CONTRATAPA
Borracheras
› Por Juan Gelman
Un fantasma recorre Europa: buuuuuuuuuuuuuuuuu(SH). Es que las metas de la guerra “antiterrrorista” van cambiando como las estaciones. Primero fue Osama bin Laden –que curiosamente ha desaparecido del discurso actual de Bush hijo–, y el Afganistán que lo albergaba. Ahora “nuestra misión –dijo el mandatario estadounidense– también incluye a los países que desarrollan armas de destrucción masiva, naciones con una historia de brutalidad”. Esta definición preocupa: ¿qué? ¿Bush hijo planea bombardear Estados Unidos?
Su creación más reciente, “el eje del mal” –Irak, Irán y Corea del Norte– ha despertado la preocupación de Europa Occidental. Se explica. Bush hijo anuncia, prepara y decreta la guerra contra Irak haciendo caso omiso de sus aliados, para no hablar de las Naciones Unidas. Chris Patten, comisario de la Unión Europea, reiteró al diario británico The Guardian que el presidente norteamericano adopta hacia el mundo una postura “peligrosa, absolutista y simplista” y que ha llegado la hora de que los gobiernos europeos detengan a Washington antes de que inicie una “marcha unilateral”. El ministro alemán de Relaciones Exteriores, Joschka Fischer, subrayó que “un mundo con 6 mil millones de habitantes no puede ser conducido hacia la paz por una sola potencia, aunque sea la más fuerte del mundo”. Claro que eso no impide que Bonn envíe a Kuwait una unidad de su ejército especializada en la detección de armas nucleares, biológicas y químicas: se supone que Irak las posee.
El canciller alemán Gerard Schroeder y el presidente francés Jacques Chirac han insistido en que cualquier acción militar contra Irak debería ejecutarse en el marco de las Naciones Unidas, una idea sumamente impopular en la Casa Blanca y el Capitolio. El presidente ruso Vladimir Putin señaló que un ataque contra Irak pondría en peligro la coalición antiterrorista mundial y que “está lejos de ser la única, universal y mejor solución”. Pero Washington está borracho de soberbia. Envalentonado por su fácil victoria en Afganistán, cree que puede someter a cualquier país con bombardeos evitando los costos de Vietnam e instalar gobiernos clientes sin necesidad de las fuerzas armadas de los aliados. En fin de cuentas, lo que Moscú no pudo en 10 años, Washington lo consiguió en pocos meses.
En efecto, Estados Unidos es la mayor potencia militar del planeta y éste es otro motivo de preocupación para los europeos. Bush hijo ha llevado su presupuesto de defensa de este año a 331 mil millones de dólares: es mayor que los presupuestos de defensa sumados de las nueve naciones militarmente más poderosas después de EE.UU. Sólo el aumento del 14 por ciento de ese presupuesto –unos 48 mil millones de dólares– supera con creces el presupuesto de defensa de cualquier país de la OTAN. El periodista Thomas Friedman describió la situación gráficamente en su columna de The New York Times: “Nos acercamos cada vez más a un apartheid militar dentro de la OTAN. EE.UU. será el chef que elegirá el menú y que cocinará todas las grandes comidas, y los aliados de la OTAN serán los ayudantes de camarero que esperan de pie alrededor, limpian los restos y mantienen la paz, indefinidamente”. Pareciera que la Casa Blanca quiere desterrar en sus socios de la OTAN cualquier idea de alcanzar, no se diga rivalizar, su poderío militar. Este ha sido un propósito explícito del plan estratégico que trascendió a la prensa en 1992 y fue preparado por dos halcones hoy con fuerte influencia en el gobierno Bush hijo: Paul Wolfowitz, subsecretario del Pentágono, y Lewis Libby, asesor del vicepresidente Cheney. Como dijera Michael Klare, experto en seguridad nacional del Hampshire College de Massachusetts: “Tenemos que empezar a usar la letra ‘H’ –de hegemonía– para describir la política (exterior) de EE.UU.”. A principios de febrero tuvo lugar en Munich una reunión a la que asistieron 250 funcionarios de ministerios de la defensa y expertos militares de 43 países que forman parte de la coalición armada por Colin Powell. Los delegados estadounidenses regresaron de mal humor y con la soberbia en excelente estado. El representante Lindsay Graham notó en los europeos “incomodidad acerca de cómo iban las cosas con Irak” y un descontento generalizado por la doctrina del “eje del mal”. Eso no preocupó a Graham: “Para mí –soltó– la OTAN no es un actor importante en la guerra mundial contra el terrorismo”. El senador John Kyl, en cambio, se irritó: “Fundamentalmente, muchos se muestran muy reacios a ayudarnos. Todo ese retorcimiento acerca de cómo (Bush) lo dijo encubre un ‘no queremos hacer nada’”. El secretario de Defensa más poderoso del mundo, Donald Rumsfeld, acaba de protagonizar un acto de autoritarismo ridículo: criticó acerbamente al diario inglés The Mirror porque había publicado unas fotos de prisioneros afganos en Guantánamo –arrodillados en el suelo, cabeza afeitada, con orejeras y vendas en los ojos– bajo el título “¡Tortura! ¿Qué sigue? ¿Electrodos?” Nada de críticas al amo, y menos del periodismo.
Washington pretende embarcar al mundo en una guerra contra los países del “eje del mal” porque –reiteró Ari Fleischer, vocero de la Casa Blanca, después de las críticas europeas– “constituyen un peligro claro y presente para Estados Unidos”. El subjetivismo imperial y triunfalista de Bush hijo no le permite recordar que, además de Estados Unidos, hay otros países en el mundo. Casi 200.