CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR
› Por Juan Sasturain
En julio de 1962 –van a cumplirse en estos días cincuenta años–, en la segunda etapa de la mítica revista Misterix, puesta en el kiosco semanalmente por Editorial Yago, apareció la primera entrega de una historieta memorable: Mort Cinder. Dibujada por Alberto Breccia y guionada por Héctor Germán Oesterheld, se prolongó por dos años a lo largo de diez episodios y más de doscientas páginas increíbles, hasta interrumpirse en el verano del ’64. Mort Cinder es considerada hoy –y desde hace mucho– un auténtico clásico, una obra maestra de la historieta universal.
Breccia y Oesterheld –con algo más de cuarenta años por entonces– venían de realizar juntos Sherlock Time en la revista Hora Cero a fines de los cincuenta, y tras al fracaso económico de Editorial Frontera, derivaban sin anclaje firme. Comenzaba un período de incertidumbre para la historieta argentina tras un período áureo, y estos dos grandes protagonistas, con esta explosión de creatividad más o menos contaminada de angustia y oscura reflexión plástica y narrativa que son las historias del inmortal testigo de los tiempos y la memoria universal que muere cada vez (Mort Cinder es “muerte” y “ceniza” desde el nombre), cerraban un ciclo con un paso desmesurado hacia lo que todavía no se veía ni venir.
Después, a fines de los sesenta, como hechos aislados, producirían juntos la Vida del Che y la segunda versión (inconclusa) de El Eternauta original, en ambos casos con la presencia activa del joven Enrique Breccia de ladero. Pero ya eran otros tiempos: la consagración crítica y académica –artículo luminoso de Oscar Masotta en la efímera revista LD (literatura dibujada) y la muestra en el Instituto Di Tella durante la Bienal Internacional de la Historieta de 1968– coincidía para Breccia con el inicio de un período que se prolongaría a lo largo de los siguientes veinte años, en que produciría sobre todo sus nuevas obras maestras para el mercado europeo; Oesterheld, a su vez, se entregaría a la militancia revolucionaria que lo convertiría en una víctima más de los años de plomo.
Mort Cinder –que el lector puede encontrar, por suerte, en ediciones argentinas de Colihue o de la popular colección de historietas que sacó Clarín hace unos años– es una obra maestra de transición, una genialidad incomparable. No vale la pena contarla aquí, hay que leerla. Sólo quiero recoger un testimonio.
Tuve la suerte o el privilegio, hace ya muchos años, de sentarme a lo largo de varias tardes de invierno a grabar los recuerdos de Alberto Breccia. Les transcribo algunos párrafos relativos a la historieta a la que hoy le festejamos el cincuentenario. Yo pregunto y el Viejo Breccia contesta:
–Estabas en uno de esos momentos de transición, al desvincularte de Quinterno y con Frontera prácticamente desaparecida. Antes de que salga la nueva etapa de Misterix, ¿qué hacías?
–Changuitas, alguna tapita para Códex, laburos minúsculos. Pero después me llama Romay, para hacer una aventura con Héctor en Misterix. Que va a ser Mort Cinder...
–¿Cómo es el contacto entre ustedes?
–Me llama Romay y nos reunimos. Héctor me manda con el suegro un primer esbozo de argumento y yo le dije que no, que mejor nos reuníamos y lo charlábamos. Y empezamos a reunirnos en El Palacio de las Papas Fritas, en Corrientes, y ahí comenzamos a bosquejar la historieta. Yo estaba enloquecido con el argumento y empecé a buscarle la cara a Mort Cinder. Pero no había caso.
–Te gustaba la historia.
–¡Sí! Pero no le encontraba la cara a él. Entonces le pedí a Héctor que demorara la aparición de Mort Cinder varias semanas, que una vez que yo me metiera en la historieta iba a salir solo. Y así fue, cuando salió del sepulcro, salió solo Mort Cinder.
–Claro, vos me lo contaste alguna vez. Terminó teniendo la cara de Horacio Lalia, que trabajaba con vos entonces.
–Sí, más o menos. Son rostros, como en el caso de Sherlock Time, de los que yo llamo cara de lata, la propia del héroe... Tienen rasgos más simples, no tan cargados como los de los secundarios.
–Mort Cinder de algún modo empieza sin él, con el anticuario solo, en el unitario del amuleto egipcio que termina con la cara de Ezra mirando a cámara y diciendo: “¿Está el pasado tan muerto como pensamos?”.
–Lo hicimos para un número extra que yo dibujé la tapa.
–Eso me lo mostraste. ¿Cómo era ese proyecto de la segunda época de Misterix? ¿Había plata ahí?
–Quién financiaba el proyecto, no lo sé. Pero era poca plata.
–A vos te gustaba mucho lo que estabas haciendo...
–Sí, mucho. Lo hacía con un cariño.
–Y esos originales te los llevabas de la editorial y te los traías a casa.
–Sí, sí. Esos los recuperaba.
–Inmediatamente.
–De inmediato. Ahí los llevaba yo y los traía yo. Porque además no había nadie acá... No, estaba Lalia, claro. Pero iba yo. Me acuerdo que en algún momento hicimos una reunión acá y surgió la idea de que uno fuera a Europa a vender el material que se producía. Creo que me habían propuesto a mí y yo les dije que no, porque mi mujer ya estaba enferma. Yo después me enteré de que Mort Cinder no gustaba en Europa, no interesaba. Se vendían otras historias. Pero todo eso era muy, muy...
–Vendían, por ejemplo, el laburo de Del Castillo. Garret, esas cosas de Arturo, de cowboys...
–Sí, y Mort Cinder no andaba. Pero todo eso te lo digo pero no te lo puedo asegurar, porque eran versiones. Era todo muy confuso. Acá, toda la parte de historietas hasta determinada época era una confusión, una de afanos y de mentiras...
–Y ahí aparece Pratt también. Porque Hugo en un momento dado se hace cargo de Misterix antes de volverse definitivamente en el ’64.
–No sé. Pero sé que él se lleva las cosas a Génova, va a trabajar y publicar con Ivaldi.
–¿Y ustedes?
–Héctor, en medio de Las Termópilas, suspende el Mort Cinder durante meses. Porque no había cobrado.
–En este caso él no tenía nada que ver con la empresa. Era empleado, como vos.
–Cobraba muy poca guita, como yo cobraba muy poca guita.
–En comparación con lo que habías ganado antes...
–No era nada. Prácticamente nada. Entonces yo, para ver si conseguía interesarlo a Héctor, me invento toda una mentira de que la King Feataures estaba interesada, porque yo me comuniqué con la King Features, realmente. Hablé con el que era el presidente de los corresponsales extranjeros y él la mandó a los EE.UU. Y entonces con esa carta le dije a Héctor que podía colocarse en los EE.UU. (era falso, porque no les había interesado) y que por favor me terminara Las Termópilas. Me la terminó; si no, hubiese quedado inconclusa.
–Y ahí terminó.
–Y ahí se cortó Mort Cinder, Héctor no quiso seguirla. Posteriormente, años después, me dio un hermosísimo argumento...
–Diligencia de Cuchillo.
–Exactamente. Que después se lo vendió a otra persona.
–Si un día lo encontramos –porque seguro que debe andar por ahí entre los papeles de Héctor– sería lindo que lo hicieras.
–Era un hermosísimo argumento. Pero, bueno, ahí se terminó...
Tal cual el recuerdo. Ustedes, lectores, saben que Oesterheld desapareció en el ‘77 y que el viejo Breccia murió en el ‘93, unos cinco o seis años después de esta charla que acabo de transcribir.
Pero Mort Cinder sigue ahí.
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