Vie 15.02.2002

CONTRATAPA

Se vienen los soviets

Por Herman Schiller

La Nación, el tradicional vocero de los dueños de vacunos que fundara el general Bartolomé Mitre; el diario que tuvo el triste privilegio de ser el primero en introducir en nuestro país las formas más salvajes de antisemitismo a través de una novela de Julián Martel titulada La bolsa, que publicó en forma de folletín en 1890 (en coincidencia con el odio a los judíos que ardía en Francia bajo la instigación de Eduard Drumoond, autor de La France juive); La Nación, decía, el mismo diario que apoyó a todas las dictaduras militares argentinas del siglo veinte (desde Uriburu a Videla) y coqueteó con las potencias fascistas en las décadas del veinte y del treinta, ayer arremetió contra las asambleas barriales, advirtiéndoles a sus lectores que “pueden acercarse al sombrío modelo de decisión de los soviets”.
Con la voz de ultratumba y las solemnidades inquisitoriales de Torquemada o los exabruptos del senador Joseph Mac Carthy contra los Rosemberg, es ese diario y no otro el que está desempolvando buena parte de su léxico reaccionario para anatematizar a esos verdaderos ágoras de la protesta popular que surgieron en Parque Centenario, Belgrano, Villa Urquiza, Almagro y tantos otros barrios.
“Estas asambleas –pontifica el rotativo de la calle Bouchard– son a veces copadas por agentes de ideologías extremistas.” A continuación se apoya en las circunstancias históricas argentinas surgidas después de Caseros para recordar que la Constituyente de 1853 sentenció que el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes por “el horror” (sic) que “les inspiraba a los constituyentes la amenaza de las turbas desatadas”.
Las asambleas barriales son un fenómeno extraordinario y participativo que se ha multiplicado en distintas zonas de la Capital y el resto del país como respuesta al acelerado deterioro de los políticos tradicionales, cómplices por acción u omisión del saqueo y el desmantelamiento del país. Para La Nación, en cambio, son un peligroso germen que hay que combatir.
A lo mejor por esa razón este matutino llamó recientemente a aumentar la represión contra los elementos “subversivos y disolventes”, obviando, naturalmente, toda mención a los crímenes perpetrados por la policía el 20 de diciembre último. Las sagradas instituciones de la patria no se tocan, y menos la policía, que como se sabe es toda una garantía para el “orden”.
La Nación suele ufanarse de su liberalismo y, habitualmente, hace piruetas discursivas para demostrarlo. Pero en realidad ese “liberalismo” (que, en realidad, es ultraliberalismo) se reduce al ámbito de la economía. En lo político, como ocurre con el conjunto de la derecha argentina asustada por la radicalización de las masas y la utilización de consignas propias de la izquierda (“no al pago de la deuda externa”, “rompamos con el FMI”, “estaticemos las empresas privatizadas”), no deja de desnudar cada día más su verdadero rostro fascista.
Julio Ramos, en su rapto de honradez intelectual que no es muy común hoy entre los voceros de la patria financiera, admitió el domingo a la noche, por TV, que los ricos tienen mucho miedo. Y por eso, añadió, tienen preparados los helicópteros para huir en caso de fuerte eclosión social.
La Nación, que como todo burgués asustado deja a un costado las hipocresías del gentleman para sacar a la superficie su intimidad fascista, representa como pocos ese pánico de la derecha. Y, al exorcizarlo histéricamente por el auge del asambleísmo, lejos de amedrentar no hace sino alentar el avance popular sobre el Palacio de Invierno.

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