CONTRATAPA
Aquel 11 de marzo
› Por Miguel Bonasso
Treinta años. Es una sensación bergmaniana, existencial, y no sólo histórica o política. La vida personal que ha quedado detrás con sus alegrías y sus tragedias. La vida ciudadana que se fue en promesas incumplidas. Con unos pocos días de celebración dispersos en años de oscuridad, represión, mediocridad, estado mafioso. Con la nación que se nos escurrió entre los dedos, como el tiempo de vivir.
Tengo el recuerdo personal del doctor Héctor J. Cámpora llamándome con severa ansiedad, para que le vaya pasando los resultados que recolecta –con grandes tropiezos– nuestro centro de cómputos, allí, en ese gigantesco conventillo que es el edificio de Oro y Santa Fé. Lo veo con la eterna camisa azul de la campaña, el pantalón claro, impecablemente planchado pese al calor y los trajines. En esa postal, el Tío tiene 64 años, apenas dos más que yo en este presente grisáceo del tercer milenio. Salvo que yo lo miro desde mis treinta años de entonces y me parece un viejito duro, terco y leal. Nada que ver con la fama de cortesano que le han fabricado los escribas del régimen. Hace calor, escucho por la ventana abierta que da a la avenida Santa Fe:
Lanusse, Lanusse,
Mirá que papelón
Habrá segunda vuelta
La vuelta de Perón.
El Tío mira y remira el papel que le extiendo, agitado. Confirma que hicimos realidad la consigna: el Frente Justicialista de Liberación (FREJULI) va ganando por el 52 por ciento de los votos. La fórmula radical de Ricardo Balbín y Eduardo Gammond apenas supera el 20 por ciento. Pregunta si los datos son confiables, si puede transmitírselos “ya mismo al General”. Le contesto con la seguridad que otorga la inconsciencia. Horas después el gobierno militar nos “limará” el porcentaje hasta dejarlo en el 49,6. Pero es lo mismo: el Chino Balbín apenas sobrepasa el 21 por ciento. El peronismo ha superado la trampa del ballotage inventada por la dictadura. El peronismo es una manzana roja, brillante. Con un gusano adentro.
La dictadura se toma un día para reconocer el triunfo. El 12 de marzo a la tarde todavía gasean y apalean a los compañeros que rodean la sede de Oro y Santa Fe. Nos trepamos a un camión de exteriores de la TV y pedimos que los sindicatos envíen ambulancias. Pero poco después cambia el aire: el gobierno envía al jefe de la Casa Militar, para comunicarle al hombre de la camisa azul que lo reconoce como “presidente electo”. Entonces los policías guardan las porras y empiezan a saludarnos con la “V” de la victoria.
Alfredo Moles, un compañero de la Secretaría de Prensa, compila la lista de los caídos en 18 años de proscripciones y me la pasa para que se la lea a la multitud, que ruge en la calle. Grito: “¡Felipe Vallese!” y cien mil gargantas contestan: “¡Presente!”.
Es la síntesis de lo mejor que ha tenido el movimiento proscrito. El reconocimiento a 18 años de luchas públicas y clandestinas. Que le otorgan sentido a esas “Pautas Programáticas” votadas por seis millones de ciudadanos (entre peronistas y aliados del Frente). Esas pautas que algunos analistas descalificaron como “reformistas” y hoy –en esta orilla del tiempo– podrían ser leídas por más de un “realista” como candorosas.
Leo melancólicamente: “El disenso fundamental que divide a la sociedad argentina no reside ya en la antinomia peronismo-antiperonismo, que ya ha sido superada, sino en revolución y contrarrevolución, cambio social y statu quo, liberación o dependencia”. Leo que votamos para que se democratizara el Estado en un doble sentido: para reemplazar su contenido autoritario por un régimen de fuerte respaldo popular y para dar acceso asus estructuras a capas más amplias de la población. Que el federalismo era concebido como “potenciación de las provincias dentro de la Nación” y no como “defensa de los intereses de las oligarquías lugareñas”.
Leo:
- Nacionalización del comercio exterior.
- Progresiva aplicación desde el gobierno de todas las experiencias de socialización de la economía que sirvan para elevar la condición humana.
- Efectiva participación de los trabajadores en el poder que se deriva de la propiedad de los medios de producción.
- Reforma agraria.
- Cogestión de los trabajadores en la dirección y explotación de las empresas, propiciando un régimen cooperativo en el campo y de autogestión en la industria.
- Reforma del sistema financiero para revertir con energía la desnacionalización de las entidades crediticias privadas operada en los últimos años.
Y alguna premisa que incluso llega a cumplirse, como la que propicia “el inmediato restablecimiento de relaciones diplomáticas con la hermana República de Cuba”. O la amnistía para todos los presos políticos sin excepción, la eliminación de la legislación represiva y la condena oficial a la tortura. Que serán las medallas más preciadas de la primavera camporista.
Algún crítico “de izquierda” que analiza las pautas programáticas desde el diario lanussista La Opinión, las devalúa: “El proyecto en su conjunto puede ser calificado como una propuesta populista, que apunta a reformas neocapitalistas (modificación del sistema con vistas a perfeccionarlo, no a suprimirlo) y, fundamentalmente, a la quiebra del marco de dependencia para afianzar una vía nacional de desarrollo”. ¡Y le parece poco!
El programa justicialista que votaron seis millones de ciudadanos no se aplicó nunca. Fue enterrado por el lopezreguismo antes de que llegara el terror militar y luego Carlos Menem lo tomó como guía para hacer exactamente lo contrario. Treinta años más tarde el resultado está a la vista: un peronismo vaciado y dividido ha perimido como factor de cambio y el país sigue cayéndose a pedazos en la peor crisis de su historia.
Contemplo el folleto amarillento de las “Pautas” y me pregunto dónde habrá quedado aquel espíritu que las hizo creíbles y votables aquel 11 de marzo.