Vie 14.03.2003

CONTRATAPA

Fiesta en la Quebrada

› Por Luis Bruschtein

Diablos, brujas y pepinos bajaron del cerro entre saltos y piruetas. Toda la Quebrada se encendió, han desenterrado al diablo tras un año de espera y de ilusión. Ha empezado el Carnaval. La comparsa Pocos pero locos tiene el mojón al pie del Pucará de Tilcara, junto al río que atraviesa la Quebrada de Humahuaca. La misma ceremonia de alegría se repitió en decenas de mojones y apachetas cobijadas por las imponentes montañas en Maimará, Volcán, en Uquía, Purmamarca y Humahuaca y en toda la Puna. Chicha, maíz, cerveza, vino, coca y tabaco para la Pachamama, música y alegría para la gente, el diablo anda suelto y la diversión es ley.
El Carnaval se prepara durante varias semanas. En las dos últimas se festeja el jueves de los compadres y el jueves de las comadres antes del sábado del desentierro. Los compadres se juntan en una casa sin mujeres, comen y beben hasta perder la memoria y empiezan a chayar abrazados. Las coplas hablan de las mujeres con picardía, hablan de las montañas, de Dios y la Pachamama. Después de chayar llega la banda, dos trompetas, una tuba, corno y redoblante, que arremete con los carnavalitos. El compadre más machado toma la bandera y se largan a la calle. La bandera de seda tiene colores brillantes con un diablo verde bordado que saca la lengua y el abanderado no puede dejar de bailar y hacerla flamear mientras la lleva.
Los compadres de la comparsa El puente de la diversión levantan polvo en la calle con sus carnavalitos y reparten ramitos de albahaca y vasos con chicha y vino. Camino a la plaza de Tilcara pasan por la casa de los Aredes. Don Luis Aredes fue director del hospital de Tilcara hace ya más de 30 años, antes de bajar a Ledesma, en la Yunga jujeña, donde fue elegido intendente por el Frejuli en 1973 y le hizo pagar al ingenio todopoderoso de los Blacquier los impuestos que evadía. Antes de ser encarcelado, liberado, secuestrado y desaparecido durante la dictadura. Hay gente en la puerta de la casa, hijos y nietos de Aredes que se ponen la albahaca tras la oreja y se suman a la fiesta que recorre el pueblo.
Todo parece chiquito en la Quebrada. No hay nada que pueda competir con su grandeza. Y no hay nada que pueda competir con su belleza de montañas coloridas y el cielo azul y transparente. Aquí nadie puede decir o imaginar que es más de lo que es. No hay escondite en la montaña. Es casi un lugar de la verdad.
Cinco bien machados avanzan desplegados a lo ancho por una callecita polvorienta de Purmamarca entre casas de adobe y algunos chicos que juegan al agua. El sonido dulce de las anatas se mezcla con el redoblante, el bombo legüero y una guitarra. La improvisada banda viene a cumplir la invitación de las comadres en casa de doña Selva Vilte, presidenta de la comparsa La Salamanca. Las mujeres se han reunido y festejado sin hombres, se han enharinado las caras y han chayado y ahora deben honrar a la Pachamama y recorrer el pueblo con la fiesta. El mojón está sobre una ladera de tierra colorada, recostada sobre el Cerro de los Siete Colores. Con la cara blanca de harina y el ramito de albahaca en el pelo, Selva Vilte adorna el mojón, se hacen las ofrendas y se pide a la Pachamama. “Que los gobiernos hagan de una vez lo que quiere el pueblo”, dice la mujer entre sus pedidos.
Algunos dicen que Vilte viene de Viltipoco, el gran curaca de los Omahuaca que en el siglo XVII reunió diez mil hombres para defenderse de los españoles, igual que Martín Iquín, el curaca de los Quilmes en los valles calchaquíes. Selva Vilte es hermana de la maestra Marina Vilte, secuestrada y desaparecida por la dictadura.
La Quebrada es historia sin tiempo. Está allí. Es raíz. Es origen. Su gente, indígenas y criollos, fue el muro que frenó a los ejércitos realistas que querían apagar la independencia. Es historia argentina, de un país perdido que busca reencontrarse con su historia para ser patria.
El sábado es el desentierro, la verdadera fiesta. Dentro de cada mojón, en el seno de la Pachamama, está enterrado el muñeco del diablo, no el de la maldad, sino el que libera de lo que no está permitido para la alegríay el amor. Todo lo que se ofrenda a la Pachamama se comparte entre locales y forasteros, la alegría es fuerte y generosa. “Si se ríen no importa, a mí también me pasó la primera vez”, le dice Pedro al adolescente que estrena su disfraz de diablo con espejos y cascabeles. El pibe sale a los saltos, como deben ir los diablos. Se llama Savino por otro Savino que murió en las sierras cordobesas en un enfrentamiento en los ‘70. Entonces Pedro Sarjama se encamina a la fiesta de su comparsa. Es hermano de Antenor Sarjama, caído en Malvinas, en el hundimiento del “Belgrano”.
La melodía de las anatas, los sicuris y las quenas alegra a la Pachamama. Y la alegría de la tierra es la de sus hijos que han sufrido por ella. La Quebrada se ilumina.

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