Mié 23.07.2003

CONTRATAPA

Música

› Por Luis Bruschtein

“Voy por la calle y leo la música de las paredes –explica el maestro Sergio Aschero–. Una ventana abierta, un postigo semicerrado, otra abierta y una cerrada, pum, pum-pum... y así la ciudad hace música, la matemática tiene música, hasta podría planificar un jardín pensando en su música...” Sergio Aschero es músico con un curriculum impresionante. Antes de cumplir 20 años ganó una beca en el Fondo Nacional de las Artes para estudiar la música de los chahuancos. Se adentró en la selva norteña y convivió durante varios meses con un grupo tribal que prácticamente no tenía contacto con la civilización. Vivía en una choza aislada de las demás y todas las mañanas dejaban en su puerta un dorado o un surubí recién sacado del Bermejo.
Cuando regresó a Buenos Aires intentó escribir la música que había grabado en las ceremonias y fiestas chahuancas. “Fue un desastre –se queja, atizándose la profusa barba colorada–, no era lo que había escuchado, era una porquería, el viejo sistema medieval de escritura de la música no podía expresar algo tan simple como la música de los chahuancos. Entré en una profunda crisis.”
Aschero es un eximio guitarrista, director de coros y de orquestas, compositor y musicólogo. Desde su regreso del Norte se obsesionó por transformar la escritura musical. Cuando sus amigos lo iban a visitar en los años ‘60 solían encontrarlo, voluminoso y barbudo, recostado en el piso, escribiendo sinfonías para berimbau, tambores y coros guturales, en largos rollos de papel. Había empezado a experimentar con un sistema de colores. Sus amigos preferían escucharlo cantar con exquisita sensibilidad canciones folclóricas argentinas o medievales españolas. Pero las canciones se le habían entregado con facilidad, tenía ese don. Sus amigos pensaban que sería un cantante famoso, pero Sergio se había fijado una meta más ambiciosa, quería revolucionar el sistema de escritura musical.
Casi cuarenta años después, tras terminar su formación en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid y en la Universidad Complutense de Madrid y de haber vivido en España, Italia y Brasil y haber regresado varias veces a Buenos Aires, puede exhibir su creación. Eliminó el pentagrama, las claves, las redondas, blancas, negras y corcheas y todos los símbolos de la vieja escritura, simplificó todo hasta lograr un sistema sencillo, lógico y a partir de conocimientos familiares y comunes: números o formas geométricas y colores.
Su sistema recibió el respaldo de músicos como Luigi Nono, Juan Carlos Paz y Darius Milhaud y científicos como Stephen Hawking, ha sido reconocido oficialmente por los ministerios de Educación de España y de Italia y ahora trata de impulsarlo en Argentina. “El viejo sistema fue inventado en la Edad Media, cuando la música entró en el ámbito de la Iglesia –explica con pasión–, es cerrado y no tiene lógica, y a lo largo de los años fue emparchado y emparchado para mejorarlo; yo trato de sacarlo del ámbito original de la Iglesia para devolverlo al de la ciencia; Platón decía que la música eran cantidades en movimiento...”
Pero lo que más le interesa es la posibilidad de popularizar la lectura de la música. “Esto no es para los músicos que ya leen con el viejo sistema, es para abrir ese universo a la gente común”, afirma. Chicos de tres años pueden leer música en pocas horas con su sistema. “La música forma parte de la vida y sólo una ínfima parte de las personas sabe leerla. Porque para hacerlo hay que aprender conocimientos extraños y hasta otra lógica, hay miles de músicos en el mundo que no saben leer música.”
Ha elaborado publicaciones, disquettes y tiene una página web en Internet (www.aschero.com). El sistema es tan sencillo y tan lógico que no precisa palabras para explicarlo, el disquette es a base de imágenes y sonidos y cualquier adulto aprende a leer en dos o tres horas. Las investigaciones del maestro Aschero culminaron en la elaboración de un nuevo lenguaje, un potente código de comunicación capaz de representar, mediante signos simples de carácter científico y universal, todos los sonidos existentes que provengan de la música, la naturaleza o los objetos.
Con su porte macizo, la barba roja y los ojos celestes, tiene la misma pasión que el pibe que empezó su formación en el Collegium Musicum y en el Conservatorio Nacional. Parece un pirata de fantasía o un corsario novelesco. Y esa misma fantasía lo lleva a querer llenarle la cabeza de música a la gente. Porque para el que aprende su sistema, todos los objetos y los colores empiezan a tener ritmo y melodía. Cualquiera puede ir por la calle cantando la canción del tren o imaginando la música del mercado, el coro del rascacielos o la sinfonía del parque.

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