Dom 08.06.2003

CONTRATAPA

ESCALAS

› Por Juan Gelman

Además de tirano y asesino, Saddam Hussein está resultando un individuo sumamente descortés: no le aparecen todavía las armas de destrucción masiva –biológicas, químicas, nucleares– que justificaron la invasión a Irak, anunciada una y otra vez por la Casa Blanca desde agosto del año que pasó. “El gobierno británico ha sabido que Saddam Hussein compró recientemente en Africa cantidades importantes de uranio”, aseveró Bush hijo en su discurso sobre el estado de la Unión del 28 de enero último. Y luego: “Nuestras fuentes de inteligencia nos dicen que (Saddam) ha intentado comprar tubos de aluminio reforzado utilizables en la producción de armas atómicas”. El Organismo Internacional de Energía Atómica descubrió que eran falsos los documentos que acreditaban lo primero y que los tubos del caso nada tenían que ver con la obtención de armamento nuclear. Esto no arredró al presidente empecinado: “Las Naciones Unidas llegaron en 1999 a la conclusión de que Saddam Hussein tiene material biológico suficiente para producir 25.000 litros de ántrax... y 38.000 litros de la toxina que provoca botulismo”. Y además: “Nuestros funcionarios de inteligencia estiman que Saddam Hussein tiene el material necesario para producir 500 toneladas de gas sarín, gas mostaza y gas nervioso VX”. Hace dos meses que en un Irak totalmente ocupado unos 1400 efectivos yanquis buscan lo que no encuentran: todo eso.
“Fue una sorpresa para mí, y lo sigue siendo, que no hayamos descubierto esas armas”, se sorprendió el teniente general James Conway, el marine de mayor graduación presente en Irak. “Créanme que no es porque no las buscamos –puntualizó en teleconferencia con periodistas acreditados en el Pentágono–. Estuvimos prácticamente en todos los puntos de suministro de municiones ubicados entre la frontera kuwaití y Bagdad, y simplemente allí no están.” Tampoco esto convence a Bush: el martes 3 declaraba a la televisión polaca: “Encontramos las armas de destrucción masiva. Encontramos laboratorios biológicos (sic) y encontraremos más armas con el tiempo”. Se refería al hallazgo de dos laboratorios móviles supuestamente destinados a producir armas biológicas. Pero luego de una prolija inspección, los especialistas de la CIA informaron que carecían del equipo básico para cultivar, esterilizar y secar bacterias. Al parecer se empleaban para obtener el hidrógeno que eleva en el aire a los balones meteorológicos.
El no hallazgo –por ahora– de esas armas ha causado ciertos retrocesos de discurso en los jerarcas de la Casa Blanca. En septiembre de 2002 el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, aseguraba ante el Congreso que “el régimen de Bagdad ha almacenado grandes arsenales clandestinos de armas químicas, incluyendo gas VX, sarín, ciclosarín y gas mostaza”. El 30 de marzo pasado afirmó por televisión: “Sabemos dónde están. Se encuentran en la zona que rodea a Tikrit y Bagdad, y al este, el oeste, el sur y el norte, en algunos lugares”. La semana pasada se refugió en la cautela: “Es posible que el régimen de Saddam decidiera destruirlas antes del conflicto”, sugirió. Esto es dudoso: la aviación norteamericana no hubiera tardado mucho en detectarlo. El subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, ha bajado el tono aún más. Después de insistir durante meses en el grave peligro que entrañaban para EE.UU. y el mundo las armas biológicas y químicas de Hussein, acaba de confesar a la revista Vanity Fair: “La verdad es que por razones que mucho tienen que ver con la burocracia del gobierno estadounidense, la única cuestión en la que todos podían estar de acuerdo era la supresión de las armas de destrucción masiva como la razón central” de la invasión a Irak. Por “razones burocráticas” entonces la aviación atacante arrojó sobre Irak más de 240.000 bombas de “racimo” que segaron la vida de miles de civiles. Actualmente, Wolfowitz toca ya losbajos de la escala explicativa: según los periódicos alemanes Der Tagesspiegel y Die Welt, habría admitido ante los miembros de la cumbre de seguridad en Asia reunida en Singapur que el petróleo fue el motivo principal de la operación militar contra Irak.
El escándalo que golpea las puertas de la Casa Blanca y de la muy británica mansión sita en Downing Street 10 obliga a sus habitantes a echar la culpa del fracaso a los servicios de espionaje, que habrían magnificado la naturaleza e importancia del arsenal iraquí. No es la opinión de espías retirados como Vincent Cannistraro, ex jefe de la división de contraterrorismo de la CIA: “El escándalo consiste en que la inteligencia fue politizada y distorsionada para justificar la invasión a Irak”, opinó. “Si ellos usan los mismos argumentos contra Irán, la gente no les creerá, dirá ‘más de lo mismo’”, reflexionó. El mayor general (R) Edward Atkenson, ex jerarca del servicio de espionaje del ejército estadounidense, calificó de “apenas una excusa” la cuestión de las armas en poder de Saddam. “Lo principal –agregó– es que querían cambiar el régimen. Esto quedó bastante claro. Es probable que tuvieran la idea de hacerlo incluso antes del 11 de septiembre.” El especialista en temas de defensa John Pike señaló a su vez: “El gobierno Bush tiene un problema de credibilidad. El único modo de evitarlo es encontrar armas de destrucción masiva en Irak. El problema es si no las encuentran”. Es un problema fácil: si esas armas no aparecen, se las siembra.

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