la calle Corrientes e imaginar románticas historias con mujeres que lo ignoraron olímpicamente y se escabulleron en casas con cocinas satisfechas y baños con ducha. Cuando la ráfaga de la armonía desafinó grave y feo y tuvo que dejar de fumar por falta de monedas y necesitó pedir para comer, escuchó los discursos de los que conocen con autoridad la situación en la que él está metido. Aunque las explicaciones que ha escuchado no lo han convencido, entiende que los que pasan las mismas penurias deben ayudarse. Por eso está en esta esquina adonde llegó para trabajar tal como le juró a la mujer y los hijos; por eso es que ahora, mirando desafiante al jefe de policía que también lo mira fijo, despliega la pancarta; por eso es que abre los brazos y los levanta sosteniendo en alto los listones que muestran el cartel con el reclamo exigente; por eso toma aire y, al tiempo que comienza a cantar da un paso y avanza.
La vida no está hecha para esto, o sí, si se piensa que, salvo el raciocinio, funcionamos como animales, y por lo tanto necesitados del control ecológico para el equilibrio. Equilibrio que la ciudad sustenta con la historia de sus habitantes y sus relaciones. Relaciones entre esas historias, sí. Sustento y referente, ¿cuáles?: el mismo decorado: La parada en la que se sube al mismo colectivo. El bar preferido, la mesa de ese bar. Un domingo de fútbol. El camión de televisión emitiendo en vivo y en directo. Las noticias en el diario habitual. El cine que conmovió. Los fotógrafos que están haciendo su trabajo. La maestra que perdura en el corazón. El público gritando insultos detrás del vallado. Los párrafos subrayados de un libro inolvidable. Las presiones de los superiores. El primer voto. Novia, mujer, hijos. Profesión. El primer muerto. Y la política, que es esto que el comisario trata de entender a su modo, al tiempo que un subalterno del escuadrón innecesariamente le avisa por lo bajo que el que encabeza la manifestación persiste y avanza. Y pensando que ese hombre alto, a quien nunca le estrechará la mano ni le deseará un próspero 2003, está de acuerdo en que cuando se elige un camino hay que andarlo sin excusas, el comisario grita la orden y el escuadrón, ya bastante salido de vaina, encauza las armas.

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