Sáb 09.02.2002

CONTRATAPA

Filosofía de la asamblea popular

Por José Pablo Feinmann

Uno de los sentidos más fascinantes y sin duda actuales del concepto “asamblea” es el que se deriva del ejercicio de la democracia directa. Ante el deficiente funcionamiento de las estructuras representativas de la democracia (representación legislativa, judicial, ejecutiva, parlamentaria), el pueblo se nuclea en tanto asamblea y desde este nucleamiento ejerce la democracia sin mediaciones. De esta forma, el pueblo (que, en verdad, se constituye en tanto “pueblo” a partir de la asamblea) denuncia que la “política representativa” ha devenido “oligarquía política”, traicionando el mandato democrático que se le había confiado. El pasaje que la clase política realiza de la “representación” a su sustantivación oligárquica ocurre cuando deja de representar al pueblo y se consagra a representarse a sí misma y a sus grupos financieros. (El grave riesgo de la política institucional en el capitalismo es que necesita financiarse –sobre todo para las “campañas electorales”– y ese financiamiento lo obtiene de las empresas, las cuales, al otorgarlo, condicionan tanto a los políticos que logran someterlos a sus intereses. Podríamos decir: “Dime quién o quiénes financiaron tu campaña y sabremos para quién o quiénes gobernarás”.) Una vez que los “representados” advierten que no son “representados” sino que aquéllos a quienes han elegido para “representarlos” representan a otros, pueden hacer dos cosas: 1) Nada, o lo mismo que nada: mirar televisión y ser cómplices pasivos de la fiesta entre la “oligarquía política” y el poder económico y recibir las migajas de ese banquete en tanto observan cómo “los demás”, los “pobres”, se deslizan a la “extrema pobreza” y creen que “eso” a ellos jamás les pasará. 2) Constituir asambleas de ejercicio directo de la democracia. No es otra cosa lo que está ocurriendo en nuestro país.
Nada, pues, más legítimo que la “asamblea” para responder a una situación de irrepresentatividad. La política deviene “oligarquía política” cuando se privatiza, cuando se torna un cuerpo cerrado en sí mismo, no permeable a las bases sociales que le dieron mandato. Ocurre que los partidos políticos llegan al poder por medio de costosísimas campañas políticas, las cuales son financiadas por grandes empresas que no tienen los mismos intereses que los votantes que esos partidos prometen representar. De este modo, los partidos, durante sus campañas, prometen a los votantes lo que los votantes desean, pero saben que harán lo que sus financistas les digan: porque los votantes votan una sola vez y los financistas ponen dinero todos los días. La mejor defensa de los votantes, la herramienta que les permitirá “seguir votando”, es la “asamblea”, pues en ella serán ellos los que se representarán a sí mismos, y ellos no están financiados por nadie. O sí: por ellos mismos, de aquí que serán “sus” intereses los únicos que habrán de defender. La “asamblea”, entonces, es el ámbito de unión de los “irrepresentados”, de los “no financiados”, o de los “autofinanciados”, de los que saben que la “democracia representativa” ha devenido “oligarquía político-financiera” y, por tal motivo, no pueden confiar en ella, no pueden ya “delegar” la democracia sino ejercerla directamente. Este “ejercicio directo” de la democracia es la asamblea.
Acudir a la asamblea es acudir en busca de “otros”, que son “otros” porque son subjetividades libres, pero –a la vez– forman un “nosotros” en la “asamblea”, que es, así, un espacio de intersubjetividades libres, y la “intersubjetividad” es la forma práctica, actuante, potente de la subjetividad. Nunca estamos solos en la “asamblea”; somos “yo”, pero somos”los otros” y con los otros somos “todos”. Somos una totalidad: la asamblea nos totaliza.
A partir de los ‘80, en textos y cursos, Michel Foucault buscó “nuevas formas de subjetividad”, que habrían de surgir de fórmulas vinculantes ajenas al circuito de la representación político-institucional: “La amistad o la solidaridad son esos vínculos que se sustraen a las mediaciones jurídicas, a la ley, la regla o la institución. De modo que es gracias a estas relaciones que una multiplicidad cualquiera, inclasificable o irrepresentable, resulta posible” (Dardo Scavino, La filosofía actual, Paidós, pág. 201). Surge de aquí la posibilidad de una ética, que radicaría en la “práctica” de esas relaciones cuyo marco escapa a lo jurídico, a lo institucional. El espacio totalizador de la “asamblea” es el espacio en el que una “ética” puede constituirse. ¿O no es la asamblea el lugar de la amistad y la solidaridad? Primero somos “amigos” constituidos en exterioridad (la agresión de un Poder que ha dejado de representarnos es la que nos convoca) y luego somos “amigos” en el interior de una praxis política autoconvocante. También, digámoslo, de una “rebelión”.
Ir a la “asamblea” es ejercer un movimiento inicial de negación: hemos dejado de ser “representados”, hemos salido del “hogar” –donde un desocupado es un humillado y un ocupado un televidente pasivo y algo bobo- y ocupamos, junto a otros, un espacio en el que ya no somos lo que éramos, en el que negamos lo que habían hecho de nosotros. Un desocupado, en la asamblea o en el piquete, ya no es un humillado, recuperó una identidad y hasta una ocupación, ya que ahora tiene la ocupación de representarse a sí mismo, de representar a los irrepresentados, de formar parte de una totalidad que lo “emplea”, lo “contrata”. Hay un texto de Foucault en el que se postula que la filosofía es rechazar lo que somos y buscar lo que podríamos llegar a ser. Hay un texto –anterior por cierto al de Foucault– de Sartre, un texto del célebre Prólogo al libro de Fanon, en el que se afirma: “No nos convertimos en lo que somos sino mediante la negación íntima y radical de lo que han hecho de nosotros”. Los dos, hoy, nos sirven. Los dos le dicen al poder de la no-representación: “Ya no somos lo que éramos, somos la negación de aquellos ciudadanos pasivos que los aceptaban resignadamente, eso que éramos era lo que ustedes habían hecho de nosotros, esto que hoy, en esta ‘asamblea’, somos, es lo que nosotros hemos hecho de nosotros mismos, y este nuevo ser niega lo que éramos y, en esa negación, los niega a ustedes”. De aquí una de las lecturas posibles del “que se vayan todos” del asambleísmo. No es la postulación de la anarquía, es la asunción por la asamblea y en la asamblea de una creatividad política sin políticos.
El “asambleísmo” es policlasista; la asamblea no es “obrera” ni es un “consorcio ampliado” de argentimedios. El lunes 28 de enero, los piqueteros fueron recibidos –en su manifestación hacia la Capital– por los comerciantes que antes les temían, ya que “esos negros van a romper todo”. Ahora les dieron comida, café con leche, mate cocido. Comerciantes que –al fin– entienden que el sistema que los obliga a echar a un empleado es el mismo que más tarde los dejará a ellos en la calle, fundidos. Así, podríamos decir –manejándonos con términos del lenguaje político argentino– que en la asamblea “la gente” se vuelve “pueblo”, ya que forma parte de una totalidad. Prefiero seguir usando estos términos y no introducir el de “multitud” de los italianos Negri y Virno, ya que sería confusional para nosotros. Nuestras asambleas se definen como “populares”, no como “multitudinarias”. Sí podemos decir –con Toni Negri- que en la “asamblea” está la “potencia”, y que la “potencia” es constituyente. Negri toma el concepto spinociano de “potencia”, porque ella define al ser por la acción. Si “ser es actuar”, el que va a la “asamblea” va en busca del ser porque va en busca de la acción. Se definecomo sujeto libre por medio de su praxis libre. Y hay en esto (aunque Negri y Virno, demasiado spinozistas, corren el riesgo de no poder asimilarlo) un movimiento dialéctico: si para ser lo que ahora soy tuve que negar lo que era... eso se llama dialéctica. La filosofía puede abrirse a cuantos filósofos desee y hasta incluirlos en un nuevo encuadre. La Argentina de hoy lo es. Somos la cara del fracaso: el de nuestras clases políticas sometidas al poder económico por medio de las recetas del Fondo. Y somos la cara del horizonte, de la posibilidad: un gesto airado, nuevo, ruidoso, en la lucha contra la globalización del capital financiero.

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