› Por Juan Gelman
Su nombre es Rafid Ahmed Alwan al-Janabi y el lunes pasado reiteró en el programa Modern Spies, de la BBC2, lo que ya había confesado al periódico británico The Guardian: él fabricó la falsedad de que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva, el argumento central de W. Bush para invadir y ocupar Irak. Se recuerda el énfasis con que el general William Powell, entonces secretario de Estado, defendió ante el Consejo de Seguridad de la ONU, un mes antes de los hechos, la necesidad de intervenir militarmente en el país asiático mostrando el plano de un supuesto laboratorio móvil de gases letales (//fórums.digitalspy.co.uk, 24-12).
Al-Janabi huyó a Alemania en noviembre de 1999 y buscó refugio político aduciendo que era ingeniero químico –se abstuvo de decir que no graduado– y que tenía información decisiva para Occidente. Lo acogió el servicio de inteligencia del país, la BND, que lo mantuvo a su disposición hasta septiembre del 2001 y le dio un nombre de guerra, Curveball. A pesar de las inconsistencias de sus afirmaciones, el organismo de inteligencia del Pentágono las dio por buenas y sobre todo el vicepresidente Dick Cheney, ansioso por declarar la guerra a Saddam. “Les conté lo que querían oír”, dijo el “informante” Al-Janabi. Lástima que el cuento costó más de 100.000 vidas, incluidas las de 4416 efectivos estadounidenses, para no hablar de los billones de dólares que el complejo militar-industrial embolsó agradecido.
Es la primera vez que Curveball reconoce sus falacias por televisión y usó su ajada defensa propia: “Mi propósito principal fue derrocar al tirano de Irak, porque cuanto más tiempo conservara el poder, más iba a sufrir el pueblo iraquí la opresión del régimen”. No parece que el pueblo iraquí, con cuatro millones de desplazados, haya dejado de sufrir durante nueve años de guerra. Al-Janabi había declarado antes a The Guardian sin pedir disculpas: “Tuve la posibilidad de fabricar algo para derribar al régimen. Y mis hijos y yo estamos orgullosos de esto y de haber sido la razón que dio a Irak un margen para la democracia” (www.guardian.co.uk, 15-2-11). Como observó La Rochefoucauld: “El orgullo no quiere deber y el amor propio no quiere pagar”.
Colin Powell presentó las fantasías de Curveball al Consejo de Seguridad de la ONU como “hechos y conclusiones con base en sólidos datos de inteligencia” y las primeras declaraciones de Al-Janabi lo llevaron a exigir al Pentágono y la CIA que le explicaran por qué no lo habían alertado sobre la no confiabilidad de una fuente clave para desatar la guerra que fue presentada al Congreso como indiscutible y cierta. Antes de la invasión circulaban versiones de que la información no era fidedigna, pero no hay peor sordo que el que quiere invadir. El coronel Lawrence Wilkerson, ex jefe de gabinete de Powell, manifestó que Cheney había engañado a su general para vender la guerra de Irak al pueblo de EE.UU. (www.youyube.com, 17-2-11).
Wilkerson admitió que había dirigido el equipo que diseñó los gráficos del presunto laboratorio móvil iraquí de armas biológicas y explicó: “Los datos de inteligencia se manipularon en función de la política” (www.independent.co.uk, 1-4-12). En la primera de las dos partes de la entrevista que la BBC2 emitió el lunes, Al-Janabi mostró su cinismo imperturbable. “Fuimos a la guerra con Irak por una mentira. Y esa mentira fue su mentira”, le espetó el periodista. La respuesta de Curveball fue un tranquilo “Sí”.
“La BND supo a fines del 2000 que yo mentía después de hablar con mi ex jefe, el Dr. Bassl Latif, quien aseguró que no había fábricas móviles de armas biológicas”. Durante 18 meses (los servicios de inteligencia alemanes) me dejaron en paz y pensé que todo había terminado”, afirmó el falso espía. “De repente –agregó–, volvieron a verme y me preguntaron más detalles sobre lo que les había dicho. Todavía no sé por qué la BND pasó mi información a la CIA y terminó en el discurso de Powell.”
El porqué no es inimaginable: W. Bush insistió en llevar a la práctica el mismo plan que le fuera rechazado a su padre. Nunca reconoció la falsedad de los datos que, según él, justificaban la guerra con Irak y mucho menos lo hizo su vicepresidente, Dick Cheney. La invasión estaba decidida de antemano y las mentiras de Al-Janabi vinieron como anillo al dedo.
George Tenet, entonces director de la CIA y responsable de la autenticidad de la información de inteligencia que el organismo reúne, intentó una pálida excusa en su libro At the Center of the Storm (HarperCollins Publishers, Nueva York, 2007): sólo dudó de los datos de Curveball –dice– dos años después de la invasión, “demasiado tarde para hacer algo al respecto”. Confiado, el hombre.
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