› Por José Pablo Feinmann
Si la relación con Hollywood no enterró para siempre a Rachmaninoff, habrá que considerarlo sin más un gran compositor. Su fúnebre Preludio en do mayor hizo historia en los tragamonedas de Estados Unidos, no en la historia de la música, para la que no tenía mucho que decir. Como el N0 5 (Alla Marcia) que era apenas atractivo. Su sensitivo y muy bien armado Concierto N0 2 en do mayor adornó la película inglesa basada en la obra de Noel Coward Lo que no fue, con Trevor Howard en el protagónico. Pero le esperaba un destino peor. En la película de la Metro Rapsodia (no había una sola Rapsodia en el film pero así lo llamaron), lo tocaba un actor de robusta complexión de nombre John Ericson. Vittorio Gassman, que hacía el violinista que le disputaba a Ericson el amor de Elizabeth Taylor, declaró que Ericson era un simple cowboy que con un solo dedo tocaba tres notas. Ericson tocaba el segundo de Rach y Gassman el Concierto para violín de Tchaicovsky. Estaban inmejorablemente doblados: Claudio Arrau para Ericson y David Oistrach para Gassman.
Pero, ¿dónde estaba la película del monumental Concierto N0 3 Op.30 para piano y orquesta? Llegó y acaso muchos la recuerden. Se trata de Claroscuro (Shine), correcta tarea del director Scott Hicks, con producción australiana y la gran interpretación de Geof frey Rush que se alza con un Oscar y la gloria hollywoodense. Algunos, también, dicen que con esta película se hace famoso el N0 3 de Rach. Falso de toda falsedad. El N0 3 de Rach fue siempre una obra célebre. Ante todo por sus extremas dificultades. “Lo escribí para elefantes”, declaró Rachmaninoff. Los elefantes se ven en los circos. Los circos son lugares de alegría y pirotecnia. Estamos en Fin de Año. ¿Cómo no ocuparnos del más pirotécnico de los conciertos? El film de Scott Hicks se basa en la atormentada vida del pianista David Helfgot, que parece coherentemente enloquecer al enfrentarse con el Rach 3. Recuerdo a uno de mis alumnos de un taller de literatura de fines de los noventa: “¿Es cierto que los que tocan ese concierto se vuelven locos?”
Rachmaninoff lo tenía listo para estrenarlo en Estados Unidos, país en el que por fin terminó radicándose. En su viaje hacia ese destino definitivo ensayó su concierto en un teclado mudo. No había mejor modo de presentarse: ahí llegaba ese ruso elegante, aristocrático, con un concierto que parecía imposible para cualquiera. Se estrena el 28 de noviembre de 1909, en el New Theatre de New York, con Walter Damrosh al frente de la Sociedad Sinfónica de esa ciudad desbocada. Damrosh será el osado que le encargará en 1924 un concierto para piano al joven genio George Ger-shwin que acababa de triunfar con su Rhapsody in Blue. Se sabe: George no sabía orquestar ni componer un concierto. Se compró dos manuales y en menos de cuatro meses le entregó a Damrosh esa joya inamovible del repertorio que es el Concierto en fa mayor.
Pero el Rach 3 tuvo otro estreno y con un director legendario. Fue en enero de 1910 y en el Carnegie Hall. El director fue Gustav Mahler. Ah, lo que daría por haber estado allí. Verlo a Rachmaninoff y a Mahler mirándose en los momentos decisivos. Verlo a Mahler señalarle la entrada para la cadenza. Verlos llegar al final. Alguna vez habrá una máquina del tiempo y cosas así serán posibles. (Al costo, seguramente, de que un pequeño error de la máquina lo haga aparecer a uno en Dachau o en Treblinka.)
La cadenza es el punto culminante del concierto. Seamos sinceros: el Rach 3 es uno de los conciertos más opulentos de la historia del piano, el que quiera recibirse de virtuoso deberá afrontarlo. Rach escribió dos cadenzas. Brevemente: la cadenza es un fragmento enteramente dedicado al piano. La orquesta se detiene, luego de anunciarlo, y todo queda en manos del pianista, que se luce o se hunde. La primera de las cadenzas (la llamada liviana) no es, según se dice durante estos días, más fácil que la segunda. Si bien tiene menos notas exige del pianista una velocidad de ejecución mayor que la segunda, posiblemente más rusa, ya que semeja una carreta llevada a la desmesura de expresar la grandeza del alma rusa. Rach la llamó también ossia, alternativa. O sea, que la pensada como principal era la “liviana”. Los virtuosos eligen una u otra. Las dos son formidables, desbordan genialidad pianística.
Horowitz hizo la primera grabación de este concierto y eligió la liviana, que le permitía correr a velocidades alucinantes. También Argerich elige la liviana. Se cuenta que demoraba en realizar la ejecución del Rach 3 porque quería igualar la versión de Horowitz o superarla. La grabación de la que se dispone es la de una ejecución pública con Ricardo Chailly en el podio y claramente enamorado o deslumbrado con su joven pianista. La ejecución es de 1980, con Martha joven, el pelo negro y muy largo, que llega al escenario algo malhumorada, toca la cadenza con enorme concentración y se despacha todo el concierto con su habitual fuego, su legendaria pasión. Recién hacia el final lo mira a Chailly y sonríe alegremente. Ashkenazy elige la cadenza ossia, pero no es para él y la hace muy lenta. La versión de David Helfgot es horrorosa, tal vez debió tocarla su psiquiatra. La de Volados, que también elige la ossia, está bien. Pero la gran versión que he escuchado últimamente es la de la pianista rusa Olga Kern. Cuando está por llegar a la cadenza, lo mira al director y levemente le sonríe con apabullante autoconfianza, como si dijera: “Aquí voy y quedate tranquilo porque pienso anonadarlos a todos”. Lo consigue. Más aún porque Olga (que también toca la ossia ¡y cómo!) acompaña esos enormes acordes con movimientos espasmódicos de su cuerpo hasta llegar al clímax que pasa de sus dedos al éxtasis de su cara, su boca abierta, sus ojos cerrados, su cabeza caída hacia atrás. Le falta aullar. Pero es una gran versión. La peor de todas (aun peor que la de Helfgot) es la del célebre pianista chino Lang Lang. Es un clown de un circo de provincias. Técnicamente es increíble que pueda tocar un concierto como el Rach 3 y hacer todas esas contorsiones. No hay un solo pasaje que no merezca una mueca, un estremecimiento, un salto y una risita que no lo abandona nunca. Resulta abominable. Argerich, sin embargo, tocó con él una versión de Mi madre la Oca, esa exquisitez de Ravel. Y hasta lo mira sonriendo, con ternura, mientras el clown chino pone sus carotas deprimentes (para el que lo ve y aun puede escucharlo).
Hay otras grandes versiones del Rach 3 pero pocas. Rachmaninoff era un músico genial. Un pianista único (él prefería la cadenza liviana, Sergio Tiempo también: ¡y cómo la toca!), uno de los más grandes de la historia y además un valioso o mucho más que valioso compositor. Naturalmente Federico Monjeau no lo quiere y dice, con razón, que los excesivos pasajes confiados al piano hasta llegan a tapar a la orquesta. Pero, ¿cuántos geniales pianistas tocan el Rach 3 y cuántos los estudios de Ligetti? No se dedica una vida a perfeccionar una técnica para repetir una nota hasta romperla. Se la dedica para la cadenza del Rach 3. Cuando la escuché por primera vez a cargo del maestro ruso Lev Oborin pegué un salto. Esa resolución de lo eslavo a lo abiertamente español fue para mí un KO. Todavía, cada vez que la escucho, lo es.
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