› Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn, Alemania
Alemania acaba de recordar, con dolor y vergüenza, dos acontecimientos trágicos de su reciente pasado. Los ochenta años de la asunción de Hitler al poder y los setenta años de la trágica derrota de la batalla de Stalingrado, donde el ejército germano fue aniquilado por el llamado Ejército Rojo de los soviéticos, en la cual fueron muertos doscientos mil soldados alemanes y otros cien mil cayeron prisioneros. De ellos –al fin de la guerra– volvieron a su país apenas seis mil sobrevivientes.
En los dos actos se recordó a las víctimas del racismo y la asunción inexplicable de ese personaje llamado Hitler y su conjunto de colaboradores, uno más extraño y ridículo que el otro en sus personalidades: Goering, Goebbels, Hess, Himmler...
A Hitler, su pueblo lo llegó a escuchar con devoción. Hoy, aquí, en la misma Alemania, se lo ve como a un personaje increíble, digno de ser una caricatura en una revista de comics. Sí, con su lenguaje a veces trágico, a veces de actor dramático de una comedia de folletines baratos. Un escritor alemán ha calificado la toma del poder por Hitler como una “fantochada” de la Historia, como para no creerlo. Y a Hitler, un “fantoche” de opereta. Mirando a ese personaje en los noticieros de la época, con sus gestos y sus discursos, uno va coincidiendo más y más con ese calificativo de fantoche. Pero, nos preguntamos de nuevo, ¿cómo fue posible que el pueblo alemán aceptara como un arcángel salvador a un personaje con ese lenguaje agresivo e irracional y esos gestos teatrales, nada menos que después de haber tenido la trágica experiencia de la Primera Guerra Mundial, donde habían perdido la vida como ratas miles y miles de sus jóvenes? ¿En la irracional contienda de trincheras entre dos pueblos –Alemania y Francia–, países “occidentales” y “cristianos”, con una experiencia de siglos con respecto a la insuperable crueldad de las guerras? Los dos pueblos habían sido capaces de voltear a sus monarcas absolutistas y proclamar las repúblicas y ahora, Alemania, daba el poder a un personaje que como máximo programa traía el racismo y el nacionalismo a ultranza.
Y aquí viene lo de siempre. El poder económico lo puso en el poder político ante una izquierda fuerte que por el reiterado fracaso de los partidos de la burguesía amenazaba con llegar a ese poder. Se le dio ese poder a Hitler, que lo hizo bien suyo y terminó llevando a su país a la catástrofe más grande de su historia. Eso sí, aquellas empresas del poder económico más importantes de aquella época siguen siendo actualmente las mismas.
Hoy están bien marcados los campos de concentración de Hitler: una realidad, sí, que jamás va a poder superar el pueblo alemán a través de sus generaciones. Ahí están, en la actualidad, los museos de la crueldad, de la irracionalidad más perversa de toda la historia, hoy convertidos en advertencia. Los seres humanos como insectos nocivos de la salud pública en laboratorios de la muerte. Las cámaras de gases. Hay que estar allí. No están ni las lágrimas, ni los ayes, ni los gritos de las madres cuando las separaban de sus hijos, o el silencio de los hombres en ese último momento de perplejidad ante una realidad nunca pensada. Y el personaje ridículo de bigotito cuadrado hablando de la Patria.
Lo que de alguna manera salva al pueblo alemán es que Hitler, mientras hubo elecciones democráticas, nunca obtuvo ni siquiera la mitad más uno de los votos. En las últimas elecciones libres obtuvo el 37,4 por ciento, y luego, ya con el poder, recibió el 42 por ciento del total. No fue poco pero no era la mayoría. Los estados que más apoyaron a Hitler fueron los del sur, los católicos, sobre todo Baviera, especialmente porque la Iglesia Católica apoyó a los nazis. Por ejemplo, siempre se recuerda que a principios de febrero de 1933, para festejar la toma del poder por Hitler, la Iglesia Católica abanderó el interior del templo berlinés de Marienkirche con banderas nazis, y allí el párroco Joachim Hossenfelder agradeció en la misa principal a Dios por haber permitido la llegada de Hitler al poder. El hecho fue reconocido justo el domingo pasado por el obispo católico de Berlín, Markus Dröge, quien señaló: “En ese entonces, el llamado de Jesús al amor entre todos se convirtió justo en lo contrario”. Además, lamentó que la Santa Sede no haya hecho una profunda autocrítica sobre esa conducta amistosa del catolicismo ante el nazismo.
Poco a poco se va llegando a saber por qué tuvieron tan poca o ninguna oposición de las iglesias regímenes de máxima violencia como el nazismo alemán, el fascismo de Mussolini y el régimen de Franco en España.
También ahora, ochenta años después, entre los actos que se acaban de realizar, uno de ellos se llevó a cabo en el monumento que recuerda a los miles de homosexuales asesinados por los nazis durante los doce años de dictadura. Ese lugar se encuentra en el Tiergarten, en Berlín, y al acto concurrieron representantes del gobierno, del Parlamento y de diversos sectores sociales. Distintos oradores relataron el destino de los perseguidos, que fueron detenidos, enviados a campos de concentración y asesinados, la mayoría de ellos en las cámaras de gas. Un crimen atroz y sin ninguna explicación, como los de todo ese régimen. También se llevó a cabo otro acto recordatorio ante el monumento de los gitanos de las minorías de los Sinti y los Roma, exterminados por orden de Hitler.
Pero el acto central se llevó a cabo en el Parlamento Nacional, en el cual se dio lugar como orador central a la escritora judeo-alemana Inge Deutschkorn, quien, niña de once años en 1933, fue perseguida junto a sus padres por los nazis, pero se salvó por la ayuda de veinte familias alemanas no judías que la escondieron durante los doce años de la dictadura nazi. Ella puso de manifiesto además su agradecimiento a todos aquellos alemanes que ayudaron a los perseguidos por el régimen. Y ha escrito un libro sobre esa experiencia, que en la actualidad ha pasado a ser una de las obras más leídas en Alemania.
Un régimen que hasta de los niños hacía sus víctimas. La última dictadura militar argentina también victimizó a los niños de los desaparecidos. Les quitó la identidad.
También se recordó en estos días al 27 de enero de 1945, cuando el ejército soviético liberó el campo de concentración nazi de Auschwitz. Ese día ha pasado a ser el Día del Holocausto. Se calcula que en Auschwitz fueron asesinados por los nazis 1.300.000 seres humanos, la mayoría judíos, provenientes de Alemania, Polonia, Rusia, Rumania y otros países ocupados por las tropas alemanas.
El “Nie Wieder”, el “Nunca más” alemán, ha penetrado profundamente en la sociedad. Se notó en estos días por la concurrencia multitudinaria a los actos de la Memoria contra los crímenes cometidos desde 1933 a 1945. Algo que tienen que tener en cuenta todos los pueblos para así jamás apoyar ni a dictadores ni a políticos que no tienen como principio ineludible la defensa de los derechos humanos, y recordar siempre, todos los años, los actos de salvajismo contra las vidas humanas cometidos desde el poder en la historia del mundo. Dedicar, en ese sentido, museos, monumentos en plazas y exposiciones anuales sobre los crímenes llevados a cabo por el hombre con el hombre. Hacer del “Nie Wieder” alemán y del “Nunca más” argentino una ley universal.
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