Sáb 23.02.2002

CONTRATAPA

Momentos difíciles

Por José Pablo Feinmann

Un gobierno débil, desacreditado, casi grotesco como el que encabezaba el todavía impune Fernando de la Rúa, arrojó, en su desbandada, un saldo de treinta muertos. Ese crimen continúa sin aclararse. Ya se acuñó la frase “mártires de la Plaza de Mayo”, pero es demasiado pronto para hablar de mártires. Deberíamos dejar todavía la cuestión en un campo terminológico más abiertamente brutal: De la Rúa y los suyos (Mathov, Mestre, Santos, el ahora contoneante Antonito) no dejaron un reguero de mártires en su retirada sino un reguero de cadáveres. Se acostumbra a llamar mártires a los muertos por la represión, pero ese matiz cristiano, sedativo (ya que todo mártir “se ha ganado el cielo”), amortigua la brutalidad del asesinato. Como sea, importa señalar lo que sigue: un poder casi impotente pudo ordenar treinta muertes y nada, todavía, se ha aclarado. ¿Por qué señalar esto? Para abordar una temática acaso amarga, áspera: la realidad sigue ofreciendo resistencias. El poder represivo –que es muy poderoso en la Argentina– está sosegado durante estos días, pero nadie parece haberse arrepentido de nada. Es cierto que un funcionario político (el vocero presidencial) casi pierde su puesto por haber usado la palabra “represión”, pero no es menos cierto que el presidente Duhalde advirtió que él no era un “presidente débil” y que su deber era garantizar la “paz social”. Así, es llamativa esta “paciencia” de la policía, este quedarse a la espera, aguantar las pedradas, no descomedirse. ¿Qué ocurrirá cuando Duhalde ordene garantizar la “paz social”?
Por otra parte, ese mismo poder sigue condenando a la sociedad al camino de la violencia. Es tan atroz el sistema que sostiene que ya no quedan argumentos contra los que están hartos de ser pacientes. ¿Cuántos niños se mueren de hambre cada día? ¿Cuántos hombres desesperados se suicidan? ¿Cuántos millones de pobres de toda pobreza hay? Lo peor es que uno sabe que si esto se desmadra, si la protesta popular se encamina hacia la violencia, el abismo se devorará a cientos en nombre de la “paz social”. Cada vez es más arduo disuadir a un joven indignado. ¿De qué le voy a hablar? ¿De la democracia? ¿De la Justicia? ¿De los senderos lentos del diálogo? ¿De la “representatividad” de la clase política? ¿Y quién es culpable de esta situación? No el joven indignado que desea atajos expeditivos. Tampoco yo que me quedé sin argumentos. Los culpables son los que nos quitaron los argumentos. Los que degradaron la democracia poniéndola al servicio de los poderes económicos. Los que degradaron la Justicia sometiéndola a los arbitrios del poder político mafioso. Los que aniquilaron la idea de “representatividad” a fuerza de representarse a sí mismos y no al pueblo que, en las urnas, los eligió para ser representado. Si hay violencia, ellos serán los responsables. Y, a la vez, si hay violencia, ellos son quienes dirán que la “paz social” se ha alterado y recurrirán al poder represivo. Acaso hoy no haya “partido militar” en la Argentina, pero ciertamente hay un “partido policial”, que es un “partido represor” poderosísimo. Se equivocan quienes creen que el Palacio de Invierno está cerca porque el establishment cuenta con un ejército debilitado. No; hubo una traslación del poder de fuego en este país. Hoy lo tiene la policía, la gendarmería. Además (y sé que me vuelvo antipático por enfriar el júbilo de algunos), el “poder de fuego”, en el mundo globalizado de hoy, lo tiene, en última instancia, el Imperio. ¿Alguien cree que se podría hacer la “revolución” en la Argentina y declararla “segundo territorio libre de América”? Seamos claros: Bush diría que Bin Laden (súbitamente) buscó refugio en las zonas más atrasadas del Gran Buenos Aires y llenaría el país de marines.
Esto no significa “detenerse”, “enfriarse”; sólo significa saber que “ellos” (los que sostienen el sistema que crea pobres y suicidas minuto a minuto) están ahí, y están, también, en medio de una “guerra santa” contra el terrorismo (abierta y posibilitada por el atentado a las TorresGemelas, ese regalo maravilloso para los halcones norteamericanos) e incluirán en esa guerra a quienes alteren seriamente el equilibrio global. Esto no significa “no alterarlo”. Significa que la política debe, ante todo, calibrar la resistencia del poder que se propone alterar. Si alguien piensa que de Parque Centenario se irá a tomar el Palacio de Invierno, se equivoca peligrosamente. Las asambleas son un surgimiento, deben crear poder y no proponerse “tomarlo”. Deben abrirse a otros movimientos antiglobalizadores. Deben rechazar las tentaciones del inmediatismo. Son muchas las cosas que se han logrado: ante todo, tal vez, la posesión del espacio público, la transformación del espacio público en “asamblea”. Pero todas se pueden perder si el revolucionarismo inmediatista hegemoniza la protesta. Por decirlo claro: no hay Palacio de Invierno. No hay (hoy) un “lugar” que se toma y su posesión implica (no sólo simbólica sino realmente) la toma del poder. El “poder” no tiene anclaje territorial. El capital transnacional ha engendrado las fuerzas armadas transnacionales, que hoy actúan en Afganistán, mañana en Irak y pasado en donde sea necesario.
La cuestión del “inmediatismo” implica también la de la “transición”. El dilema es: ¿transición o elecciones ya? El “inmediatismo” quiere “elecciones ya” y visualiza las elecciones como el rostro electoral del Palacio de Invierno. Duhalde es ilegítimo, de acuerdo: surgió de un enjuague entre el peronismo bonaerense y el alfonsinismo. Pero, ¿qué surgirá de un acto eleccionario “inmediato”? Si hay un 40 por ciento de votos bronca, cualquier presidente que se consagre será tachado de “ilegítimo” desde el vamos. Si gana Zamora con el 15 por ciento o Lilita Carrió con (pongamos) el 17 por ciento... los aparatos del radicalismo y del peronismo los devorarán. Tendrán que negociar y la “izquierda inmediatista” los tildará de “traidores” a los tres o cuatro días de gestión, y también los asambleístas. La situación es terriblemente compleja. (Y, si de confesiones se trata, confieso que también es arduo escribir “hoy”, ya que preferiría, uno, seguir observando, escrutar esta realidad huidiza, y no arriesgar opiniones o juicios de los que nadie puede estar seguro. Pero el silencio no nos ampara y, desde su Carta, Walsh nos exige “dar testimonio en momentos difíciles”, algo que implica -a veces, ahora– la amarga tarea de señalar la verdadera “dificultad” de los “momentos difíciles”.)
Así, una de las posibilidades estaría expresada por la siguiente consigna: “Transición con control popular”. Esto sería posible si el gobierno de Duhalde ayudara en algo. Si Duhalde no gobernara desde su aparatismo bonaerense, si mantuviera un diálogo constante con piqueteros y asambleístas, si aclarara hasta el fin, implacablemente, los crímenes de diciembre, si se plantara con energía ante los acreedores externos, si negociara la deuda desde la decisión de no pagarla, si creara empleos masivamente, si gobernara para los hambrientos y en contra de los banqueros, si fuera consciente de que la historia le ofrece una oportunidad excepcional, si diera señales de que así lo entiende. Que su pasado de compromisos oscuros con la oscura vieja política no sigue condicionándolo y escuchara a los de abajo, quienes, así y sólo así, aceptarían, controlándola críticamente, su transición. Que esto ocurra es sólo una posibilidad entre miles de otras posibilidades. Hoy, en la Argentina, todo puede ocurrir: hasta que López Murphy arme su “partido militar” y decida arrojar un zarpazo sobre “su” Palacio de Invierno. (De todos modos, este economista cuartelero debería saber que esa intentona lo obligaría a matar, no treinta personas en una noche, como De la Rúa, sino 3 mil o 5 mil. Ni siquiera George Bush lo vería con agrado: diría que Osama bin Laden “todavía” no se ha refugiado en la Argentina y que “por el momento” hay otros caminos.)

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