Lun 27.01.2003

CONTRATAPA

La cama

Por Eduardo Pavlovsky

Un día Susi se levantó a la mañana y me dijo: “Esta cama es muy angosta, así es imposible dormir”.
Como la sé irlandesa y de una tozudez admirable, no le respondí. Me extrañó sin embargo que en la misma cama hubiera dormido doce años con Pacho y veintiuno conmigo y recién ahora percibiera la estrechez de la cama. Mandó comprar un colchón de dos metros cincuenta de ancho que ocupaba casi todo el cuarto. ¡Por fin! agregó, ahora voy a poder dormir tranquila. Yo me sentía despersonalizado porque para hablar con ella, tenía casi que gritar y mi hipoacusia incipiente la obligaba a Susi a gritar por la distancia métrica. Todo funcionó bien durante un mes, donde Susi se encargaba de comunicarme las bondades del cambio de la cama. Pero la paz duró exactamente quince días. Ahí comenzó a levantarse todas las noches con un cuadro de agitación que me preocupaba, además de impedirme dormir tranquilo. El cuadro de agitación tenía varias etapas: a) resoplidos intensos que culminaban en un baño de inmersión, b) vuelta a la cama y lectura de su libro preferido, c) salida repentina de la cama donde partía a comer porque decía que había comido poco, d) vuelta a la cama con un cuadro de mioclonías constantes que tornaban la cama en un cuadro de agitación progresiva. Fue allí donde le aconsejé que recurriera a los medicamentos recetados por nuestro psiquiatra Gustavo. Hacía que no me oía. No me prestaba atención. Intenté pensar con una calma griega (epimeleia heautou) e intentar reflexionar desde mi devenir conductista el origen de esta compleja trama (camera). Después de dos horas de meditación profunda, recostado sobre el borde del extremo izquierdo de la cama (es decir a 2,36 cm. del cuerpo de Susi) llegué a una conclusión tan definitiva como norteamericana: recordé que después de mi lectura nocturna yo acostumbraba a abrazar últimamente a Susi rodeándola con mi brazo izquierdo, envolviendo su cuerpo con mi abrazo. Fue a partir de esa costumbre nocturna que Susi había empezado con sus ideas sobre la anchura de la cama y sus cuadros de agitación progresiva. Estaba absolutamente seguro de que todo había comenzado allí. Pero tenía que comprobarlo. Tenía que tener la prueba del desenlace. En ese momento me sentí una mezcla de Sherlock Holmes y de Plutarco. La dejé de abrazar luego de mi lectura nocturna, evité el abrazo sobre su cuerpo deliberadamente. El resultado fue contundente. Al no acercarme a su cuerpo Susi comenzó a dormir plácidamente. Yo duermo acalambrado en el extremo izquierdo de la cama evitando todo contacto con su cuerpo. Psiquiatría moderna, pensé como consuelo. Una cosa era evidentemente clara, Susi duerme y reposa plácidamente desde que no la abrazo. Pensé que tal vez el abrazo tan temido, correspondiese a una fantasía primitiva, donde temiera despertar abrazada y encarcelada por el abrazo de un hombre muerto, después de un infarto masivo nocturno. Todo intento de explicación sexual fue prolijamente abolido (forclusión lacaniana). Pero pensé en una de mis tantas noches sobre el borde de la cama: “Hubiera soportado toda esta frustración a mis treinta años”. No lo sé. Estoy más sabio y la sabiduría tiene mucho de inteligente resignación (posición depresiva de Melanie Klein). Una frase es la que utilizo cuando no me acalambro al borde de la cama: Susi me quiere mucho porque todavía es muy celosa. Porque al fin y al cabo qué tienen que ver las fobias con el amor. Y entonces comienzo a dormir plácidamente. Sabiduría diría hoy.

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