› Por Osvaldo Bayer
Desde Frankfurt del Meno, Alemania
Paseo por esta Feria del Libro titulada con orgullo “la feria del libro más grande del mundo”. Un mérito, sin duda.
Pienso. Mientras, recorro estos inmensos salones con libros que sonríen por todos lados y nuestros escritores que desde grandes retratos miran más extrañados que nunca al mundo que los rodea. Y Rep, que los presenta tal cual eran en realidad en sus murales que nos persiguen y nos ponen alas de mariposas.
Libros, libros, libros. Me digo: en el país que alguna vez fue el mayor exportador de armas del mundo, encontramos esto.
Antes, el máuser, la cruz de hierro como símbolos de la virilidad noble. Y aquí libros, con personajes y fantasías que se asoman y nos invitan a abrirlos. El lento camino a la sabiduría, hoja por hoja.
Libreros que hablan alto, bibliotecarios que ordenan letra por letra. Escritores que sonríen en el paraíso, personajes de la fantasía que se asoman por todos los rincones en este aeropuerto de ilusiones.
Ilusiones. De pronto me dan golpecitos en la espalda. Es el editor alemán Dieter Schmidt. Sin pronunciar una sola palabra, pone un libro en mis manos con gesto algo religioso. Miro la tapa: el gaucho Facón Grande. El patagónico.
No puedo creerlo. Facón Grande en la Feria de libro de Frankfurt. La Historia hace justicia. El gaucho fusilado por el Ejército argentino por haber puesto la cara para pedir un poco más de dignidad para los trabajadores patagónicos en aquel tétrico 1921 de Hipólito Yrigoyen.
El editor Dieter Schmidt me entrega la edición alemana de La Patagonia rebelde. La acaricio. Ocho años de exilio me costó publicarla en mi país argentino. Y ahora se publica en el país donde pasé mi exilio. El destino. La paradoja humana. Me alegro sobre todo por Wilckens. Kurt Gustav Wilckens, el anarquista alemán que hizo justicia a tantos peones fusilados. Aquella mañana de enero de 1923, cuando esperó en la calle Fitz Roy, enfrente del 1º de Infantería, en Palermo. Cuando el orgulloso teniente coronel Varela salía de su casa con sus botas bien lustradas. Le salió al paso y lo enfrentó. Frente a frente. Y allí le arrojó el envío del vengador. La explosión de la ira del pueblo, la bomba libertaria. La explosión despertó a Buenos Aires. Los anarquistas en los barrios obreros cantaron ese día “Hijo del Pueblo”, por Wilckens. El alemán no se dio prisa. Le acertó luego seis balazos al uniformado fusilador. Las balas con las cuales había fusilado a cientos de peones rurales patagónicos ahora se daban vuelta y acababan con el fusilador. Nada queda impune.
Wilckens fue asesinado en la cárcel por un mercenario. Recuerdo cuando hace más de tres décadas viajé a la ciudad alemana de Bad Bramstedt, lugar donde había nacido Wilckens y encontré su casa paterna. Me recibió un sobrino suyo, quien me saludó como si me hubiera esperado toda la vida. El siempre había investigado sobre cuál había sido el destino de su tío Kurt Gustav Wilckens y ahora llegaba un desconocido de un país tan lejano como Argentina para darle noticias de él. Le dije que Kurt Gustav había muerto, asesinado en la cárcel, y le relaté su tarea de vengador de 1500 peones patagónicos fusilados por el Ejército argentino. Recuerdo su emoción. Primero creyó que le venía a contar sólo fantasías argentinas, pero luego, al abundar yo en datos, se dio cuenta de que estaba ante la verdad. Me abrió los cajones de un viejo escritorio. Allí había fotos familiares de la niñez y la juventud del vengador, papeles y cartas.
En la Feria del Libro de Frankfurt me paseo por largos corredores entre los miles de libros expuestos. Me prometo a mí mismo ir a llevar un libro de La Patagonia rebelde de esta edición alemana a la biblioteca de la ciudad natal de Wilckens. Tal vez algún sindicato de esa ciudad llame a su salón de asambleas, en el futuro, con el nombre de “Kurt Gustav Wilckens”, el que dio su vida para vengar la muerte de tantos trabajadores.
También pienso en aquellos dos huelguistas, el “alemán” Otto, cuyo apellido nunca pude encontrar, y Pablo Schulz, de origen también alemán. El “alemán” Otto –como era nombrado por sus compañeros– le gritó antes de morir al fusilador capitán Viñas Ibarra: “Así no se mata a un hombre, ni en la guerra europea se fusiló a prisioneros desarmados”, y antes de morir le dijo a otro alemán, Walter Knoll: “Saludos a la vieja patria”.
Pienso en ellos y en que sus vidas han quedado retratadas en idioma alemán, en esta edición. Tal vez por relatos familiares alguien los volverá a descubrir y se atreva a visitar la Patagonia y poner una flor en las tumbas masivas de fusilados, hoy ya señalizadas.
Fueron a morir lejos, injustamente. Por pedir apenas un poco más de dignidad.
Espero que al leer estas líneas algún afiliado al partido radical influya para que por fin esa entidad política pida disculpas por ese crimen masivo de tal magnitud cometido por el gobierno de Hipólito Yrigoyen.
Tuve también la satisfacción de que el film Awka Liwen (“Rebelde amanecer”) sobre el genocidio cometido por Roca contra nuestros pueblos originarios se diera en plena Feria del Libro de Frankfurt. Ver en pantalla los rostros de los hijos de la tierra. Narrar la tragedia de los genocidios cometidos en nuestras pampas por Rauch, Rosas y Roca. El desalojo de esos pueblos de sus tierras ancestrales, y su persistencia de vivir pese a todo con su música casi silenciosa, con los ecos de sus horizontes lejanos, con el trabajo de sus manos y la tristeza nunca olvidada de su pasado. Primero, los españoles con su codicia; luego los argentinos uniformados. Al final del film hubo un aplauso cerrado seguido de un silencio profundo. Emoción. Y un sentimiento de culpa europeo. Por sus antepasados, los “colonizadores”.
Este público tan europeo tomó conciencia. Las preguntas se sucedieron. ¿Cómo pudo ocurrir eso? Sí, la codicia. La Sociedad Rural Argentina financió parte de la expedición de Julio Asesino Roca, perdón, Julio Argentino Roca. Al presidente de la Sociedad Rural Argentina de ese entonces, Martínez de Hoz, les fueron otorgadas 2.500.000 hectáreas de tierras. ¿Cómo? Sí, en letras: dos millones quinientas mil hectáreas, Martínez de Hoz, el bisabuelo, nombre conocido ¿no?
Claro, pero hubo también europeos que hicieron cosas buenas en nuestro suelo. Me gustó mucho que los alemanes hicieran ayer un homenaje al editor Peuser. ¿Se acuerdan de la Guía Peuser? ¿Y de la editorial Peuser? Tal vez la más famosa de las editoriales argentinas del siglo pasado. Peuser fue un alemán que emigró a la Argentina, innovador de la técnica editorial, importando siempre las máquinas impresoras más modernas. Fue un editor de la literatura gauchesca y su edición del Fausto de Estanislao del Campo batió todos los records de ventas. Llegado de Alemania a los 14 años, hijo de un humilde zapatero, llegó a ser uno de los editores más grandes del suelo argentino y además, con su tendencia social, fundó en su empresa la primera caja médica para atender a sus empleados y obreros. Merecido homenaje. Su bisnieta, presente en el acto, derramó lágrimas agradecidas. Un fabricante de libros, no de armas, don Peuser.
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