› Por Rodrigo Fresán
UNO Del mismo modo que en el juego Batalla Naval “tocado” no es “hundido” pero...; a la hora de la gran sangría, “mordido” no es “vampirizado” aunque... Mientras tanto y hasta entonces (en esa breve pero definitiva distancia que va del infectado al cadáver o, si el conde así lo dispone y permite ser sangre de su sangre, al flamante pinchador de glóbulos rojos) está esa zona más agonizante que muerta. Zona en la que la víctima sueña con ser victimario y se niega toda realidad y se ocultan las heridas en el cuello con una bufanda y se evita mirar fijo a espejos y se escapa de la luz del sol y de las preguntas incómodas y preocupadas y sólo se sueña con dormir mucho durante el día y descansar en paz. Y si se viene la noche...
Así, exactamente así, está hoy Mariano Rajoy, piensa Rodríguez.
DOS Y una de las constantes vitales/mortales del vampirizado es la de negar que ha sido mordido hasta que –poco a poco y gota a gota– lo van dejando en los huesos. “La fuerza del vampiro reside en el hecho de que nadie cree en su existencia”, dice el especialista en estacas y perseguidor de no-muertos Abraham van Helsing en Drácula. El problema es que Rajoy (evitando pronunciar la palabra rescate y prefiriendo eufemismos supuestamente tranquilizadores como “línea de crédito” o “préstamo bancario en condiciones muy ventajosas”) está convencido de ser Van Helsing. Pero en realidad es el intervenido y servil y alucinado Renfield, sobreviviendo a base de las moscas dentro de su celda lunática mientras anuncia la cataclísmica para todos pero regocijante para él llegada de su nuevo amo.
TRES Zapatero –a quien Rodríguez volvió a ver no hace mucho en una foto, de compras por París y, patriota siempre, cargando bolsas de Zara– era como el tan ingenuo y bienintencionado agente inmobiliario Jonathan Harker. Y, sorpresa, Rodríguez comienza a recibir e-mails que reivindican la figura del ex ZP y defensor acérrimo del talante y fanático lector del Quijote quien, en su momento, se negaba a susurrar la palabra crisis. En estos comunicados eléctricos se reivindican su política humanista y revolucionaria (adiós a Irak, ley del matrimonio homosexual, del aborto, de la memoria, de dependencia, de igualdad, de la violencia machista, de apoyo a la inmigración), su sueño de alzarse con un ahora devaluado Nobel de la Paz por firmar la paz/fin con/de ETA, el haberse resistido el rescate y, por supuesto, “de propina, ganamos nuestro primer Mundial de Fútbol”.
Zara es esa popular cadena de tiendas del gallego Amancio Ortega, cuarto hombre más rico del mundo, número uno de Europa, con 31.409 millones de euros en sus arcas (por encima del sueco Ingvar “Ikea” Kamprad y del francés Bernard “Louis Vuitton Moët Hennessy” Arnault), y a quien, vía Twitter, le piden que se convierta en el nuevo jefe de Gobierno o en ministro de Economía o, al menos, en presidente del Deportivo de A Coruña.
CUATRO Y, sí, pánico y circo. A Nadal le roban y le recuperan un reloj de 300.000 euros (¿Qué hora es? Las 5000 de la tarde) y la Eurocopa como cortina de humor. Si gana España, sus jugadores se llevarán –descuento exacto en el sueldo de Rodríguez para “apoyar a la empresa en estos tiempos”– un 20 por ciento más en primas que en el 2008. Y nueva publicidad de Coca-Cola de la variedad “emotiva”. Rodríguez sospecha que, detrás de todo, hay un publicista argentino. Tal vez hasta sea ese publicista argentino del 4to. B que no deja de mirarle el culo a la hija de Rodríguez y de proponerle que se presente a castings. Allí, en ese spot, todo comienza con recientes titulares catastróficos ibéricos en primeras planas de periódicos que, enseguida, se convierten en papel picado a arrojar desde tribunas triunfales mientras noticias positivas y españolas son recibidas por coro mitad celestial mitad hooligan. Todo eso para tapar el aleteo de la Condesa Báthory alemana a quien todos señalan como la mala malísima. Rodríguez, claro, no cree en la teoría del villano absoluto (porque hasta Drácula tiene su costado triste y sufrido; revisar versión de Coppola en la que el aristócrata anciano de siglos parece un Papa decadente) pero sí en las grietas en el mausoleo de una Europa feroz nunca del todo bien plantada en la tierra y que, de pronto, pasa del “sálvese quién pueda” al “ojalá que se ahogue ese otro”. Parecido pero no igual. Nacionalismos y racismos y recetas separatistas y acusaciones cruzadas acerca de quién trabaja más, quién contribuye menos a la causa, quién es como ese tío parásito que se alimenta de la hemoglobina ajena, quién es del Norte y quién es del Sur. Grecia –con su dioses en ruinas y sus neonazis rampantes– es la principal acusada. Y Rodríguez sigue ahora, en directo, las elecciones en ese pobre país del que alguna vez salió TODO pero que ya hace mucho comenzó (falta menos para que los chinos se lleven a Jesucristo y lo rebauticen como José Luis o Pepe) a ser desvalijado de dioses y de templos. Ahí y ahora, aseguran los “especialistas” se juega TODO. Porque, dicen, TODO depende de que Grecia se quede o salga de ese euro, en cuya versión helénica, en la moneda de 2 euros, está grabada la divina violación y el toreado rapto de Europa. Pero Rodríguez no está tan seguro de ello, porque NADIE parece entender o saber NADA. Y –sangre de mártires y arena de castillos– millones de españoles tampoco. El lunes –el “respiro” por el resultado de las elecciones griegas duró apenas una hora y pareció más la continuación de un ya largo “último aliento”– volvió a volar la prima de riesgo y a enterrarse la Bolsa, el bono a diez años trepó por las paredes hasta el 7 por ciento, y ya se habla de un segundo rescate, o vaya a saber uno cómo se llamará o lo llamarán Rajoy & Co. Rodríguez propone –mientras los líderes del G-20 vuelan hacia un resort mexicano para otra foto pactando “acuerdos de mínimos”– “fortalecimiento de los patrones financieros para potenciar la mejor circulación y tracción sanguínea de recursos explotables mayoritarios en beneficio de sectores puntuales”. Es decir: a seguir chupando, a continuar extrayendo, que sobran cuellos y así, a la mañana siguiente de abrir las ventanas (recordar esa genialidad protocolaria de Stoker en cuanto a que el vampiro no puede entrar a tu casa a no ser que lo invites antes) más gente por la calle y en la calle. Pálidos, anteojos oscuros, pasajeros en trance, y el problema es que a los españoles les gusta mucho el ajo en la comida.
Y que Zeus y Hera y Apolo y Artemisa y Afrodita y Poseidón y Dionisio y todos los demás –menos Hades, porque ya estamos en su reino– nos ayuden. Mucho.
CINCO En Grecia –país más desértico de Europa junto con, ay, España, que se enfrenta a sequía crónica a corto plazo– les dicen vrykolakas. Pero a no engañarse: les digan como les digan –en principio y al final, para cada vez más europeos que los han convertido en el monstruo a perseguir y estaquear– siguen siendo vampiros. O, mejor dicho, víctimas de vampiros que –si tienen “suerte” y no mueren en el duro y agotador proceso del mordisqueo– acaban siendo nada más y nada menos que seres con sed y con hambre y a la espera no de que alguien los rescate pero sí de que los invite a comer y beber.
Gratis, de ser posible. Pero, se sabe, a esta bajísima altura, ya nada se regala.
Y nunca se aprende cuando lo único que se enseña son los colmillos.
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