› Por Rodrigo Fresán
UNO Aquí viene otra vez: otra negra noche blanca, con Rodríguez despierto y sin poder pegar ojo. Aunque lo que no se puede pegar es párpado. Porque el ojo –perruno y andaluz o felino y catalán– ahí está: abierto y a la espera de una navaja que lo abra cerrándolo para siempre. Así, de nuevo, Rodríguez pensando en los relojes derretidos de Dalí, a quien Vladimir Nabokov definió con acierto como “el hermano gemelo de Norman Rockwell al que los gitanos secuestraron cuando era un bebé”. Y Rodríguez cantando en la voz bajísima de sus pensamientos el nuevo disco de Elvis Costello junto al combo hip-hop The Roots: Wise Up Ghost, cantando canciones desesperadas como “Wake Me Up”. O intentando recordar en qué parte se quedó de Doctor Sueño: la nueva de Stephen King (quien alguna vez, hasta la nariz de cocaína, escribió Insomnio) y esperada continuación de El resplandor. Y orando por que no vuelva a aparecer en el noticiero esa absurda monja twittera y video-tertuliana, Xyskia Valladares, quien acaba de recopilar sus “píldoras de fe” en un librito titulado #arezaryadormir. O diciéndose que ahora mismo, mientras no puede dormir, en Estados Unidos se está emitiendo el último episodio de Breaking Bad y que él verá a la mañana siguiente; cuando sigan abiertos los ojos que no pegó y en su cabeza todavía resuene el balido de miles y miles de ovejas pidiéndole que las dibuje, que ellas son mucho más simpáticas que los silenciosos e incontables corderos.
DOS Del mismo modo que es un dedicado seguidor de noticias cósmicas (agujero negro arrasa), alemanas (Merkel arrasa), vaticanas (Francisco arrasa), españolas (Rajoy es arrasado por una periodista de Bloombeg), Rodríguez también se interesa por todo lo que tiene que ver con el sueño, con su falta y sus faltas, con su presente sin tiempo. Rodríguez ha leído con interés la versión lírica del joven escritor Blake Butler en su crónica-tratado Nada (inspirada por David Foster Wallace, quien se arrasó a sí mismo); pero a Rodríguez le interesan más las novedades puras y duras e insomnes. El avance epidémico de las llamadas “enfermedades del sueño” como apnea y bruxismo y piernas inquietas y contracturas varias y, seguro, fantasías más o menos asesinas. Las mujeres como cada vez más dedicadas consumidoras de píldoras de colores para poder soñar en blanco y negro antes de matar o no a sus hijitas. El sadismo de los canales de televisión españoles que programan las series en tandas de varios capítulos en trasnoches. El joven becario bancario alemán que se derrumbó en la city de Londres luego de trabajar 72 horas sin dormir para hacer méritos, para conservar su puesto en la eterna línea plana de largada y sin salida. O –a releer mientras en España se discute lo de cambiar la hora con el meridiano de Greenwich para potenciar la vida despierta– el ensayo del profesor de la Stanford University Evgeny Morozov publicado hace unas semanas en El País ocupándose de un más o menos nuevo concepto físico-existencial, ya admitido en sus páginas por el Oxford Dictionary, conocido como lifehacking (o “estrategia o técnica adoptada para administrar el tiempo propio y las actividades diarias de un modo más eficiente”). La idea, en principio, era buena: diagramar mejor la vida, sacarle todo el jugo al tiempo. Pero, como ocurre con el monstruo de Frankenstein, las mejores invenciones tienen su contracara oscura. Y no en vano el hombre siempre requirió de dosis de algo llamado nada, del dolce fare niente del que en más de una ocasión brota la chispa de lo genial. Ahora no: ahora el descanso empieza a entenderse como “tiempo muerto”. Y allí Rodríguez leyó a un tal Jonathan Crary, historiador de la Columbia University, apuntando que “la gran parte de nuestras vidas que pasamos durmiendo, liberados de una montaña de necesidades artificiales, subsiste como uno de los agravios humanos a la voracidad del capitalismo. Dentro del paradigma global neoliberal, dormir es cosa de perdedores”. Un párrafo más abajo se informa sobre las investigaciones del Pentágono para conseguir victoriosos soldados que ya no necesiten dormir. Después, ya saben, fuego amigo y daños colaterales y efectos secundarios y un/otro joven veterano que entra a un centro comercial armado hasta los dientes, pupilas dilatadas, temporada de rebajas y de bajas y liquidación total.
TRES Por supuesto, no todo es así y hay espacio aun para la magia inmemorial y para aquellos alquimistas intentando alumbrar la piedra filosofal que nos acerque a una lectura más fiel y precisa de nuestros sueños. Hace unas semanas, Rodríguez se informó de un equipo de científicos japoneses que consiguió destilar –mediante resonancias magnéticas– una especie de tabla periódica y onírica con un 60 por ciento de aciertos en lo que hace a patrones y constantes universales de lo que soñamos. ¿Con qué sueña despierto Rodríguez? ¿Con qué sueñan todos los españoles? Sencillo pero complicado: con el fantasma de Navidades pasadas en las que España iba bien. Después, desde ese núcleo comunal, cada cual atiende su juego (Rodríguez retorna una y otra vez a su prima de riesgo, a su riesgosa prima: la bella Mirta Rodríguez, nacida en Buenos Aires, lejana y deseada desde hace décadas y desde tan lejos) y mezcla naipes con la azarosa compaginación de lo onírico (o del libre flujo de conciencia con el que se piensa cuando se intenta dormir en vano). Allí, en Tierra de Nada, se funde todo: la cadera con “mala suerte” del rey; el siempre inquieto infantito borbónico y naranjito mecánico Froilán (a quien Rodríguez utiliza para asustar a su hijito: “Si no te duermes, va a venir Froilán y...”); los inminentes problemas para descansar de la cada vez más tirante Letizia (a quien ahora, con Juan Carlos de nuevo “en el taller”. se le vienen demasiadas apariciones de 9.00 a 14.00 junto a su marido bien preparado); las alucinaciones y desvelos soberanistas de Cataluña (que hablan de cosas raras como el “euro catalán” que sorprenderían hasta a aquel enano de retro-dicción líquida y daliliana en Twin Peaks); los cada vez más frecuentes ronquidos de francos ultraderechistas; los recortes en las cansadas pensiones de los jubilados (de las que ahora dependen hijos y nietos y el 26 por ciento de las familias españolas); la promesa de que 2014 será “el año de la recuperación” sin entrar en demasiados detalles; y ese estudio de Intermon que ha determinado que, de seguir así las cosas, para el 2025 el 42 por ciento de los españoles serán pobres y uno de cada tres indigentes europeos llevará la etiqueta/estigma de la tan mentada Marca España.
Entonces, asustado por tanta pesadilla real, Rodríguez, agotado y vacío y zzzzombi, por fin se duerme. Y sueña con esos clásicos de pesadilla que siempre funcionan y que asustan tanto menos que los sueños irrealizados de la realidad. Rodríguez sueña con que va desnudo por la calle, con que cae desde las alturas, con que es arrastrado por una ola gigante, con que un monstruo lo persigue y lo alcanza por los pasillos de un hotel fantasma donde no hay habitaciones disponibles para él (porque no puede permitirse pagarlas), pero sí un trabajo para cuidarlo durante el muy largo invierno que se avecina.
Buenas noches, dulce príncipe.
Descansa en paz.
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