› Por Mario Goloboff *
¿Cómo independizarse, en el recuerdo y la conciencia de otras generaciones, de quien, siendo una cima del trabajo literario del siglo XX, y por ende del pensamiento del siglo XX, la hizo sobrevivir a través de su correspondencia? Y sin embargo ella, Milena Jesenská, por méritos, talento y coraje bien propios, ha sobrepasado esa fama algo subsidiaria, algo prestada, proveniente del hecho de ser, hoy, uno de los títulos célebres del celebérrimo Franz Kafka. Las Cartas a Milena (entre las más bellas del género) no son lo único que atravesó su nada monótona existencia.
Comenzó su carrera periodística en Viena, donde vivió cinco años a poco de terminada la Primera Guerra Mundial y publicó innumerables notas, reportajes, crónicas y artículos en diarios y periódicos sobre temas políticos y cotidianos, moda, psicología, cine, traducciones de textos literarios del alemán, el francés, el inglés y el ruso, bajo su verdadero nombre o variados seudónimos. Por la ocupación nazi de Checoslovaquia fue impedida de seguir, aunque igual lo hizo en la clandestinidad, actividad que duró hasta que la detuvieron, hecho que se produjo a finales de 1939. Había nacido en Praga en 1896, en el seno de una familia burguesa, de tono antisemita y nacionalista; su padre era profesor de Medicina y la incorporó rápidamente a la élite intelectual en el famoso liceo Minerva, especial para mujeres jóvenes, creado por el Imperio Austrohúngaro a instancias de los movimientos sociales y feministas. Lectora de Fédor Dostoïevski y de Knut Hamsun, memorizadora de lord Byron y de Oscar Wilde, librepensadora, gustosa provocadora de las costumbres recatadas de su medio, enamorada de sus profesores, a algunos de los cuales dirige cartas exaltadas por no decir ardientes, su poder de seducción comienza a crecer desde temprano, sobre todo por lo matizado de sus incipientes e interesantes actividades profesionales y políticas.
En la Praga de la época, el trato entre checos y alemanes (minoritarios) era poco común. Esa minoría alemana, sin embargo, poderosa económica y culturalmente hablando, tenía sus propias escuelas y universidades, sus propios teatros y cabarets, sus cafés, sus hospitales, sus iglesias y sus pompas fúnebres. Para hacer más complicadas las cosas todavía, dentro de la minoría alemana ejercía no poca influencia la minoría judía, aunque hablaba otra lengua, tenía otras maneras y, obvia y admiradamente, otras fuentes y recursos culturales. Allí, como si hubiese sido casi programado, Milena se enamora fuertemente de un integrante del grupo de intelectuales judíos que frecuentan el café Arco, del cual ella deviene una habitué: Ernst Pollak, unos cuantos años mayor que la joven. Sus conocimientos literarios son sólidos y, aunque no escribe profesionalmente, es de los mentores del prestigioso grupo. La oposición familiar llega al extremo de internarla por “demencia moral” en una clínica psiquiátrica de Veleslavin, al oeste de Praga. Después de nueve meses de dura experiencia, y alcanzada su mayoría de edad, abandona el hospicio, deja la ciudad por Viena y se casa con Pollak.
Durante estos años, exactamente el 22 de abril de 1920, aparece en un semanario literario de Praga, Kmen, la primera traducción de Kafka a otra lengua, en este caso al checo, por Milena Jesenská. Se trata del relato “El fogonero”, que es hoy el primer capítulo de América. A partir de entonces inicia la relación con el escritor, que dura apenas dos años, pero es de una gran intensidad. De ahí lo que ella escribía a la muerte de Kafka, en una nota fúnebre tan a la altura de ambos: “Tímido, retraído, suave y amable, visionario, demasiado sabio para vivir, demasiado débil para luchar, de los que se someten al vencedor y acaban por avergonzarlo”. (Un hecho algo curioso: en su Diario, en el que Kafka asienta las cosas más profundas y vitales, no hay, en este período, casi ninguna mención a la persona de Milena ni a la relación. Empero, “1921” comienza el 15 de octubre con una extraña anotación: “Hace alrededor de una semana, di todos mis cuadernos a M. ¿Estoy un poco más libre? No...”. Consignar, además, para ver la importancia que asignaba a su figura, que depositó en sus manos la sí que íntima y fundamental “Carta al padre” ¿tal vez para salvarla de sus propios impulsos destructores?). Fallecido Kafka y separada de su marido, vuelve a Praga y trabaja de manera permanente para Národní Listy, diario nacionalista conservador (que en Praga y en la época quiere decir sobre todo anti Habsburgos), y vive feliz y activamente esos pocos años de soberanía checa.
Frecuenta primero un grupo de la vanguardia artística y literaria, Devêtsil (Nuevas Fuerzas), compuesto por arquitectos, pintores, cineastas, artistas de cabaret, tipógrafos, músicos y sociólogos; se liga, vía su nuevo marido, Jaromír Krejcár, al grupo del Bauhaus (la escuela de artesanía, diseño, arte y arquitectura fundada en 1919 por Walter Gropius en Weimar y cerrada por los nazis en 1933). Vive problemas serios de salud a partir de un parto desgraciado, pasa luego por una desintoxicación de morfina, pierde el puesto en el diario, se afilia al Partido Comunista, colabora en el Rudé Právo y otras publicaciones partidarias: de la época datan sus notas más encendidas en defensa del socialismo y de la Unión Soviética. Pero, con los años, vive mal y críticamente la guerra de España y los procesos de Moscú, hasta que en 1937 pasa a un semanario no comunista, progresista y decididamente antinazi, Prîtomnost (El Presente), que publica además a emigrados de Alemania como Arthur Koestler y Heinrich Mann.
Después de los Acuerdos de Munich (septiembre de 1938) sobre la púdicamente llamada crisis de los Sudetes, donde en la práctica y en ausencia se entregó Checoslovaquia a los alemanes, Milena recorre su país incansablemente y escribe una nota o más por día. Cuando las tropas hitlerianas irrumpen en Praga, el 14 de marzo de 1939, ella dice a sus lectores que querría “a los periodistas armados de un hacha que se agitara en el vacío”. Entra en contacto con la resistencia, escribe para el diario V Boj (Al Combate) y forma parte del grupo que ayuda a pasar gente hacia Polonia, sobre todo a judíos y a oficiales checos. Personalmente, no quiere abandonar Praga; Prîtomnost deja de salir en agosto; ella es obligada a presentarse semanalmente a la Gestapo; en noviembre de 1939 es arrestada e internada en la prisión de Pankrác, transferida al campo de Benes, para sospechosos “emparentados a los judíos”, y después de largo periplo a Ravensbrück, “con fines de reeducación”. Víctima de los padecimientos propios de un campo como éste, muere el 17 de mayo de 1944 a la edad de 48 años.
Así, tan conocida gracias a la pluma de uno de los mayores escritores del siglo XX, su vida parece haber sido reducida a ese solo hecho. Pero, siguiéndola un poco más en detalle, se advierte que sobrepasó largamente aquella circunstancia, por importante que sea, y fue brillante, intensa y sometida a miles de alternativas que su talento le impuso con luz propia.
* Escritor, docente universitario.
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