CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR
› Por Juan Sasturain
Es sabido que durante sus cinco años de estadía como forzado y forzoso pensionista de la cárcel de Batán, Salvador “El Dudoso” Noriega, el mítico bañero de la playa Popular de Mar del Plata, se dedicó –entre otros rutinarios menesteres– a dejar constancia por escrito de sus reflexiones sobre diferentes cuestiones y tópicos (boludeces, para muchos) que en algún caso llegaron a obsesionarlo. Todo ese heterogéneo material –que va desde crítica y comentario de los libros que leía en el penal hasta recetas de cocina y disquisiciones abiertas– se ha conservado, y constituye lo que se conoce como Los cuadernos de Batán (1965/70).
Son dos típicos Lanceros Argentinos de cincuenta páginas de los que los chicos usaban en la primaria, totalmente cubiertos por una escritura de letra apretada. La casi totalidad de esos textos –escritos con lápiz a veces mocho y birome fatigada– permanecen, en su inmensa mayoría, justamente inéditos. Y no hay por qué suponer que algo cambiará en un futuro más o menos inmediato.
Está claro que Noriega no es Hawthorne consignando puntilloso los esbozos o esqueletos de relatos que jamás –sabía– llegaría a escribir; ni mucho menos es Gramsci pensando infatigable la cultura de masas bajo el capitalismo desde su cautiverio político. Sin embargo, los cuadernos de notas de El Dudoso tienen, guardando las debidas distancias respecto de tantos y tan ilustres precedentes, un interés significativo. Sobre todo por su falta de pretensión.
En diferentes circunstancias hemos dado a conocer algunos fragmentos de pocas páginas de Los cuadernos..., y acá sólo haremos referencia –una vez más– sólo a una minúscula parte de una reflexión incidental y en apariencia de exiguo contenido. Sin embargo, como suele suceder con los cuentos tradicionales, con los refranes, con cierto tipo de leyendas, con los apuntes ocasionales que cualquier tipo de actividad motiva en una mente reflexiva y sin prejuicios, detrás o al través de lo explícito algo más queda o aparece al lector atento, como la filigrana en el papel humedecido.
Así, las anotaciones más sugestivas resultan ser los textos, a menudo inclasificables, en los que Noriega desarrolló temas vinculados más o menos libremente con su profesión y su experiencia vocacional como bañero. La trivialidad aparente de las cuestiones en discusión resulta –como en la enseñanza emanada o deducible de un koan zen– un estímulo extra a la hora de sacar todas las conclusiones pertinentes o no. Tal es el caso de este breve texto sobre la moda y repentina popularidad de un accesorio de nado que alteró en cierta medida las condiciones y el sentido mismo del trabajo de salvataje. Podemos fechar este texto entre los más tempranos (circa 1976). El original está escrito con birome de tinta azul y prácticamente no tiene correcciones. Se han conservado el tono y léxico coloquial, corrigiendo sólo los errores más flagrantes y faltas en la ortografía.
En estos últimos veranos, todos usaban patas de rana. Hay quienes dicen en el gremio que hay que prohibir las patas de rana; y otros que dicen que los únicos que las tenemos que usar somos los bañeros. No está claro si de lo que se habla es de que haya menos ahogados o menos salvatajes. Lo más probable es que usando patas de rana haya menos ahogados, pero más salvatajes. Con patas de rana la gente se arriesga más, pero es más fácil salvarla. Hay que ver si el que usa las patas de rana sabe nadar o no, y si aprende usándolas. Parece parecido a lo de las rueditas de la bici, dice el doctor Pentrelli, pero es al revés. Acá, cuando te las sacás, andás más despacio y con más laburo.
En eso, mejor, es como el caso del papel de calcar. Yo tenía una maestra que no nos dejaba calcar, porque así no íbamos a aprender nunca a dibujar solos. Con las patas de rana avanzás, pero no te enseñan a nadar, y por ahí no aprendés nunca. Lo mismo que el papel de calcar y el dibujo.
La otra cuestión es qué tenemos que hacer los bañeros con las patas de rana. Hay que decidir si los bañeros debemos hacer como los curas o como los canas. Porque hay dos ejemplos para comparar: uno es el de los canas y los chumbos, y el otro el de los curas y el casamiento o la cuestión de ponerla o no.
En el caso de la policía, se supone que no va a haber robos ni asesinatos si sólo ellos usan armas. Y entonces las usan y les dicen a los demás que no. En el caso de los curas, se supone que si la gente la pusiera sólo cuando está casado, si se respetara el matrimonio, habría menos cornudos o putas o quilombos. Pero ellos, los curas, no se casan y tampoco la ponen.
En el caso de la policía, es como si ellos solos usaran patas de rana y no dejaran que nadie las use. En el caso de los curas, todos usan patas de rana menos ellos y tratan que la gente nos las use, o las use bien. Uno dice: qué pueden hablar los curas de lo que no conocen, y qué prepotentes hijos de puta terminan siendo los canas con los chumbos que sólo ellos pueden usar. La verdad que ninguna de las dos formas funciona muy bien. Porque se confunde cuidar con mandar. Que debería ser lo contrario, como dice el doctor Pentrelli, mi compañero de desgracia.
Es difícil de resolver. Pero a mí me parece que en el caso de las patas de rana, es mejor la idea del papel de calcar. Es cierto lo que decía la maestra. Pero el que quiera usarlo, que lo use. Y las patas de rana, lo mismo. Y que se jodan si no aprenden.
Hasta ahí el breve apunte de Noriega en Los cuadernos de Batán. Es notable la búsqueda de un equilibrio entre seguridad y libre albedrío, intervención, bien común y libertad individual. Lo que sí sabemos –y sirve para redondear el personaje– es que Salvador “El Dudoso” Noriega jamás usó patas de rana para acelerar, simplificar o sacar ventaja en ningún aspecto de su vida.
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