CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR
› Por Juan Sasturain
En estos días tuve la oportunidad de mirar, leer y prologar un poderoso laburo sobre ciertos aspectos del universo barrabrava. No es un ensayo, es una historieta: ¿Dónde está el Polaco?, escrita por Fabio Zurita y dibujada por Francisco Baron, que mezcla el testimonio documental riguroso con la necesaria ficción que hilvana ciertos presumibles avatares personales. El resultado es una cosa seria y, en múltiples sentidos, conmovedora.
Con el corazón al Oeste y un controlado descontrol –desafueros de una historia de por sí violenta y de un dibujo que no menos–, los autores han armado un coherente relato no lineal, de a fogonazos muy bien elegidos por su capacidad de iluminar lo siempre entreverado en el universo del tablón futbolero: la pasión arbitraria y excluyente; los colores portadores de la identidad; la torcida historia hecha y escrita por manos y miradas ajenas; la puta política ocasional; la delincuencia tangente u orgánica; la soberana amistad, en este caso, por sobre todo.
Acá, el sujeto protagónico, apasionado y trágico paciente, es el núcleo duro de la mítica hinchada del Deportivo Morón durante la dictadura, con atención a sordos ruidos anteriores y a resonancias que llegan al pavoroso presente. Pero este Gallito del Oeste, en realidad, canta y pelea por y como tantos otros gallos: rojos o negros –como los de Los Olimareños– o como los gallos de todos los colores. Es una historia ejemplar.
Porque con semejante material, con tal segmento de la historia y sin buscar moraleja aparente, los autores/motores de la historia despliegan un colorido y penoso fresco que es histórico y sin guiños al verseo, pero que al mismo tiempo se permite la concesión de proponer y abrazar el mito fundante y necesario de la barra con códigos: por lo menos en el Gallito, no todo ni siempre ha sido, en el tablón y en su hoy podrida periferia, esta mierda que parece haber llegado para quedarse. Hay una saludable leyenda agridulce que merece ser contada. Hubo –nos dicen– en el aguante un terrible tiempo que fue hermoso.
Esta vigorosa novela gráfica –así, vergonzante y marketineramente, se suele llamar hoy a las historietas unitarias de cierta extensión– no es una propuesta simple y esquemática, como ningún texto referido o ambientado en el fenómeno lo puede ser. Titulada de arranque en forma de pregunta acusatoria (como el texto de Walsh sobre el emblemático Rosendo García) y terminada sin cierre, también en forma de pregunta casi retórica –“¿Cómo anda Morón? Y... como siempre”–, tiene, entre otras virtudes, la cualidad de desplegar las cuestiones sin pretender cerrarlas, ni contestar de apuro con diagnósticos bien pensantes o aleccionadores.
Combina, como está dicho, lo documental con las necesarias secuencias ficcionadas, pero siempre la idea y el gesto es de mostrar, no de demostrar. Como debe ser. De ahí que resulte absolutamente convincente por una doble condición: lo que sucede está contado/mostrado/dibujado desde adentro y desde cerca. Un primer plano descarnado, una voz recogida sin filtro ni edición ni ecualización posibles.
Así, en la historieta de Zurita y Baron resulta que la pregunta por el lugar del emblemático Polaco se responde sola, y no tiene que ver con su eventual y anecdótica desaparición en cierto momento de la historia: el Polaco está en el corazón del relato. En el centro de la tapa tribunera, y en el comienzo, el desarrollo y el final de la larga secuencia de más de cuarenta años y cinco capítulos de cuadritos dibujados con tinta sangre. Es la figura ejemplar, el barra hecho del barro elemental (por no contaminado), actor y testigo salvaje de una historia de equívocos vencidos que los autores han convertido en memorable.
Por eso podemos suponer, sin riesgo de equivocarnos, que alguna vez, en un futuro mejor o peor que éste, un lector distante o distraído que no sepa del Ascenso, del Gallo de Morón o incluso de la dictadura, quedará cautivo igual de estos terribles, conmovedores avatares de pasión sólo nominalmente futbolera: el juego, la pelota, el gol incluso, brillan por su ausencia. Como en los torneos medievales, el objeto de la pasión que induce al combate está fuera de cuadro. Pero las imágenes elocuentes nos permiten imaginar, reconocer el sonido y la furia.
Tal vez haya sido la lectura previa y tan fresca de esta historia lo que nos haya sensibilizado tanto a la hora de tener que soportar, más allá de conmovedores ejemplos de fervor y pena genuinos, el despliegue de impunidad delictiva, estupidez y enfermedad que nos ofreció –para consumo saturado e inútil análisis– este fin de semana futbolero vergonzoso, no demasiado distinto de los anteriores, y que parece no avergonzar a nadie.
Pero de todos los episodios, el que pone alevosamente en negro sobre blanco la connivencia entre la actual dirigencia de Boca y los criminales de la barra brava del club es el más revelador, porque ejemplifica la perversión estructural del actual estado de cosas.
Nada nuevo, entonces. Sólo la certeza, una vez más, de que la épica ejemplar del aguante en el origen, con otros valores de entrega absoluta y discepoliana, no garantiza su vigencia al día. Algo se ha perdido/podrido en el camino. El actual código de (los) barras sólo tiene –se sabe– significado comercial. Bah, es un eufemismo: para las mafias, que de eso se trata, los negocios son inseparables del crimen.
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