Mar 22.01.2013

CONTRATAPA

Homo Tormenta

› Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO La no muy larga distancia entre el piso de Rodríguez y el parque de la esquina es, de pronto, eterna, inconmensurable. Unos cien metros que se convierten en una odisea sin brújula y con, apenas, uno de esos mapas antiguos en cuyos bordes se lee Más allá hay monstruos. Porque cae el viento y ruge la lluvia y nubla la niebla. Y Rodríguez –quien, además, en sus brazos, lleva y arrastra con dificultad su reseco y desnudo y desenchufado y apagado arbolito de Navidad– se acuerda del huracán de El mago de Oz, de la ola gigante del S. S. Poseidón, de esa bruma que en un momento envuelve a un anciano en Amarcord. Pero son postales pasajeras; porque con el pino a cuestas –es sábado y es el último día para sacar el árbol de la sala y depositarlo en una suerte de corral recolector para el reciclaje de árboles navideños con fecha vencida y fiesta expirada– lo que Rodríguez termina recordando más y mejor son esos páramos transilvanos y bosques licántropos y senderos frankenstianos en los sets de la Universal Pictures. Blanco y negro y la furia de los elementos y monstruos sueltos perseguidos por aldeanos siempre con una antorcha a mano. Enseguida, todo eso deriva en una especie de noveau roman donde él es el héroe y lo único que se cuenta es el tránsito de un hombre y un árbol. Pero no: esto no es ficción. Esto es realidad pura y dura. Esto es crónica. Esto es verdad y true story y Rodríguez –casi a ciegas, agua en los ojos, frío en los huesos– no puede creer lo que le está pasando...

DOS ... y lo que le está pasando se llama “tormenta perfecta” o “bomba meteorológica” o, si se prefiere, “ciclogénesis explosiva”. Consecuencia de aberración climatológica y duelo de zonas anticiclónicas y carrera entre frentes fríos y calientes y bruscos descensos y ascensos de presión atmosférica o algo así. No es la primera que le toca a Rodríguez. En el 2012 se enfrentó a Petra. Y en el 2010 fue el turno de Xynthia. Todavía no se enteró del nombre de ésta pero, seguro, volverá a sonarle a actriz porno. Y tal vez hubiese sido mejor esperar a que todo se calmase un poco, ¿no? O dejar pasar la recolección de pinos y trozar el propio en casa y sacarlo en bolsas, como si se tratase de los pedazos del ya muerto espíritu navideño. Pero no. Rodríguez sintió la necesidad de salir a la hora del noticiero y con el titular de la primera plana de El País del sábado todavía fresca y, sí, apropiadamente climatológica. “Las acusaciones de sobresueldos opacos desatan un vendaval en el Partido Popular”, leyó Rodríguez de salida, entre las ramas de su pino, sintiéndose un poco criatura de los bosques ocultándose de las autoridades ciudadanas que no hacían otra cosa que vejarla con prisa y sin pausa. Sí, se trataba de la ya habitual y puntual dosis de asco y de una nueva forma de maravillarse cómo es que ni así el PSOE recuperará algo de lo que perdió. Corrupciones varias y dineros blanqueados con el amparo de una ley hecha a medida. Y el ahora procesado Luis Bárcenas, histórico ex tesorero turbio y trepador y alpinista (supuestamente llegó a abrir una nueva vía a la cima del Everest en 1987 y prometió descender en paracaídas) quien, se asegura, ya no es parte del partido luego de casi tres décadas de hacer de las suyas. Pero aun así, confían testigos sin nombre, Bárcenas se la pasa entrando y saliendo de la sede central del PP para hacer visitas, intrigar por los pasillos con cara de yeti y de mira-que-yo-sé-muchas-cosas-de-muchos-que-pueden-provocar-más-de-una-avalancha, y manipulando papeles topsecret en una oficina tapiada à la Edgar Allan Poe. Y ahora –ante las revelaciones de millones poco claros paseándose entre cuentas de Suiza y USA y recuerdos de sobres con “sueldos B de entre 5000 y 15000 euros” que no hace falta declarar a Hacienda– algunos piden investigación a fondo y justicia mientras otros admiten sobresueldos (pero limpios y declarados) y luego se escapan por las cornisas. Y todos –acorralados por cámaras y micrófonos– se expresan como secundarios de tercera clase en una novela del Capitán Alatriste. A saber: “No me consta que se haya producido durante mi época como secretaria general. Rotundamente, no... Que cada palo aguante su vela y quien la hace, la paga”, dijo la devota Dolores de Cospedal para luego definir a la contabilidad del PP como “clara y diáfana”. “Caiga quien caiga”, bramó Esperanza Aguirre, la ex presidenta de la comunidad de Madrid, alejada de la política pero sólo, parece, para tomar carrera para un más ajusticiador que justiciero retorno. “No había ninguna práctica. Se lo digo con toda nitidez y tajantemente”, desenvainó Javier Arenas, vicesecretario de Política Autonómica y Local. Mientras que la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría se hizo un hueco para comparecer con mentón tembloroso marca Homeland, afirmar con psicótica conjugación verbal que “Estamos sorprendidos e indignados si esto fuera así” y, enseguida, explicar por qué lo del desahucio es algo que “puede sucederle a cualquiera de nosotros”. Mariano Rajoy, por su parte, ladeó su sombrero de ala ancha para advertir que “Estad tranquilos... Ante cualquier conducta impropia no me temblará la mano” y añadir algo más bien extraño y ambiguo: “Porque una de mis responsabilidades es que el partido se vea como honrado”. “¿Se vea cómo?” ¿No suena raro?, piensa Rodríguez, en la calle, en la tormenta, preguntándose cómo se verá él. ¿Se verá como tormentoso o más bien, que no es lo mismo, como atormentado?

TRES Truenos y rayos. Rayos y centellas. Y éstos son los problemas que surgen cuando, en política, no se cuenta con un rival poderoso. Así, enemigo interno y la diarrea de guerras intestinas y el edificio de la calle Génova –que el viernes por la noche fue rodeado por la policía para evitar que fuese rodeado por indignados– como versión castiza de la hedionda y putrefacta Elsinore. Adentro, todos se rasgan las vestiduras y juegan al juego de los tres monitos. Afuera, las encuestas contabilizan que –¡porcentaje de la semana!– el 97 por cientos de los españoles piensa que ya está encendida la mecha de un estallido social. Más acá hay monstruos, sí, y lo mejor de lo peor de todo –las piernas ya no le responden, las piernas no le contestan, las agujas de pino se le clavan en la cara como agujas vudú, seguramente hay deportistas que se dopan para sacar el arbolito, ¿no?– es que todo esto pasará. Como la tempestad de ahora. Ciclogénesis explosiva y política cuya onda expansiva llegará hasta la próxima y pasajera borrasca. Todo es temporal. Por fin, Rodríguez arroja el árbol dentro del corralito, ensaya un tembloroso saludo militar y, habiéndose quitado un peso de encima, se pone sobre sus espaldas otro mucho más pesado. Porque ahora viene lo duro, lo complicado, lo imposible de justificar. Envuelto en niebla y mojado por la lluvia y acribillado por ráfagas de viento, Rodríguez emprende el regreso a su piso preguntándose cómo cuernos hará para explicarle a su hijito por qué empató el Barça en la Copa del Rey, por qué perdió el Barça en la Liga, por qué Pep Guardiola se va a Alemania a entrenar al Bayern de Munich y, por favor, por qué no me parte un rayo antes de llegar a casa.

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