› Por Rodrigo Fresán
UNO Alguien con diploma de prestigio, mucho tiempo libre, generoso patrocinio y financiación y futuro ganador del ya comentado aquí premio Ig Nóbel, ha dictaminado que el martes (cuando suele florecer y marchitarse esta contratapa) es el peor día de la semana. El dato sale de un examen estadístico/lingüístico a lo que se escribe durante esas 24 horas –estados de ánimo, cambios de humor– en las redes sociales convertidas en minas de oro, dicen, para sociólogos y gurúes de la mercadotecnia. Sí, el martes es el día más cruel, parece. Y tal vez por eso es el día siempre elegido por Rodríguez para meter la cabeza en el agujero de un cine, lejos de casa, cada vez más lejos. Hoy, sin ir más cerca, Rodríguez condujo hasta un multicine en la periferia de Barcelona, en Cornellá. Y una vez allí, en la boletería, leyó –esto es verdad, lo juro– el siguiente cartelito: “El director de El árbol de la vida, Terrence Malick, es muy odiado o muy admirado. Si la película le resulta aburrida, por favor, no moleste a los demás y salga antes de transcurrir 30 minutos de la proyección. Le daremos gratuitamente una entrada para cualquier otro título”. Rodríguez –que ya vio demasiados martes El árbol de la vida, le hace bien flotar ahí dentro– decide que, tal vez, ya sea hora de contemplar otra cosa. Y entra, sin pensarlo demasiado, en la nueva pero nunca última adaptación a la gran pantalla de Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas.
DOS Capa y espada y collar de diamantes. Lo mismo de siempre pero ahora –jugando con ese número mosqueteril– en 3-D, como corresponde y toca. Floretes saliendo de la pantalla, etc. Será divertido, supone Rodríguez. La misma vieja historia aprendida en la infancia –junto con la ciencia fantástica de Verne y el exotismo romántico de Salgari– que, para Rodríguez, a la hora de Dumas, nunca consiguió hacerle sombra a Edmond “Montecristo” Dantés sacando del freezer el plato gélido de la venganza. Y cómo le gustaría a Rodríguez vengarse... El problema es que no sabe de quién. O cómo hacer para hacer justicia. Su esposa le es infiel (lo descubrió por casualidad, en un email perdido), su hija (adolescente perpetua) no deja de llorar la muerte de Steve Jobs con las mismas lágrimas con que él alguna vez lloró la muerte de John Lennon (el dinero no hace la inmortalidad), su hijo (mitad niño, mitad otra cosa) ha caído en un trance casi místico rezando sin pausa para ser abducido por la masía del Barça y es feliz “porque Transformer ganó el Nobel de Literatura”. Fuera de eso y de ésos, los canales no dejan de transmitir para los plebeyos del reino los detalles de la tercera boda de esa extraña criatura goyesca (hay que verla y oírla para creerla) que es la actual Duquesa de Alba. En una/otra convención del PSOE –escenario y logos habitualmente rojos aparecen teñidos del azul característico del Partido Popular, tal vez buscando así, subliminalmente, el retorno de algún voto perdido– la despedida de Zapatero es interrumpida por la sorpresiva aparición del eximio esgrimista Felipe “Me Ofrezco Como Agitador” González. Ahí mismo, el “sabio europeo” aprovecha la ocasión para darle un par más de estoques al árbol caído. Está claro que Zapatero ya no es D’Artagnan y que lo de Felipillo está mucho más cerca de los sinuosos y conspirativos métodos de Richelieu que de la noble veteranía de Athos & Porthos & Aramis. Y que lo suyo es el “Todos para uno y...” González se olvidó de cómo sigue. Del otro lado –toda encuesta parece indicarlo– el futuro jefe de gobierno Mariano Rajoy prepara el terreno para lo que se viene explicando que lo suyo, en las autonomías en las que ya gobiernan, “no son recortes, son ajustes”. Y hay casi cien mil desempleados más que hace un mes. Rodríguez piensa en si no será mejor pedir un tamaño pequeño de su habitual balde de palomitas con tinaja de gaseosa. Decide que no, que morirá luchando mientras, ahí afuera, por primera vez en décadas, la emigración supera a la inmigración.
TRES Y de nuevo –como si el tiempo y los rostros no pasaran ni cambiaran– el joven gascón inspirado en la figura del verídico Charles Ogier de Batz de Castelmore, Conde d’Artagnan, cabalgando hacia París para vivir aventuras y enfrentamientos con el pérfido Conde de Rochefort y morir, años después, pronunciando aquellas últimas palabras que todavía emocionan a Rodríguez como cuando las leyó por primera vez: “Athos, Porthos, hasta luego. Aramis, adiós para siempre”.
Rodríguez –como tantos otros– es catalán hijo de andaluces y ese detalle provinciano de D’Artagnan siempre le despertó complicidad y simpatía desde que jugaba al “espadeo” en los recreos de su infancia. Después, por supuesto, los vertiginosos escotes de la pérfida y fatal Milady de Winter y de la dulce pero infiel Constance Bonacieux (imposible para Rodríguez no imaginar por dónde andará su mujer y si corresponderá batirse a duelo con ese compañero de trabajo cuyo nombre ni se atreve a invocar) y esa barbita en punta en los mentones de Douglas Fairbanks, Don Ameche, Gene Kelly, Jean Marais, Louis Jourdan, Michael York y Chris O’Donell (que eran mosqueteros lampiños), Philippe Noiret, Gabriel Byrne... Pero no hubo caso, Rodríguez nunca consiguió hacerla crecer. Lo suyo siempre estuvo más cerca del D’Artagnan de Cantinflas (ese bigote bobo) o de la Tortuga D’Artagnan o de la cerveza La d’Artagnan, que probó una vez en un cabaret de La Jonquera, lo más cerca que nunca estuvo de Francia. El nuevo D’Artagnan 3-D es un tal Logan Lerman y es tan joven, se dice Rodríguez. Tiene toda la vida por delante. Y la madurez. Y la muerte. Porque D’Artagnan –retomado por Dumas en varias novelas– es uno de los pocos héroes que, durante la infancia, nos permite verlo y oírlo crecer y caer. Aquí y ahora, el flamante modelo de Richelieu está montado por ese nuevo villano profesional que es y será Christoph Waltz. Y en la banda de sonido hay una canción titulada “When We Were Young”, a cargo de la mosqueteril ex boy-band Take That, una vez más abandonados por ese mosquetero un tanto volátil llamado Robbie Williams. Y a Rodríguez, de pronto, tanta férrea lealtad y tanto acerado duelo y tanto “tous pour un, un pour tous” comienza a quitarle el aliento y darle una angustia existencial más Camus que Dumas. Ganas de salir de allí. No ha pasado ni media hora, ¿lo dejarán entrar en El árbol de la vida pretextando “aburrimiento” u “odio” por el estilo del ignoto e industrial director Paul W. S. Anderson? No lo cree; pero sale igual listo para lo que venga. La luz del día lo ciega por un segundo y alza el brazo de su florete. Más tarde, de regreso en su pobre palacio, desde el informativo, le informan a Rodríguez que el idioma más sensual –según los especialistas de la nada, habituales proveedores de leves noticias catódicas– ya no es el francés sino el español. Y que en unos días sale a la venta la nueva aventura del Capitán Alatriste.
En guardia.
Para siempre y hasta luego.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux