Mié 22.01.2003

CONTRATAPA

Amenaza

› Por Antonio Dal Masetto

La larga lista de infortunios que sacuden y por lo visto sacudirán la existencia del parroquiano Mauricio, no nos impresiona demasiado. Somos gente de piel encallecida en luchas de todo tipo. Solamente la amenaza que Mauricio desliza al final de su historia nos deja inquietos. Y yo diría que un poco más que inquietos. Ya verán a qué me refiero y los invito a que luego saquen sus conclusiones.
La cuestión es que después de una furibunda y definitiva pelea con su esposa, Mauricio arma un par de bolsos, sale a la vereda y para un taxi. En la puerta de la casa aparece su suegra y apuntándole con un cucharón le grita: “Te maldigo. De aquí en más todas las cosas que te rodeen te van a odiar”.
Mauricio se dirige a un departamentito que le prestó un amigo y cuando entra, a oscuras, toca algo que no debería haber tocado, recibe una descarga eléctrica y casi muere electrocutado. No se trataba más que de un inocente velador con un cable pelado. Se mete bajo la ducha y de pronto el agua pasa de tibia a hirviendo y casi se rompe un par de huesos para huir de la bañera. Cuando se viste se le cortan ambos cordones de los zapatos. Se pone las zapatillas y también se cortan los cordones. Acá es cuando empieza a pensar en la maldición de su suegra.
–No embrome más con esas supersticiones y su aborrecible suegra medieval –le decimos–, estas casualidades le pasan las 24 horas del día a todo el mundo.
Mauricio –zapatos sin cordones– sale del departamentito prestado y busca un bar para tomarse un vermut y calmar los nervios antes de la cena. Cuando le echa soda al vermut, el desastre es tan grande que los de las mesas vecinas pegan un salto para ponerse a salvo. Mauricio queda bañado de la cabeza a los pies. “Yo sé que los sifones son traicioneros y los trato con respeto –nos dice–, pero éste venía envenenado por la maldición de la bruja.” Cuando Mauricio trata de clavarle un escarbadientes a una aceituna, la aceituna sale disparada. Prueba con otra y pasó lo mismo. Una por una, todas las aceitunas van a juntarse con sus compañeritas, corriendo por debajo de las mesas, entre los zapatos de los demás clientes que las miran pasar asombrados. Mauricio deja el bar y busca un sitio para cenar. De entrada pide un platito de sopa de verduras. Se inclina para la primera cucharada y los anteojos saltan dentro del plato, se zambullen en la sopa. “Se la cambio”, ofrece el mozo. “No –dice Mauricio–, mejor tráigame una milanesa a caballo.” Y de nuevo los anteojos se zambullen, un vidrio en cada yema de los huevos. Y otra vez aparece, más y más agrandado, el fantasma de la maldición de la suegra y su cucharón.
–Pare la mano compañero –le decimos–, todos sabemos de la voracidad de algunos platos por los anteojos de los comensales. Es internacional. Incluso los postres tienen esa glotonería. He visto algunos tiramisú devorarse anteojos femeninos de sol con unos marcos de plástico que debían pesar 200 gramos.
Mauricio nos escucha, pero no se convence. Hace semanas que viene recibiendo ataques de objetos y elementos inverosímiles. No se extenderá en la lista, pero quiere mencionar la lluvia de hace tres días. Por supuesto que todas las baldosas que pisó en una caminata de diez cuadras estaban flojas. Todas. Si trataba de caminar por el cordón de la vereda aparecía un coche y justo había un charco. Tuvo que cruzar una plaza, paró un momento bajo un tilo y cayó un rayo sobre el tilo. Corrió a refugiarse bajo un plátano, cayó un rayo y partió el plátano por la mitad. Corrió a refugiarse bajo un gomero y cayó un rayo y partió el gomero. ¿De donde sacaron eso de que un rayo no cae dos veces en el mismo sitio? –Si vamos a ser justos –le decimos–, no era el mismo sitio, sino tres sitios diferentes, y además, esto vale la pena señalarlo, tres tipo de árboles diferentes: tilo, plátano y gomero. Pare de pensar en su suegra. Sea racional.
Mauricio nos agradece las buenas intenciones y los buenos consejos, pero no hay forma de parar la cosa. Hombres, animales, objetos, fuerzas de los elementos, todos enemigos suyos. Y se viene algo peor, hace noches que no puede dormir pensando que en algún momento, no muy lejano, habrá que votar para Presidente de la Nación. Y esa es su gran preocupación. Está seguro que cuando entre en el cuarto oscuro y tome la boleta, no importa cuál, así la agarre a ciegas, sin duda elegirá la del ganador y ese tipo también lo odiará y gobernará durante todo su mandato con el único propósito de joderle la existencia.

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