› Por Rodrigo Fresán
UNO El otro día, en la sala de espera de un hospital, Rodríguez experimentó algo que casi lo dejó sin último aliento. Pero él no estaba allí por él, por algo suyo, por algo que nunca había pedido ni le interesaba tener. Rodríguez había ido a visitar a un amigo que en realidad no era un amigo sino un conocido (pero se sabe que los hospitales siempre encienden o ascienden los afectos); y en una revista vio una foto de un ataúd con forma y look de teléfono móvil. Y, por supuesto, su precio para/de morirse. Rodríguez cerró la revista porque pensó que estaba alucinando, que había respirado una de esas raras bacterias que hacen de los hospitales el sitio donde, estadísticamente, es más probable que te enfermes de algo que nunca tuviste hasta entonces y que jamás habrías tenido de no ir a visitar a alguien. Alguien que, seguro, saldrá de allí más o menos curado de lo que lo llevó, pero a punto de sucumbir a una flamante infección allí contraída y que no demorará en entrarlo de vuelta aquí, a la casilla de salida, y... Para dejar de pensar en eso, pero seguir pensando en eso de otro modo, Rodríguez volvió a ver la foto y a no creerla. Pero ahí estaba. Ataúd telefónico dentro del cual, se supone, yacerá el muerto ocupando el sitio de la batería, de la memoria. El muerto sonado y sonando en la oscuridad, llamando para que vayan a desenterrarlo, por favor; para que no lo olviden, para que no lo dejen descargándose a solas y bajo tierra donde ya nadie puede oírlo y contestarlo.
¿Hay alguien ahí? Si estás ahí, da tres tonos.
DOS Y tiempo atrás, Rodríguez ya leyó de tipos cuya última voluntad era la de ser enterrados junto a su ser más querido: el iPhone. Y también de empresas que se dedicaban a seguir manteniendo vivos blogs de difuntos y hasta enviando tweets espectrales y escritos por adelantado para fechas como nacimientos, bautizos, primeras comuniones, casamientos, divorcios y, por supuesto, decesos de seres más o menos queridos. El fantasma en la máquina o, mejor dicho, la máquina como fantasma, sí. Pero lo del ataúd ring-tuneado se le hace a Rodríguez un poco demasiado: como haber cruzado una frontera de la que ya no hay retorno. Una imperdonable grosería en el tratamiento de los misterios del The End (¿no es uno de los pocos consuelos del estar muerto el ya no tener que atender el teléfono?) y una bofetada a todas las mejores y más divertidas religiones y a las más agónicas obsesiones de gente como E. A. Poe (y su muerto en suspenso Ernest Valdemar) y H. P. Lovecraft (inolvidables esas páginas con tumba telefónica de “La declaración de Randolph Carter”), sumos sacerdotes del entierro prematuro y del ascendente descenso a los submundos donde se aúlla o se susurra. Así que, con esfuerzo, Rodríguez procura pensar en otras cuestiones. ¿Qué hace ahí? Está visitando (en realidad llevándole unos story-boards) al Nene Fagliacce-Stein, uno de los mellizos idénticos e inconfundibles y argentinos que comandan Tangoz, la agencia publicitaria para la que trabaja Rodríguez. Duda: un jefe en un hospital, ¿es un amigo o un conocido? Misterio. Y es un misterio todavía misterioso cuando se trata de medio jefe y –cosa rara– Rodríguez nunca tiene problemas para saber quién es quién cuando los Fagliacce-Stein están juntos; pero el test modelo siete diferencias se le complica cuando los contempla por separado. Se supone que el que está ahí, en cama reclinable, es Nene, de acuerdo; pero también podría ser Bebe, da igual. Rodríguez –ya claroscuramente fúnebre– se pregunta en qué se convierte un mellizo cuando el otro mellizo se muere. ¿Un ex mellizo? ¿Y cuánto tiempo puede un único ex mellizo, una mitad del equipo, mantener la ficción de que el otro no ha muerto representando ambos roles que no dejan de ser un único personaje? Mucho. Tal vez para siempre. Sobre todo en el caso de Bebe/Nene, quienes –como los sobrinos del Pato Donald– son especialistas en terminar la frase que ha comenzado a decir el otro y que, además, piensan exactamente lo mismo acerca de todo. Así que, ahora, Rodríguez estudia el plan de rodaje de un spot que ofrecerá producto revolucionario: holograma 3D de parientes muertos. Ideales para niños que pierden pronto a padre o a madre. El slogan que se les ocurrió a los Fagliacce-Stein tiene la ferocidad y la gracia de una sonrisa de calavera: “Los Reyes Magos no son los padres; pero los padres sí pueden ser la más real de las magias. Pídeselo estas Navidades a Mamá. O a Papá. O a los Abuelos. O a los Tíos. O a quien quede”.
TRES De salida, a Rodríguez todo se le hace mortal. Resaca de Halloween y cae una de las primeras tardes oscuras del otoño (cortesía del ajuste del horario de invierno) y la gente volviendo a sus casas son como lentas procesiones de zombies. Y se sabe que el zombie es el muerto más pobre y numeroso. Y que se mueve despacio y que tiene hambre y que cada vez hay más zombies con apellido español. Frente a ellos, una putrefacta clase política –como en una versión desarticulada del clip de “Thriller” o de aquel adiós danzarín de El último sello– hace morisquetas, se reúne en mitines para admitir culpas y errores o festejar triunfos invisibles, presentan memorias in memoriam donde reescriben su pasado o ajustan cuentas con el presente y los impresentables de sus partidos. Nada más muerto pero inmortal que un ex jefe de gobierno español. El jefe en funciones, en cambio, es como Bruce Willis en El sexto sentido: no sabe que está muerto, pero lo sabrá tarde o temprano; porque hasta un niño se da cuenta de ello.
Rodríguez no puede olvidarse de que Barcelona es la ciudad donde más caro cuesta un sepelio (unos 6400 euros). ¿Estará esto relacionado con el aumento sin precedentes de difuntos donados a la ciencia y con que España sea la primera potencia mundial en dación de órganos y la cuarta en cuerpo entero? ¿Son cada vez más lo que se dan de baja del seguro de deceso (de poéticos y melancólicos nombres como Ocaso o Finisterre) con el que se van pagando por adelantado los últimos ritos en cómodas cuotas, desde los 25 años hasta los 80, para acceder a una fiestita más bien triste? ¿Y qué decir de esos desmejorados curas que regentean el cementerio de sus iglesias y ponen cartelitos/reproches/denuncias en las lápidas que no tributan su anualidad, advirtiendo que ya no rezarán por esas almitas a punto de desahucio si no se ponen al día con su sueño eterno? ¿Cómo es posible que, para muchos, sea una buena noticia el que los recortes en sanidad impliquen una menor esperanza de vida y que, con viejos muriendo más jóvenes, pueda sostenerse el cada vez más endeble sistema de pensiones? ¿Por qué nadie se acuerda de la difunta pero inmortal Six Feet Under cuando se discute cuál es la mejor serie de los últimos tiempos, eh?
Rodríguez vuelve a mirar ese Nokia-féretro (recortó la página de la revista) y se dice que, de tener dinero, se lo compraría ya, para meterse dentro, a dos metros de profundidad donde, a cubierto y bien cubierto, seguro, ya no hay cobertura y, por fin y al fin y al final, pueda descansar en paz.
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