Sáb 07.06.2003

CONTRATAPA

El dentista del General Roca

› Por Osvaldo Bayer

Estamos viviendo el tiempo de la escoba, después de tantos años de crímenes, mentiras, disimulos, obediencias debidas, de cambiar todo para no modificar nada. Al parecer, se ha comenzado a revolver los podrideros y sacar de las pestañas a los que se habían aguantado veinte años en las sombras para seguir dominando. Primero le acaba de tocar al Ejército, con unos cuantos generales de chaqueta con manchas de sangre; luego a la policía, con sus uniformes azules duros de puro barro, sangre, billetes y balazos arteros, y ahora estamos pasando a los jueces, cofradía de zapatos lustrados y alma de guerra, y más adelante tendríamos que llegar allí donde la sociedad más pudrió lo que el pueblo argentino desde siempre había tenido como una bandera de lucha y de principios: el movimiento obrero. Los “gordos” dueños de un nivel de vida y un lenguaje que es un insulto ante la pobreza de los hijos de la tierra. Los gordos, de traje a medida, autos último modelo, representantes de “nuestra clase trabajadora”. ¿Cómo se pudo llegar a ese ridículo? Si tomamos a un dirigente metalúrgico de 1919 marchando durante la Semana Trágica, con su gorra, su pañuelo al cuello, su chaleco desflecado, sus alpargatas, dando la cara ante los milicos de siempre por las sagradas ocho horas de trabajo, y lo comparamos con el secretario general de la CGT, nada menos, Daher, ya podemos calcular todo. La frase final es aquella que dijo Daher poco antes del 1º de Mayo: no, no se hace demostración de los trabajadores porque hay inundación en Santa Fe. Así terminan –parece pura imaginación– aquellas demostraciones de principios de siglo que hacían reventar la Plaza Lorea, pese a los tiros y las amenazas de la montada. Miles y miles de trabajadores por sus derechos. No, no, ahora los discípulos del tordo y de Barrionuevo se van a jugar al golf o a cazar.
En medio de este clima de Sodoma y Gomorra acaba de morir uno de los héroes máximos del movimiento obrero argentino, don Domingo Trama. A los 92 años. Dirigente de la huelga más larga del siglo, la de los obreros de Talleres Navales, sí, la misma del coronel Ramón Falcón que se dedicó a matar obreros.
Don Domingo Trama, el dirigente que cuando las marchas obreras eran atacadas por los uniformados eternos, él se quedaba. No huía. Allí estaba, mientras pasaban los sablazos y los tiros. ¡Qué orador! Lo escuché hablar más de una vez con su lenguaje que parecía de hombre de campo pero que había surgido desde niño de los talleres del Dock Sud y de La Boca. Muchas veces tenía que hablar en xeneize, para que lo entendieran los obreros recién llegados de la Liguria. Así vivió, siempre primero cuando se trataba de defender un derecho, con sus brazos largos ordenando las columnas obreras. Domingo Trama. Cuando lo despedimos ante su último lugar terreno le dije, así de simple, que le llevara el saludo de los pobres argentinos a los dos héroes Sacco y Vanzetti, por los cuales luchó a pedrada limpia en las calles de la adolescencia, contra la policía de azul y el ejército marrón terroso. Humilde, con monedas en el bolsillo, pero siempre con el boletín del sindicato recién impreso.
Domingo Trama, uno de nuestros últimos Hijos del Pueblo. Por supuesto, de la CGT de los gordos no vino nadie a traer una flor o una frase. No sabían ni quién era. Del restaurante de Puerto Madero los llevaron sus choferes a dormir la siesta al Hyatt. Mientras el pueblo sigue humillado con sus hijos durmiendo en la calle.
Domingo Trama: trece meses de huelga a pura lucha en las calles de La Boca. Las mujeres del barrio le salían al encuentro a darle el sandwich de milanesa para que siguiera sus actos relámpagos libertarios. Cuándo volverán desde el horizonte luchadores obreros así que les pinchen las gomas a las limusinas de los gordos y los corran a los Barrionuevos.
Otro tema actual son las tierras patagónicas. Se acabó la obediencia debida y el sí inclinado de los esclavos. Ahora los habitantes legítimos dicen basta y no se van cuando vienen los jueces blancos con los de gorray machete. Lo que acaba de ocurrir en la bella Villa La Angostura, allá en los Andes sureños, zona de paraísos, parece una novela por episodios donde el principal personaje es el coraje civil. Todo empezó de acuerdo con el orden establecido. El 15 de mayo la jueza Norma González de Galván –muy diligente ella– ordenó el desalojo de la familia mapuche Quintriqueo de terrenos que ellos ocupan ancestralmente. Los Quintriqueo vivieron siempre allí hasta que llegó el general Roca en la llamada Campaña del Desierto y otorgó esas tierras a su dentista, el estadounidense George Newbery. (Como se ve, la denominada campaña fue un negociado total, todos los buenos amigos del general ligaron tierras, hasta su propio dentista, todo en nombre de la civilización y el progreso del bolsillo.)
Claro, porque el general, a quien devotamente le hemos dedicado toda clase de monumentos, ligó por su parte una buena superficie como para asegurar su vejez. Eso sí, a los naturales que ahí vivían, toda violencia blanca. El propio comandante Prado, uno de los expedicionarios, describe que a los indios prisioneros “se les estaqueaba y torturaba atrozmente descoyuntándolos para que informaran”. Una parte de las tierras de Quintriqueo había pertenecido al propio cacique Inacayal, aquel a quien el perito Moreno mostraba en el museo de La Plata como ejemplo de cómo eran esos indios. Pasaron muchas décadas, los Newbery fueron desapareciendo mientras los Quintriqueo seguían en esa zona. Pero acaba de aparecer en escena un supuesto descendiente de los Newbery, Carlos Jorge Newbery, quien interpuso demanda de desalojo contra los Quintriqueo aduciendo los derechos de la donación del general Roca. Por supuesto, la jueza ordenó el desalojo de los habitantes naturales, “de nuestros hermanos y hermanas”, como declaró la comunidad mapuche. Pero pronto se descubrieron los verdaderos motivos de querer aplicar la “ley del dentista del general Roca”. Lo que se quiere hacer allí, en tierra mapuche por obra de los nuevos Newbery, es un complejo de bungalows que aprovecharía turísticamente la belleza escénica de Paso Cohihue, paraje sito a 20 kilómetros y que vale millones, para hacer pasear a turistas extranjeros. Pero los mapuches no se van a dar por vencidos. Han hecho reuniones en las tierras desalojadas, donde la familia Quintriqueo ofrece asado, convocando a unas asambleas comunitarias que hablan del espíritu solidario entre la población. Mientras, son observados a distancia por las fuerzas policiales con sus palos en la mano, por los representantes de la Justicia de siempre y por los abogados de los Newbery. Más todavía, miembros de la familia desalojada se han ido a vivir de nuevo a sus tierras desafiando al poder público. Y ahí aguardarán hasta que aclare.
No los asustan ni las enormes estatuas de Roca plantadas por todos lados ni los arreglos de oficinas judiciales-policiales con empresas que buscan una ganancia del turismo extranjero.
Mientras tanto, los Quintriqueo han presentado una acción judicial en la que expresan: “Los Quintriqueo reivindican su pertenencia al pueblo originario mapuche, preexistente al Estado argentino. Pero además pueden demostrar que al menos siete de sus generaciones vivieron, crecieron, amaron, trabajaron y hasta murieron en Paso Cohihue. En cambio, la familia Newbery llega al lugar luego de la mal llamada Conquista del Desierto y habiendo sido el ciudadano norteamericano George Newbery el dentista del mismísimo general Roca, principal genocida de este pueblo”.
Bien, ahí están las cosas. Los argentinos tenemos dos disyuntivas: o seguir aplicando las reglas del dentista del general Roca o reconocer de una vez por todas el crimen y genocidio de la Campaña del Desierto y la justicia que les corresponde a los Quintriqueo. Así que, o bien a la señora jueza González de Galván le toque un viaje en el paraíso cuando se inaugure el “tour turístico” futuro. O la tierra sea de quien la haya vivido durante siglos.
Estamos seguros de que en la inauguración del tour turístico estarán los gordos de nuestra sociedad en sus limusinas, sonrientes. En cambio, si a los Quintriqueo se les hace justicia, el paisaje seguirá siendo el mismo,con sus amaneceres y sus ocasos y al pasar por esos lugares podremos gozar de lo que se llama el silencio, el misterio de la eterna naturaleza mostrándose como siempre fue.

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