CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR
› Por Juan Sasturain
Para Carlitos, Gari y Guille.
La semana pasada, un talentoso imprevisible dijo de sí mismo, en un reportaje en que debía –se supone– explicar un radical cambio de opinión y de actitud de su parte, que seguramente “estaba un poco loco”, ya que se dejaba llevar por los arranques de su corazón a la hora de tomar decisiones. Y lo reiteró, literal, en otro tramo: “Debo estar un poco loco”. Obviamente, el talentoso no (se) lo cree. Lo de estar un poco loco, digo. Muchos de nosotros, tampoco. A lo que se refiere es que, para los criterios de corrección vigentes en el mercado actual de pseudo valores, su actitud sólo se justificaba a partir de asumir cierta dosis de presunta locura. Sólo un poco, lo suficiente y necesario para funcionar socialmente y poder seguir siendo como es y nos gusta que sea.
Al respecto, creo que puedo compartir con mucho más de un par de lectores que la expresión “un poco loco” me/nos remitió inmediatamente a otro talentoso de rubro contiguo –no el fútbol, sino la música, en este caso–, el sorprendente Bud Powell, uno de los más grandes pianistas del jazz de todos los tiempos. Fue Powell quien grabó en su Nueva York natal, un feriado de primavera, el 1º de mayo de 1951, en trío con Curly Russell al bajo y un inspiradísimo Max Roach en la batería, las tres tomas de un tema propio e inclasificable: “Un poco loco”. Así lo tituló, tal cual, en castellano. Un modo de autodefinirse, y una manera de calificar esa rareza que había engendrado. Y el idioma no resulta tan extraño si se piensa que Bud, de familia de músicos, tuvo un abuelo, Zachary, que fue uno de los mejores guitarristas flamencos o zíngaros de los EE.UU., y había aprendido el instrumento y la técnica en Cuba. Algo de todo eso había entonces en él y en la composición, que subrayó Max Roach con una línea “latina” de percusión que se extraña en otras versiones, incluso en las otras tomas desechadas. Se trata de una maravilla absoluta.
Sin necesidad de buscar avales fuera de sus pares e impares –de Gillespie y Monk a Bill Evans y Hancock reconocieron, admiraron su grandeza–, el hombre que hizo en el piano, durante la explosión del be-bop, lo que Parker en el saxo alto y Dizzy en la trompeta, ha sido objeto de valoraciones que trascienden largamente su ámbito creativo. Hasta el pantagruélico Harold Bloom –el del canon literario occidental– incluye la performance de Bud en “Un poco loco” entre los aportes definitivos de la cultura norteamericana al patrimonio universal del siglo XX, junto a –entre otras– Mientras yo agonizo, de Faulkner; algún segmento de Sopa de ganso, de los Marx; las novelas de Nathanael West; El puente, de Hart Crane; ciertos temas de Charlie Parker y alguna sección de El arco iris de la gravedad, de Pynchon. Notable compañía, sin duda.
Volviendo a 1951 y a la grabación del 1º de mayo, cuando a los meses Blue Note editó el simple con “Un poco loco” en el lado A, el lado B fue la maravillosa, pero de algún modo amable versión, en solo de piano, de un standard de Van Heusen y Burke extraído de la banda de sonido de la película And the Angels Sing, una plomada con Fred MacMurray y Dorothy Lamour: “It Could Happen to you”, se titula. Algo así como “Te podría haber pasado a vos”, si no me equivoco. A la distancia no parece casual ni poco significativo este reverso, casi un comentario, un guiño explicativo: Bud Powell lidió con el desequilibrio mental y sus adyacencias durante años.
Nacido en 1924, a los quince ya tocaba y grabó profesionalmente. Amigo de Monk –cuatro años mayor–, entró por él en la banda de Cootie Williams a los veinte y en el ’45 tuvo su primer arresto por desorden. La policía de Filadelfia le pegó demasiado en la cabeza, dicen. Y ahí empezó todo. En la inmediata posguerra neoyorquina frecuentó la catedral del bop, el Minton’s de la calle 52, y allí tocó con todos los que estaban inventando lo nuevo. Y fue el mejor en su instrumento. Mientras crecía como músico, entraba y salía de los psiquiátricos. Conoció el electroshock y sobrevivió lo bastante entero como para que Blue Note lo hiciera grabar, entre 1949 y 1951, sucesivas sesiones que lo consagraron como “The Amazing” Bud Powell. Así se llaman las compilaciones que reúnen su trabajo de entonces. “Un poco loco” está en el corazón del período.
Si uno revisa su biografía encontrará –me pasó a mí– que hace exactamente sesenta años, en febrero del ’53, salió de una de las tantas internaciones a las que se/lo sometía/n y, tras casi un año y medio de no tocar, se juntó con Charles Mingus, en trío y otras variantes. Fue precisamente con el poderoso contrabajista que, tres meses después, el 15 de mayo de 1953, participó del famoso concierto en el Massey Hall, de Toronto, en Canadá. “El mejor concierto de jazz de la historia”, según el mito. Debe ser cierto. Lo tuve en disco, en cinta, y ahora –como todo– está en CD: Gillespie, Parker, Roach, Mingus y Bud. Había poca gente (setecientas personas en una sala para más de dos mil) porque esa noche peleaban Marciano y Walcott por el título de los pesados, y todo el mundo –incluso los músicos en el intervalo– iba a ver la pelea al bar de enfrente... Y tomaban, claro. Dicen que Powell estaba borracho, las fotos lo muestran a Parker con el saxo de plástico blanco que le prestaron pues no había llevado el suyo, pero ambos tocaron bárbaro, como siempre. En cambio, Gillespie y Roach, si se puede decir, tocaron como nunca: “Perdido”, “Todo lo que tú eres”, “Wee” y “Saut Peanuts” son una fiesta. Y Bud estuvo ahí. Por suerte, Mingus grabó todo.
Lo que siguió para Powell no fue nunca mejor a lo anterior. Deteriorado, sufrió golpes durísimos, como la muerte de su hermano Richie –más chico, también pianista de los buenos– en el mismo accidente de autos en que se mató el gran Clifford Brown en 1956. Se fue a Europa con el Modern Jazz Quartet ese año y volvió a irse en el ’59. Finalmente se quedó en París cinco años, tocando en trío con Kenny Clarke y el francés Pierre Michelot, The Three Bosses. Los que hayan visto ese hermoso homenaje al jazz y a los músicos yanquis emigrados que es Round Midnight (1986), de Bertrand Tavernier, con un increíble Dexter Gordon, sabrán que es la transposición más o menos fiel de los años del gran Bud Powell haciendo música y peleando consigo mismo y con quienes lo ayudaban, en París.
El también, como el personaje de la película, extraña y se vuelve malherido –un poco loco y enfermo de tuberculosis– a Nueva York, con su hija Celia. En un año y medio, alcohol y droga mediante, todo se acaba.
Bud Powell murió el 31 de julio de 1966. No había cumplido 43 años y hubo cinco mil personas en su funeral con música. Tocaron “The Dance of Infidels”, que había grabado con Sonny Rollins y Fats Navarro en 1949. El infrecuente Thelonious Monk está en la foto de los que llevan el cajón.
Bud Powell estaba un poco loco. Pero seguramente bastante menos que la mayoría de los que miden los niveles de cordura de los otros con criterios utilitarios. Ese tipo de enajenación existencial no tiene cura; tiene apenas precio. El talento en cambio, aunque cueste caro, no lo tiene.
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