CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR
› Por Juan Sasturain
La palabra medio es –en castellano– de una riqueza semántica digna de descripción pormenorizada: columna y pico de cualquier diccionario. En principio, el mismo significante puede ser, según uso y circunstancias, un sustantivo común de género masculino con varios significados/usos diferentes. Van unos pocos ejemplos: “El martillo fue el medio utilizado para partirle la cabeza al frutero”, dice la nota policial; “No es malo, pero se crió en un medio de mierda”, se suele justificar; “Yo juego donde me pongan, pero prefiero en el medio”, dijo la joven promesa de Banfield; “En Bahía Blanca y su zona, La Nueva Provincia es el medio más importante”, dice el informe para el documental incisivo.
Pero suele utilizarse también como adjetivo numeral (¿partitivo, se decía?) masculino, aplicado a un sustantivo: “¿Quién quiere medio chorizo más?”, pregunta el orgulloso asador. Y finalmente como adverbio de cantidad, invariable, aplicado por lo general a un adjetivo: “Me agarró medio desnudo”, cuenta un azorado. Y éstos son unos pocos ejemplos de una infinita variedad de usos.
Precisamente, esa multiplicidad/polisemia es la que a veces conduce a utilizaciones incorrectas, por contaminación con usos sólo en apariencia similares. El equívoco más común es usar el adverbio “mismo” como si fuera adjetivo y darle variantes de género y número. Así, en lugar de “Mi prima es medio boluda, pero eso lo puede hacer”, se dice (mal): “Mi prima es media boluda, pero...”. Incluso hay (muchos) casos en que ese uso ambiguo es consciente, como cuando un texto, libro o estudio sobre lo que se escucha por radio y se ve por televisión se titula Medios locos, o existe un –excelente– programa de análisis sobre este tipo de mensajes bien llamado En el medio. Y así, en variación infinita de posibilidades.
En estos últimos y saludables días de debate y toma de posiciones a partir de la declaración de constitucionalidad de la (mal) llamada nueva ley de medios, estas cuestiones han tenido renovada actualidad. Y, por ejemplo, el título de esta contratapa escrita ad hoc, paciente lector, trabaja, como tantas veces, en ese sentido.
Así, “sacar del medio” puede ser una buena forma de describir lo que la victimizada parte hegemónica/monopólica del mercado mediático siente que “le han hecho” con esta “legislación totalitaria” paradójicamente votada por el Congreso nacional, previo debate abierto a todas las voces de la sociedad.
Por lo menos en dos sentidos, el consabido Grupo puede hablar de una intención de “sacar del medio”. Uno es entender “medio” en términos topológicos como “espacio entre dos partes” y suponer que este gobierno ocasional (no el Estado nacional soberano) quiere “sacar(los) del medio” –a ellos, voceros de la libertad de expresión, garantía de pluralismo–, y suprimirlos por lo que –dicen sentir que– son: una barrera democrática entre la gente y el Mal, una garantía contra el totalitarismo que sin ellos –interpuestos como están hoy– podrá imponer a la gente el discurso único de este gobierno con vocación hegemónica.
Y en el otro sentido, al entender la palabra “medio” en tanto apócope de “medio de comunicación”, la frase “sacar(los) del medio” significa, literal y materialmente, lo que sienten como un despojo, un robo en última instancia, ya que se los obliga (mediante parámetros de cantidad relativa) a abandonar ciertas posiciones de privilegio cierto en la oferta del mercado mediático. Como la tajada o segmento o parte del mercado que posee el grupo es muy variada y voluminosa, es lógico que –con su experiencia acumulada de años de hegemonía– sientan que al sacarles (parte de sus) medios perderán poder relativo y ese poder pasará a manos de cualquier otro menos ellos, lo cual es lógicamente preocupante, ya que –no se sabe por qué– nadie sino ellos son garantía de pluralismo y libertad de expresión.
Hasta ahí las lecturas de “sacar del medio” que –entre otras– puede hacer la victimizada corporación. Y vaya si las hace, hasta saturar las posibilidades de argumentación falaz. Lo único que ha conseguido –en realidad– es desplegar con nitidez la raíz económica de cualquier aspecto de su argumentación. No tiene otra lógica que la del negocio y a ella se subordina toda otra consideración.
En cambio, y desde otra (nuestra) orilla, no se necesita ser un doctrinario John William Cooke para entender que este “sacar del medio” significa hoy y ahora, para el pueblo argentino, para la comunidad toda, para el espíritu mismo de la ley que busca su vigencia plena, algo bien distinto. “Sacar del medio” es, futboleramente hablando, “empezar de nuevo”: uno a cero y a jugar, con reglas claras, nuevas, justas y otras. Y sobre todo con otro espíritu.
Para los que apoyamos y saludamos, con la inmensa mayoría, el nuevo estado de cosas que esta legislación posibilita en su espíritu democrático y pluralista, en tanto considera la comunicación y la información –entre otras cosas– como derechos y no como objetos de negocio, ésta es una oportunidad no única pero sí muy especial de dar un salto de calidad en la producción y en el logro de la credibilidad ciudadana. Pero para eso hay que creer. Uno, el que es responsable, debe creer y bancar en los hechos lo que dice y vota.
Sabemos que –entre logros y expectativas cumplidos, hay tantos ejemplos de lo que se está haciendo bien– siempre hay y habrá intentos de manipulación, gestos de traición más o menos solapada al espíritu con que se conciben y sancionan las leyes más saludables. Por eso, tras las disputas necesarias y la –a veces– exacerbada descalificación, llegó la hora del servicio, la creatividad, la confrontación genuina y la buena leche. Habrá que estar más atentos que nunca al cómo sigue este riquísimo proceso que nos compromete, este partido clave en el que como sociedad (conscientes e ilusionados) nos toca “sacar del medio”.
Qué mejor.
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