Mié 12.06.2013

CONTRATAPA

La inmolada de Brunete

› Por Mario Goloboff *

Estuvo entre las primeras mujeres fotógrafas de guerra de la historia y fue, se cree, la primera en caer en un campo de batalla, aplastada por un tanque, durante la Guerra Civil Española en el muy violento combate de Brunete, en las proximidades de El Escorial, el 26 de julio de 1937. Había nacido en Stuttgart sólo veintisiete años antes, en el seno de una familia judía que provenía de la Galitzia polaca y ucraniana, y llevaba como nombre y apellido los de Gerta Pohorylle, que modificó cuando su exilio en Francia por los de Gerda Taro. Creció en Leipzig, donde cursó un liceo de elite, se relacionó con la intelectualidad progresista del imperio austrohúngaro, y nació al primer y durable amor en la persona de un joven estudiante de medicina, Georg Kuritzkes, hijo a su vez de un “médico rojo” y de Dinah Geibke, quien había conocido a Lenin exiliado en Suiza en 1912.

Durante los ’20 bullían en la República de Weimar las ideas emancipadoras y libertarias, naturalistas y ecologistas, y Gerda se conectó fervorosamente con las mismas, pero cuando con el ascenso de Hitler al poder (enero de 1933) comienza una ola de arrestos entre sus amigos y ella cae presa en marzo, acusada de distribuir propaganda revolucionaria, siendo liberada para el verano europeo por mediación de la embajada polaca. No se había estabilizado todavía el régimen y aún contemplaba con cuidado las relaciones con países extranjeros. De allí salió inmediatamente para París, donde frecuentó a intelectuales refugiados que participaban en la Schutzverband Deutscher Schriftsteller (Asociación de Escritores Alemanes), como Walter Benjamin, Joseph Roth, Heinrich Mann, y no parece raro que se haya encontrado más de una vez con Bertolt Brecht, Anna Seghers, Arthur Koestler, Willy Brandt, y otros literatos y políticos notables de la época.

Subsiste, mientras tanto, de pequeños trabajos de dactilografía y traducción, ya que tenía un perfecto inglés agregado al alemán y al francés que incorporaba ávidamente. Hasta que se produce el gran deslumbramiento que va a marcarla para siempre: conoce a André Friedmann (más adelante, el célebre Capa), un poco más joven que ella, recientemente escapado de la dictadura de Miklós Horty y de sus prisiones en Hungría, quien de inmediato cobra notoriedad por ser el primero que fotografía, en Copenhague y contra su voluntad, al líder revolucionario León Trotsky en una de sus primeras apariciones públicas en Occidente después de la ruptura con el estalinismo.

Es el momento en que el fascismo comienza a ocupar la escena política europea y, ya, bélica. Capa se propone cubrir fotográficamente la guerra de Abisinia emprendida por Mu-ssolini. Pero en julio de 1936 se produce el levantamiento franquista contra la República española y las agencias periodísticas dan vuelta sus planes. Lo envían a cubrir los acontecimientos en la península y va, acompañado por Gerda y por su gran amigo Chim (David Seymour) en una avioneta que, a pesar de un accidente sin daños mayores, les permite llegar a suelo catalán. La ciudad de Barcelona, toda la Cataluña y todo el Aragón se exaltan bajo las reformas revolucionarias dirigidas fundamentalmente por las “columnas” anarquistas, todavía guiadas por la férrea y principista mano de Buenaventura Durruti, quien caerá a las puertas de Madrid en noviembre de ese año. Ellos las siguen, y también a las del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) en su marcha hacia Madrid, aunque pasando por el Alcázar de Toledo sitiado ahora por los republicanos.

Retorna a París en septiembre; en febrero del ’37 vuelve a partir para Andalucía. Y, según cuenta François Maspero en una suerte de bella novela biográfica (L’ombre d’une photographe, Gerda Taro), es cuando empiezan a firmar “Photo Capa et Taro” y cuando comienza ella a distanciarse sentimentalmente de su compañero para recuperar la libertad de movimiento. Por última vez, estará en Francia para el desfile del 1º de mayo de ese año; ya firma sus fotos con su único nombre elegido y trata directa y personalmente con Ce soir, Regards y las agencias (Alliance y la norteamericana Black Star) para una nueva incursión a España. Será también la última.

Recorre en esta oportunidad Valencia, Almería, Valdepeñas, Pozoblanco, Guadalajara, Toledo, las ruinas de Madrid... Hay, de esa época, alguna foto de ella, tomada todavía por el mismo Capa, donde se la ve feliz y confiada. Está trabajando a pleno; de día, fotografía al pueblo volcado en las calles, a los voluntarios de distintas brigadas con los que trata en los diversos frentes; de noche, después de la tarea y de sobrevivir, frecuenta a los más grandes fotoperiodistas del momento: Claud Cockburn, corresponsal del Daily Worker; Mikhail Kolstov, del Pravda; Herbert Matthews, de The New York Times...

Hacia fines de mayo, estaban otra vez juntos con Capa en Valencia cubriendo la fracasada ofensiva de los republicanos en Nevacerrada, entre Segovia y Madrid, lanzada con el objetivo de disminuir la presión en el frente del norte; la región y las alturas que servirán de escenario natural a Por quién doblan las campanas. En julio, Ce soir le encarga seguir el II Congreso Internacional de la Asociación de Escritores por la defensa de la cultura, que tendrá lugar en Valencia y terminará en Madrid; un encuentro en el que participaron Hemingway, Dos Passos, Auden, Malraux, Tzara, Ehrenbourg, Neruda... y que marcó unos de los hitos fundamentales del siglo XX en las relaciones entre intelectuales y política. El Congreso cierra el 9 de julio. Pocos días más tarde, cae Gerda en los combates de Brunete.

La novedad, que se difunde inmediatamente por todo el mundo, es recibida con enorme sorpresa y malestar en las filas democráticas. Velada, primero, en los jardines de invierno de la Alianza de los intelectuales, de Madrid, el poeta Louis Aragon, director de Ce soir, pide a sus próximos que sea enterrada en París “como una hija de la ciudad” y se celebran impresionantes funerales en los que participan las fuerzas del Frente Popular a la cabeza, siendo enterrada en Père-Lachaise, cerca del muro de los Federados. La concepción de su tumba es pedida a Alberto Giacometti. Los encargados de reconocer y llevar el cuerpo desde España han sido Rafael Alberti y su mujer, María Teresa León, y en Toulouse la reciben su amiga Ruth Cerf y, entre otros, Paul Nizan. Luego viene la derrota de la República, los años de la Segunda Guerra Mundial, los de la ocupación, los del olvido. En 1994, una investigadora alemana, Irme Schaber, recobra sus pasos y escribe una importante biografía: Gerta Taro, Fotoreporterin im spanischen Bürgerkrieg. Y ahora, que se ha redescubierto la increíble “valija mexicana”, con unos cuatro mil negativos de Capa, Gerda y Chim que se consideraban perdidos, expuestos por estos días en el Museo de Arte y de Historia del Judaísmo de París, comienza Gerda Taro a ser definitivamente recuperada para la memoria.

* Escritor, docente universitario.

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