Sáb 04.02.2012

CONTRATAPA

Mujeres militares

› Por Osvaldo Bayer

Desde Bonn, Alemania

El ser humano no aprende de sus fracasos. Evidentemente. Abro la revista Der Spiegel (El Espejo). Tal vez la mejor revista europea de actualidad. Me encuentro con un aviso a toda página. Desde él me sonríen un joven varón con la boina de las tropas de infantería, una hermosa mujer con gorra de la marina de guerra y otra mujer con el birrete de la fuerza aérea. Hacen propaganda para que jóvenes hombres y mujeres ingresen en las fuerzas armadas de la Alemania Federal. El texto del aviso no tiene desperdicio: (textual) “Fuerzas Armadas Federales. Nosotros servimos a Alemania. Una carrera con futuro”. Luego, en letras grandes como título: “Estudiar con sueldo”. En el medio, las fotos y este texto: “¿Usted busca una profesión interesante con responsabilidad de mando y exigencias especiales así como un compromiso con la República Federal Alemana? ¿Usted se interesa por una educación académica bajo condiciones óptimas?”. Y entonces con letras que resaltan: “Ofrézcase ahora como oficial”. Y después de las direcciones para más información, algo que verdaderamente sorprende: “Se desea el ingreso de mujeres: ellas tendrán prioridad en caso de calificaciones iguales”.

Repaso los textos y las sonrisas de las fotos del aviso varias veces. Para el ejército son preferidas las mujeres. Tengo que abrir la ventana y tomar aire. Pienso: un país que en las dos últimas guerras mundiales perdió a millones de jóvenes en batallas absurdas ahora prefiere a las mujeres para ser soldados.

Pienso en esos libertarios y libertarias que hace ya dos siglos salieron a las calles de todo el mundo para pedir la eliminación de los ejércitos y lograr la paz eterna en el mundo. Recuerdo cuando llegué a la Alemania de posguerra con sus ciudades totalmente convertidas en ruinas y a sus mujeres levantando los ladrillos sueltos y tratando de reconstruir lo destruido por los hombres mientras sus hijitos las tomaban de las piernas para que no los olvidaran. Y ahora, las nuevas generaciones las quieren hacer soldados y las prefieren a los hombres, según el aviso oficial.

Sabemos ya que esto no es nada bueno, hace años que las puertas de los cuarteles se abrieron para las mujeres en casi todos los ejércitos del mundo, pero que ahora las prefieran a ellas como soldados antes que a los hombres, no, no es ni siquiera imaginable, ni se puede interpretar como una fantasía de la realidad humana. “Ahora prefieren a las mujeres porque dicen que son más obedientes que los hombres”, me responde un sociólogo ante mi desesperación.

No, me digo, no pueden ser obedientes a la muerte. En el diario de esta mañana viene un reportaje a un octogenario que luchó en Stalingrado. Allí murieron 150.000 jóvenes soldados alemanes. Jóvenes, recién salidos a la vida. Me imagino sus rostros. Muertos destrozados por las balas de fusiles, de ametralladoras, de cañones; destrozados por bombas. Destrozados. Algunos ya habrían llegado a la edad del amor y habrán pensado en esos últimos momentos en los rostros de sus amadas que los esperaban en la lejana patria. ¿Y ahora? Ahora también han sido enviadas a Afganistán mujeres uniformadas que hacen la venia mejor que los hombres. Ya en casi todos los ejércitos del mundo hay mujeres en uniforme.

Voy a mi biblioteca, tengo más de veinte libros de autores pacifistas. Páginas inolvidables, plenas de generosidad y de almas emocionadas. La paz eterna. Como contrapartida, hoy, mujeres en uniforme. A las que traen la vida en sus cuerpos les enseñan a matar. Voy a ir a golpear las puertas de las feministas, me digo, y les voy a llevar los libros de los pacifistas. Miro el aviso de mujeres sonrientes en uniforme. Sí, el aviso dice que las mujeres tendrán prioridad en el ingreso militar a los hombres en el caso de calificaciones iguales. Si lo leyera Kant, si lo leyera Schopenhauer...

No, no puede ser. Sí, lo es. Pienso en los pacifistas que se negaron a ir a la guerra y fueron presos o fusilados. Pienso cuando me negué en el servicio militar a ir a la instrucción militar y fui destinado a barrer y encerar pisos de los despachos de los señores oficiales durante dieciocho meses.

¿Qué hago con los libros pacifistas? ¿Los beso? ¿Los pongo abiertos en la mesa del comedor, hago cuadros con los retratos de sus autores para llenar las paredes de la casa donde vivo?

Salgo a caminar por el bosque, hay árboles de más de cien años que nos miran. Me acerco y acaricio sus cortezas. Pasan corriendo unos niños que pegan gritos alegres. Vuelvo y me pongo a escribir esta nota. Ojalá la lean mujeres y que salgan después a la calle con carteles: “La mujer trae la vida, no la muerte”.

Porque ahora vamos a otra realidad indiscutible y publicada por la mayoría de los diarios: los niños bajo el nivel de pobreza en Europa. Una discusión profunda que se ha iniciado en la Unión Europea. Comenzó con el plan alemán de aprobar una ayuda a los hogares con niños, un dinero de “asistencia”, es decir, una ayuda de cien euros por niño menor de tres años que no son enviados a jardín de infantes porque la madre no trabaja afuera. Esto se debe a que se ha comprobado que en Alemania –el mejor país europeo de nivel económico–, en Berlín, el 36,3 por ciento de los niños está bajo el nivel de pobreza; en Hamburgo, el 24 por ciento; en Baden-Württemberg, el 11,2 por ciento; en Sajonia, el 26,4 por ciento, etc. Este estudio ha sido realizado por la Fundación Bertelsmann. El otro plan es construir lo más rápido posible jardines de infantes para la totalidad de los niños. Y, por supuesto, con comedores infantiles.

Sorprende, de pronto, esta realidad. Sería muy informativo que también, países europeos como España, con alto grado de desocupación, Grecia, Portugal, etc. realizaran un estudio así. Los niños son lo más sagrado de la vida humana y a ellos tiene que estar destinado lo necesario para darles un futuro digno. Y no emplear el dinero que les corresponde en construir aviones de guerra, tanques blindados y armas cada vez más sofisticadas. Pareciera que la humanidad no aprende, pese a los grandes pensadores. Es que se hace cada vez más necesario discutir el sistema. Hasta Francis Fukuyama, el politólogo norteamericano defensor acérrimo del capitalismo, ha puesto en duda el sistema en sus últimas declaraciones, donde considera “amenazado el sistema actual de las naciones industriales occidentales” y exige “un cambio firme en la política”. “Pienso en la búsqueda de un justo crecimiento de la economía –sostiene Fukuyama–; nuestro modelo social occidental ha caído fuertemente por la erosión de la clase media. Eso es muy malo para la democracia. Cuando las ganancias sean repartidas de manera igualitaria, la ciudadanía confiará más en sí misma y no existirá entonces una elite que goce de una entrada privilegiada entre los políticos que hacen valer sus intereses.”

Aunque mínima la reacción, se nota que hasta los más fieles al sistema están preocupados por la crisis tanto en Estados Unidos como en Europa.

Pero no todo suena como para entrar en depresiones ni desconsuelos. En Francia acaba de ocurrir un episodio que nos llena de orgullo. El Senado francés aprobó una ley que pena con un año de prisión y 45.000 euros de multa a todo aquel que niegue el genocidio armenio cometido por los turcos. El gobierno turco, en vez de aprender de la historia, tomó las represalias de siempre: retiró su embajador de Francia, no permite la entrada de aviones militares franceses a su territorio ni tampoco barcos de guerra franceses a sus aguas ni realizar maniobras militares conjuntas. Cuando no se puede responder a la verdad se toman esas medidas sin ningún sentido humano. Como decimos siempre, la verdad tarda a veces mucho tiempo, pero finalmente llega. Francia recibió en 1915 a miles de armenios que pudieron salvarse del genocidio. Hoy la colonia armenia en tierras francesas cuenta con más de 600.000 habitantes.

Mujeres soldados, niños en la pobreza en esa Europa que hace ya más de dos siglos comenzó a cantar aquel: “Libertad, Igualdad, Fraternidad” de la revolución de 1789. Pero entre lo injusto, de pronto la ventana de aire fresco que se abre: no al genocidio de pueblos.

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