Dom 16.03.2003

CONTRATAPA

Barros

› Por Juan Gelman

Nunca se sabe cómo va a reaccionar la gente. O los países. Ante la revelación del The Observer londinense de que los servicios estadounidenses someten a casi todos los miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a un prolijo espionaje telefónico y electrónico, el embajador ruso Serge Lavrov manifestó un laconismo resignado: “Así son las cosas, forman parte de la profesión, del trabajo”, declaró a la AP. El embajador paquistaní deslizó que se trata de “uno de los privilegios del país anfitrión”. Stefan Tafrov, el búlgaro, se mostró entusiasta: “Si no lo hicieran (a Bulgaria), sería casi una ofensa” y aseguró que el hecho era algo así como “un factor de prestigio”. Es cierto que Sofía apoya emocionada la guerra contra Irak. No lo es menos que esos actos intrusivos son claramente violatorios del derecho internacional, concretamente de la Convención de Viena sobre relaciones diplomáticas de la que EE.UU. es Estado parte: dicho pacto establece que es deber del anfitrión facilitar y proteger la libertad de comunicación de las misiones y que “la correspondencia oficial de la misión será inviolable”. Pero en esta esfera, como en otras, una mancha más qué le hace al tigre.
El periódico británico publicó el 2 de marzo un memorando que Frank Koza, jefe de la División Objetivos Regionales del Organismo Nacional de Seguridad (NSA por sus siglas en inglés), envió a sus subordinados en Naciones Unidas. El NSA se encarga de interceptar –espiar– las comunicaciones de todo el mundo y el memo de Koza –marcado “top secret”– recuerda que el organismo estaba montando un operativo “particularmente dirigido a los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU (menos EE.UU. y Gran Bretaña, por supuesto) (sic)” con el objeto de conocer sus posiciones y negociaciones en torno del debate sobre Irak. Consiste en obtener “toda la gama de informaciones” conducentes a “obtener resultados favorables a los fines de EE.UU. o a evitar sorpresas” y prescribe que se concentren los esfuerzos de espionaje en las representaciones de Angola, Camerún, Chile, Bulgaria, Guinea y Pakistán, los miembros no permanentes e indecisos del Consejo de Seguridad cuyo voto por la guerra la Casa Blanca procura arrancar con promesas, dineros, extorsiones y amenazas que no vela. El memorando no se detiene ahí: amplía el operativo a todas las delegaciones de la ONU, ya que “no podemos darnos el lujo de ignorar esa fuente posible”.
Es probable que la conciencia escandalizada de algún agente británico lo haya movido a filtrar el documento a The Observer. La publicación despertó furias en EE.UU., insultos al periódico, acusaciones de inventar la historia para difamar a la Casa Blanca. Sin embargo, la policía británica informó que estaba investigando la responsabilidad en el caso de una mujer de 28 años que pertenece al personal del Centro de Comunicaciones del gobierno, un aparato de inteligencia. Es decir, el memorando –compartido por los servicios estadounidenses con sus pares británicos– tiene olor a autenticidad. Decididamente, el primer ministro Tony Blair no gana para sustos.
El vocero de la Casa Blanca Ari Fleischer y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, se negaron a responder las preguntas de los periodistas sobre el operativo de espionaje. Según The Observer, tuvo que ser autorizado por la asesora de seguridad nacional Condoleezza Rice, aunque expertos norteamericanos en materia de inteligencia señalaron al periódico que “en decisiones de esta naturaleza debieron haber participado Donald Rumsfeld, el director de la CIA George Tenet y el general Michael Hayden, jefe de la NSA” y que Bush hijo tuvo que ser debidamente informado. Fed Eckardt, portavoz de Koffi Anam, respetó el terreno diplomático: “No hemos recibido una confirmación (del espionaje) de ningún Estado miembro, ni objeciones de gobierno alguno, que sepamos”. Al parecer mucho no sabe.
El gobierno de Chile sintió su soberanía lastimada y el presidente Ricardo Lagos pidió explicaciones de inmediato. Habló varias veces por teléfono con Tony Blair y la canciller Soledad Alvear, con su par británico Jack Straw. Mariano Fernández, embajador de Chile ante Su Majestad, manifestó sorpresa por el operativo: “No podemos comprender por qué Estados Unidos espiaba a Chile –declaró a The Observer el domingo último–. Las relaciones con EE.UU. han sido buenas desde la época de Bush padre”. Antes, claro, ocurrieron la CIA y el golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende.
Washington ya había puesto en marcha una operación de espionaje interno y promulgado la represiva Patriot Act, y ambas cosas no conocen antecedente en el país que fue de Jefferson, Franklin, Lincoln. Bush hijo extiende ahora esas pinzas para abarcar al mundo entero y muestra así sobre qué pies apoya semejante pretensión. Son de barro.

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