Lun 11.11.2013

CONTRATAPA  › ARTE DE ULTIMAR

El espíritu de Frontera

› Por Juan Sasturain

Ayer fue el Día del Dibujante en la Argentina. Y ayer –como se recordó con justicia en muchas partes– se cumplieron veinte años de la desaparición de Alberto Breccia, que fue uno de los más grandes dibujantes de historietas del mundo y que –como tantos argentinos famosos– era apropiadamente uruguayo. Todo muy sabido, en realidad: tanto la puntería del soberano maestro al haber embocado justamente en su día, como el chiste fácil de la nacionalidad. La memoria del viejo Breccia se merece largamente estas cariñosas redundancias.

Pero no quiero hablar de eso una vez más, sino de otra cosa cercana y tangente: la casi inmediata aparición de un libro singular, originalísimo, acaso desmesurado en su pretensión, un auténtico despropósito debido al empeño del obsesivo investigador Carlos Altgelt, de quien desde ya pasamos a considerarnos deudores agradecidos de por vida. Ya verán por qué.

Altgelt es uno de los tantos Carlitos de su / nuestra generación en los que nos conocemos y reconocemos. Una generación de pibes nacidos a principios de los ’40, en medio o en las postrimerías de la Segunda Guerra, que hicieron la primaria con Evita en el libro de lectura y tomaron la leche con Toddy o Vascolet escuchando Poncho Negro o Tarzán por Radio Splendid. Una generación de Carlitos que usaron medias ídem y pantalón corto hasta los doce, lectores de Salgari, Stevenson y de El Príncipe Valiente en la colección Robin Hood. Pibes frecuentadores del cine continuado y de la matinée de aventuras con cowboys infalibles, piratas audaces, japoneses traicioneros y monstruos de utilería, que se emocionaban con los seriales en episodios ya viejos de Flash Gordon y los dibujos animados muy nuevos de Tex Avery mientras comían maní con cáscara de la bolsita y masticaban pastillas Trineo. Una generación de Carlitos –sobre todo y finalmente– enfermos de aventuras en cuadritos, formados y deformados por las omnipresentes historietas. Por eso hablo en nombre de todos aquellos que –deslumbrados por nuestros ídolos del kiosco– alguna vez quisimos ser dibujantes y llenamos los cupones de inscripción de alguna de las memorables escuelas de enseñanza en vivo o por correspondencia con la ilusión de llegar a ser Solano López, Arturo del Castillo, Pratt, Moliterni, Roume, Breccia...

Vamos al grano: este libro maravilloso –el último de los varios en los que el memorioso y laborioso Carlos Altgelt ha encauzado su cálida vocación por rescatar del olvido mojones de la cultura popular de su tiempo que es el nuestro– se propone y logra un objetivo singular: el registro, con reproducción de la tapa a color e índice pormenorizado –título por título, número a número, ejemplar por ejemplar, historieta por historieta– de todas las publicaciones de Editorial Frontera; es decir, los (primeros) libros y las famosas revistas creadas y dirigidas por Héctor Germán Oesterheld en el período más fecundo y recordado de su larga carrera como guionista de historietas, el que va de 1956 a 1963. La luz del fósforo que ilumina el corazón, el tramo final de la época de oro de la historieta argentina de aventuras.

Con sano criterio, el autor no ha querido redundar. A este Carlitos –cuasi increíble pariente a distancia del pionero Outcault, creador nada menos que del Yellow Kid– ya le debemos hermosas y completísimas monografías sobre personajes como Bull Rockett y Sargento Kirk. Acaso por eso, conocedor minucioso como es del trabajo de Oesterheld, en esta oportunidad ha optado por soslayar toda referencia y juicio de valor respecto de la obra del mayor de nuestros escritores de aventuras por considerarlo un tema (adecuadamente) transitado. Y hace muy bien. Sobre todo porque así concentra toda su energía en la busca del dato duro y la información más precisa y fina, algo que desde este lugar del fanático lector, se agradece. Y estoy seguro de no estar solo en eso.

Nunca hasta ahora, con los antecedentes notables de los trabajos de muchos otros investigadores a los que debemos aproximaciones valiosísimas a distintos aspectos de la producción del autor de El Eternauta, se había llegado tan lejos en este aspecto puntual: la elaboración de un índice pormenorizado de contenidos, personajes, fechas, ediciones y autores del período “de Frontera”, con referencias y datos muy novedosos por inexplorados o no consignados hasta el momento. No es el caso de la localización cronológica de las primeras publicaciones de muchos de los por entonces novatos Oswal, José Muñoz, Durañona o Lito Fernández, pero sí el de la identificación precisa de las historietas extranjeras –sobre todo las inglesas de la Fleetway– publicadas durante el largo y agónico período de decadencia que, iniciado el año anterior, se hace evidente y penoso a partir de 1961, y se prolonga hasta el galope muerto del demorado final.

Este libro resulta, así, para el lector común que todos seguimos siendo, un pretexto para volver a experimentar, sobre todo, la emoción de reconocer tapas y dibujos que nos sedujeron desde el abigarrado kiosco hace más de medio siglo –y la pesquisa de reconocer autores “no firmantes”–; y para el investigador actual y futuro, una herramienta eficaz, insoslayable: aquí están todas las referencias que permiten ubicar e inventariar autores y personajes de ese glorioso período, como nunca antes.

Parafraseando al tano Hugo Pratt –emblema, genio y figura de esa época y de estas revistas maravillosas–, es “el espíritu de la frontera” que él descubrió en el libro homónimo de su admirado Zane Grey y atraviesa su obra, de Kirk y Ticonderoga a Weheling, el mismo que mueve la empresa apasionada de este libro. Como nosotros, el autor parece siempre encaramado en el anca del caballo pampa dibujado por Mottini (famoso emblema, logo de Frontera) explorando un horizonte que sólo los caprichos del reloj han dejado a nuestras espaldas.

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