› Por Juan Forn
En 1925, Río de Janeiro era una ciudad sin asaltos. Los crímenes que salían en los diarios eran todos por pasión o venganza: madres que seducían hijos, hermanas que se mataban por un mismo hombre, estupros y adulterios de todo tipo. Había un famoso diario de la tarde, de nombre inigualable (A Noite) que sacaba cinco ediciones vespertinas, cada una con un crimen pasional distinto, o con nuevas revelaciones sobre el mismo crimen, en la tapa. Pero nadie igualaba en el rubro a Crítica, porque en Crítica la sección policiales estaba a cargo del ilustrador del diario, que además de ser un Aubrey Beardsley brasileño tenía un olfato invencible para elegir los casos con más gancho: las tapas catástrofe de Crítica, con los sensuales y mórbidos dibujos de Roberto Rodrigues, eran melodramas, eran cine, no sólo se vendían, levantaban la temperatura ya de por sí calenturienta en los tranvías y en las calles de Río, tarde tras tarde. Hasta que un día, una dama adúltera damnificada por una de esas tapas, entró en la redacción de Crítica y lo mató a balazos. En la sección policiales del diario trabajaba el hermanito de quince años de Roberto, Nelson. El dueño del diario era el padre de los dos. En los meses siguientes se dejó morir por la culpa (“Ese balazo era para mí”), el diario fundió y a Nelson le diagnosticaron tuberculosis y lo mandaron a un sanatorio de montaña, en una época en que no se volvía de aquellos sanatorios. Aunque nunca lo curaron del todo, Nelson logró volver a Río y con los años declararía famosamente: “En un año como cronista de policiales se adquiere la experiencia de un Balzac”.
Balzac decía que sus 85 novelas conformaban una sola, que debía llamarse “La Comedia Humana”. Nelson Rodrigues escribió La Comedia Humana brasileña, sólo que en papel de diario y a razón de 130 líneas por día, en vespertinos cariocas que vendían el doble porque publicaban 130 líneas diarias. Pero primero llevó la sección policiales de los diarios al teatro. En los escenarios brasileños, los cuernos siempre tenían final feliz hasta que Nelson volvió de la montaña y puso todos los delitos del Código Penal en tres actos, en una sucesión de piezas teatrales que electrizaron y escandalizaron a las plateas. Para alimentar el fuego, él mismo escribía con seudónimo los mayores elogios y las peores críticas a sus piezas. Por ejemplo: “Quiere hacer tragedia griega y le sale drama mexicano”. O: “Lo que Shakespeare hizo con los personajes masculinos logra Nelson Rodrigues con los femeninos”. También hacía decir a sus personajes frases como: “Quien nunca deseó matar, o morir con el ser amado, nunca amó ni sabe qué es amar”, “Es abyecto que un hombre desee a la mujer de sus hijos”, “El enamorado es sincero hasta cuando miente”, “Es preciso traicionar para no ser traicionado”.
Pero en las tablas tenía que lidiar con mucha gente y a Nelson le gustaba hacer todo solo, así que trasladó su teatro de pecados a las páginas de los diarios. Empezó con un folletín por entregas (Asfalto salvaje) firmado con nombre de mujer, Suzana Flag. Luego levantó la apuesta: el siguiente folletín fue “la verdadera vida” de Suzana Flag, que daba vuelta las convenciones del folletín tal como sus piezas habían dado vuelta las convenciones del teatro (en la última frase revelaba que Suzana Flag era él y agregaba: “Mi destino es pecar”). El vespertino Ultima Hora le ofreció entonces una columna diaria de tema libre. Le propusieron de título “Tirar la primera piedra”; él prefirió “La vida tal cual es”. Eran, como dije, 130 líneas diarias. Tardaba doce cigarrillos en escribirlas y después se iba de la redacción, para que nadie lo matara de un balazo. No bebía; no trasnochaba; para poder besar en la boca a su mujer, ambos tenían que hacerse placas radiográficas semanales, pero era el enemigo público de las buenas costumbres. Decían que paseaba de noche por los cementerios para que los muertos le contaran sus secretos, decían que era la herramienta del marxismo para destruir la familia brasileña, aunque era el único anticomunista confeso en la redacción de Ultima Hora. Entonces llegaron los ’60, el teatro y el periodismo de ruptura, los bienpensantes empezaron a celebrar todo aquello por lo que lo habían condenado a él durante décadas y Nelson se puso ultramontano con sus colegas más jóvenes. “Acá el único maldito soy yo”, dijo, y empezó a defender a los militares.
Nelson tenía dos hijos. El mayor, Joffre, quiso llevar al cine una obra de papá y, luego de fundirse (y fundir al padre), puso un restaurante en Leblón. El otro, Nelsinho, entró en la lucha armada y se convirtió en uno de los 21 subversivos más buscados del Brasil. Los servicios empezaron a frecuentar el restaurante de Joffre: primero para pescar a Nelsinho, después porque les gustó el lugar. En una de esas mesas, el mismísimo ministro del Interior fue una noche a presentarle sus respetos a Nelson y le aseguró que el régimen no torturaba a los detenidos políticos. Entonces Nelsinho cayó en una redada. Nelson tardó dos meses en ubicarlo a pesar de sus contactos y, cuando por fin lo tuvo enfrente, comprobó con sus propios ojos que el régimen sí torturaba y que de nada servían sus redes para liberar a su hijo.
Nelsinho salió de prisión ocho años más tarde, con la amnistía de 1979, pero su padre no pudo verlo porque estaba en una unidad coronaria. Se había convertido en una suerte de velorio ambulante de sí mismo. Seguía escribiendo las 130 líneas diarias de su columna aunque le había cambiado el título: ahora se llamaba “El reaccionario” y eran confesiones y ajustes de cuentas con el pasado y el presente de su país. Algunos de sus mejores momentos literarios tienen lugar ahí, pero su organismo ya era un campo de batalla entre la medicina y la muerte. Tenía un matrimonio “blanco” con una mujer cuarenta años más joven, a la que las hermanas Rodrigues echaron de la casa para cuidar a Nelson ellas mismas. Los Rodrigues eran catorce. Desde la muerte del padre, cincuenta años antes, los hermanos varones (que trabajaban todos como periodistas) entregaban la mitad del sueldo a la madre para mantener la casa familiar y las hermanas mujeres los cuidaban cuando se derrumbaban (hasta ese momento también trabajaban en periodismo: en los años ’50 llegó a haber cinco hermanas Rodrigues en Ultima Hora, una en Sociales, otra en Orfanatos y Obras de Caridad, otra en Deportes, otra en Consejos Femeninos y otra en contaduría; sólo faltaba la mamá en la redacción).
Tanto tardó Nelson en morir que llegó a leer las necrológicas que tenían preparadas todos los diarios sobre él. No llegó a ver, en cambio, la explosión de la telenovela brasileña, que copió descaradamente sus obras una y otra vez. Cuando por fin le llegó el momento final, en la ambulancia en que se lo llevaban de la redacción del diario al hospital, le avisaron que había acertado los trece puntos del prode. Nelson hizo una mueca debajo de la máscara de oxígeno y murmuró: “Puta pariu. A história da minha vida”.
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