› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Algo huele a podrido no en Dinamarca sino en Génova: calle madrileña donde, haciendo esquina, el Partido Popular tiene su sede central y desde cuyo balcón se han festejado saltarines triunfos (¿por qué lucirán, siempre, tan torpes los políticos cuando saltan y tan ágiles cuando asaltan?) o se han arrastrado fracasos poniendo sonrisas de compromiso.
Y –ahora las sonrisas son comprometidas– quien dice podrido dice también putrefacto o descompuesto o –mejor y más apropiado– corrupto.
DOS Rodríguez se detiene a leer la portada del mensuario humorístico Mongolia, con esquela fúnebre donde se lee “RAJOY HA MUERTO”. Y la portada del semanario humorístico El Jueves, donde se lee “EL PP NO SABE NADA” y aparecen tres políticos monísimos tapándose ojos y orejas y boca con sobres, con sobres/cogedores. Y, ahí mismo, diario serio El Periódico donde se lee “Acorralados”. Pero Rodríguez se ríe lo mismo; porque pensó que el titular se refería a los votantes. Pero no: la cosa tiene que ver con los votados. Y allí se alude a la “preocupación por el descrédito de la política”. Ninguna formación o se salva de las deformaciones. Y no se consiguió suerte de alto el fuego en forma de “pacto anticorrupción”. Mexican standoff para no admitir que todo esto viene de lejos y que la financiación de los partidos nunca ha sido clara. Ahora, todos disparan al aire para distraer del salir disparando. Y, por encima de todo, el Caso Bárcenas que se ha encendido como un huracanado ventilador de mierda imposible de desenchufar porque, sí, están todos enchufados. Cuidado con los dedos.
TRES Y ya van unos cuantos días del asunto y ya quedan pocos sin salpicar dentro del Partido Popular. Casi todos figuran ahí, en los “Papeles de Bárcenas”. Y las reacciones en el gobierno a la publicación de las cantidades subrayadas en amarillo de dinero negro han sido diversas. Están los que niegan afirmativamente. Están los paranoicos-conspirativos que denuncian un complot externo y despechado “justo ahora que estábamos empezando a recuperarnos” sin siquiera atreverse a pensar que tal vez todo venga de muy adentro. Está la que vuelve desde su retiro en plan Madame La Guillotine. Está el que se baja del Titanic asqueado mientras saca cuentas y comprende que no hay botes suficientes. Está la que se pasea sonriendo y dice que se siente “fenomenal”. Están las vicepresidentas que oscilan entre el aire dominatrix (Cospedal) y las casi lágrimas cocodrilescas (Sáenz de Santamaría) a la hora de asegurar que no hay nada más inmaculado que la contabilidad del partido y nadie más puro que su líder. Está el que admite la existencia de pagos extras y recuerda, campechano como borbón, que “el día que se repartían los sobres, te invitaban pinchos de langostinos en lugar de pinchos de tortilla”. Y está Rajoy, que no está. Y que, cuando está, da una cara donde siempre aletea esa incómoda sonrisita con lengüita y dientecitos. Y, sí, no hay nada más triste que un hombre que intenta ser gracioso y no lo es, pensó Rodríguez cuando, días atrás, Rajoy contestó de pasada a un periodista que le preguntó si existían sobres en el PP. Rajoy respondió “Sí, hombre...”. Y lo hizo en broma. Pero no se rió nadie. Porque no tiene gracia y porque no es gracioso.
CUATRO La desgraciada sensación para Rodríguez –y para millares de españoles– es como la de ser hijos de un matrimonio (la clase política, los partidos, el gobierno) que no sabe cómo explicarles que papi y mami no se aguantan, pero que prefieren seguir como si nada y hasta que el cuerpo aguante. Lo imprescindible es que los niños no sufran y no piensen que sus padres pueden dimitir. O que crezcan de golpe y los agarren a patada limpia por tanta suciedad. La solución que no arregla nada pasa por echarles la culpa a los demás. Preguntada por quién está atacando al PP, Cospedal contestó con modales de oráculo zen: “Lo sabrá quien lo esté haciendo”. Pero está claro que es una respuesta insuficiente para una ciudadanía cada vez más cansada de que las ineptitudes y ahora las corruptelas de sus dirigentes estén siempre justificadas por la presencia de ese archienemigo alguna vez identificado por Rajoy como “La realidad”. Esa “realidad que me ha impedido cumplir mi programa electoral”.
Mientras tanto, los cuarenta y cinco años del rostro del “mejor preparado” príncipe Felipe están en todas partes. Y es entonces cuando Rodríguez tiene una iluminación: todas estas filtraciones de apestosas corruptelas están orquestadas por el rey Juan Carlos. Es su manera de hacer entender –a todos aquellos que sueñan con el retorno de la República– que estos tipos y tipas serían los encargados de construirla y que, piénsenlo, mejor un monarca de sangre azul que todos estos plebeyos con mala sangre. Mejor –aunque nada de abdicar por el momento– mi hijo: uno solo en lugar de tantos otros y producto ciento por ciento real al que, por lo tanto, esa realidad a la que se rinde Rajoy le preocupa poco y nada.
CINCO Y por fin apareció Rajoy. El sábado. Rodríguez lo vio y no lo creyó. Pero era cierto. Discurso televisado como desde un bunker post-apocalíptico luego de “cerrar filas” con su “plana mayor” y, por supuesto, la imposibilidad de hacerle preguntas turbias luego de prometer transparencia. En resumen: para Rajoy todo es insidia y apócrifo y la “sombra de la sombra” y que si le interesase el dinero –nada más lejano en su imaginario biográfico y alternativo que la posibilidad de estar hoy en el paro– se quedaba de registrador de la propiedad, porque de político él gana menos de lo que ganaba de civil y olé. Al día siguiente, El País publicó la totalidad del Expediente B (de Contabilidad B, de Bárcenas) y esta vez no creyó necesario retirar su edición a pesar de los desmentidos. Una cosa está clara: el gobierno de Rajoy está intubado y lo que en verdad pesa aquí como una losa es que el hombre viene haciendo todo lo contrario de lo que dijo que haría mientras se fuma un puro.
Lo que preocupa a Rodríguez –y debería preocupar a Rajoy, aunque todo sea, como dice, infamias e insidias– es que ya nadie les cree nada a él, ni a los suyos, ni a los ajenos. Y que –para el pueblo fuenteovejúnico ya no parece valer eso de la “presunción de inocencia”– sean cada vez más quienes planean ya no qué hacer luego sino a quiénes deshacer ahora mismo. Y eso no es bueno. Pero ahí están las encuestas. Fatiga de materiales y cansancio de materialistas. Y clamor por algo nuevo que acaso no exista. Para Rodríguez y los suyos, los políticos españoles son hoy seres en desanimación suspendida. Inverosímiles, leyendas tontas, mentirosos y pinochos que se la pasan tocándote las narices y machacándote el cerebro. Como zombis lentos y descerebrados que dicen siempre lo mismo para ver si se lo creen y se los cree, tiembla Rodríguez con menos miedo y más furia. Pero no. Son increíbles. Estos y aquellos y esos de más allá también, no hay opciones: todo apesta, todos apestan, y parecen haber alcanzado, triunfalmente, su derrotada fecha de vencimiento.
Y los políticos expirados huelen a muerto político, piensa Rodríguez.
Y respira por la boca, como si se ahogara, para no ahogarse.
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