CONTRATAPA
A tu salud, Gitano
› Por Hugo Soriani
Bueno Gitano, ya se nos pasó el susto. Ya estás en tu casa y prometiste que te ibas a cuidar en las poquitas palabras que te arrancaron los periodistas en el patio del sanatorio, antes del alta médica. Estabas en bata, seguro que de seda roja, esta vez sin la copa de champagne en la mano, como también merecía la ocasión. Los médicos lo prohibieron, y como todavía estaban ahí, les hiciste caso, mientras nos guiñabas el ojo cómplice a todos los que estábamos del otro lado de la pantalla.
Nos hiciste esperar veinte días para sacar la botella que habíamos puesto en la heladera el día que te internaron, así que estaba bien fría cuando la descorchamos, mientras escuchábamos de nuevo los compases de la canción ganadora del Festival Buenos Aires de ya ni sé cuándo, porque prefiero no hacer la cuenta.
Quiero llenarme de ti, cantamos ese día todos los que estábamos seguros de tu salida triunfal del sanatorio. Porque un día decidiste que de rock ya nos habías enseñado demasiado, compusiste esa canción y te metiste en el bolsillo hasta a mi vieja, que de golpe te perdonó lo que no te entendía: tu ropa de cuero, tu pinta de rocker, tu escena furiosa con la que delirábamos los que empezamos a conocer a Elvis de tu mano.
Después llegaron los carnavales del ‘69, quizá los del ‘71, y te íbamos a ver a San Lorenzo, al viejo gasómetro de avenida La Plata, como diría la crónica deportiva. Nos juntábamos en la esquina de siempre, en Almagro, y de ahí salíamos las chicas y los chicos del barrio, nunca tan unidos en un ídolo.
Bailábamos rock cuando ellas dejaban de mirarte, te envidiábamos los pasos, la pelvis que nunca moveríamos como vos, y era tanta la admiración que ni celos te teníamos.
Total, luego vendrían tus temas lentos, y ellas soñaban con vos pero apretaban con nosotros, que les repetíamos las letras en el oído mientras apoyábamos todo los que nos dejaban.
En ese entonces aún eras grasa, y defenderte era una bandera. Teté Coustarot, y tantas como ella, fruncían la nariz al escuchar tu nombre. Al final, rendidas, también se entregaron a tu embrujo.
Después la vida nos empujó a otros caminos y ya no pudimos verte en vivo. Pero tus discos nos acompañaban a donde íbamos, y siempre pudimos robarle a alguna revista esas fotos inolvidables de fondo rojo, donde vos cruzabas los brazos y mirabas desafiante. Fotos tumberas, fotos de exilio, siempre guardadas en algún rincón de la valija.
Pero nos reencontramos, Roberto. Fue en el Luna Park, en el ‘88, cuando festejabas tus 25 años de éxitos. Laura, mi mujer, optó por quedarse en casa para grabar el concierto. Lo trasmitía Radio Rivadavia, y aún guardamos el viejo cassette como un tesoro de pareja.
Fuimos con un colega, Alfredo Leuco, y con una banda de amigos con los que vibramos en la popu, junto a señoras de Banfield que agitaban las tapas de tus discos como una estampita milagrosa capaz de curarles todas las heridas, y chicas de todos los barrios porteños que deliraban viéndote bajar del cielo en una tarima, envuelto en humo, todo de blanco y con capa que hubiera envidiado Presley.
Te tropezaste y sufrimos todos. Pero lo transformaste en un pasito rokero que acompañó el inicio de “Mi amigo el Puma” y tu carcajada ganadora nos devolvió la vida.
Fueron como tres horas. Bailamos, recitamos, nos reímos y sufrimos mientras vos deshacías el escenario.
Cuando al final te calzaste el smoking y no cantaste, actuaste “Penumbras”, a Tony Carrizo, que te había presentado, no le alcanzaba toda su experiencia y temblaba de emoción al costado del escenario. Esa noche llegué tarde al casamiento de un amigo porque el baile siguió después en la calle y no me lo quería perder. Abrazado a mis viejos amigos: “Ey... Si al final la vida sigue igual”.
La última vez fue en el Opera, no hace tanto, cuando tuviste el íntimo y nunca publicado gesto de recibir a Hebe Bonafini en el camarín antes del show. Ella te regaló un libro con la historia de las Madres de Plaza de Mayo, vos la escuchaste y le regalaste una rosa roja que Hebe agitaba en sus manos, mientras cantaba en la platea todas tus canciones sin equivocarse nunca la letra.
Gitano, ya estás otra vez con tu gente. Y no te preocupes, que cuando subas de nuevo a un escenario, los que vamos a necesitar la carpa de oxígeno seremos nosotros.
Mientras te esperamos, sólo me queda celebrarte y decirte en un susurro, como vos bien nos enseñaste: “Tengo el vodka cerca de mis labios, y por ti y por mí he de brindar”.