Sáb 02.08.2003

CONTRATAPA

Los crueles y los sucios

› Por Osvaldo Bayer

El que ha sido asesino desde el poder queda para la historia. Para él no habrá perdones ni disculpas ni obediencias debidas. En Alemania justo ahora se presenta otra vez el caso de un criminal de guerra. Se trata de Hans Filbinger, nada menos que ex primer ministro de Baden Württemberg. Fue una especie de padre de la patria, después de la guerra. Es conservador, del Partido Demócrata-Cristiano. La gente lo elegía casi por unanimidad cada cuatro años. Hasta que uno de esos investigadores que trabajan día y noche a luz de vela entre los papeles del pasado, sacó de un archivo la radiografía de la actuación nazi del patriarca. Durante la guerra este demócrata-cristiano había cometido un hecho horrible, pleno de traición a los derechos humanos y al verdadero sentimiento cristiano. El señor Hans Filbinger había sido juez militar durante la guerra. Y ocurrió que en el ejército alemán hubo desertores de conciencia. Es decir, jóvenes que se negaban a “matar al enemigo” en el frente. Tiraban el máuser al suelo y se negaban a atacar. Uno de esos jóvenes increíblemente valientes se llamó Walter Gröger. Ya prácticamente se había acabado la guerra, los ingleses hicieron prisioneros a Filbinger y su tropa. De pronto, los ingleses trajeron al campamento de prisioneros alemanes a Walter Gröger, el muchacho que les explicó a los británicos que él era desertor. Los ingleses no quisieron complicaciones y lo mandaron con los otros prisioneros alemanes. Allí Filbinger, aunque ya había terminado la guerra, insistió para que se le hiciera un juicio. Filbinger mismo presidió el ridículo tribunal militar y dictaminó la pena de muerte para el soldado desertor. Precisamente porque Gröger no había abandonado a la tropa porque tenía miedo del frente, sino porque no quería usar su arma para matar a soldados de otro país. Filbinger, una vez aprobada la pena de muerte del pacifista, pidió a los británicos fusiles para la ejecución de Gröger. Y así, en el campo de prisioneros, fue fusilado el soldado por sus propios compañeros, en un acto cruel y sin ningún sentido ya.
Cuando 33 años después, el investigador histórico, que no era otro que el dramaturgo Rolf Hochhuth, hizo publicar su hallazgo, la opinión pública se sumió en el horror de la verdad. ¿Cómo, el tan apreciado primer ministro Filbinger, católico y padre de numerosa familia había hecho eso? Fusilar a un joven soldado cuando ya se había terminado la guerra. Lo había hecho fusilar por “traidor al ejército de la Patria”. No era el “ejército de la Patria” sino el de Hitler, del racismo y la muerte. El soldado Gröger no era traidor, era todo lo contrario, se había negado a matar, a ser sirviente de generales asesinos de una guerra imperialista. Todas las simpatías –en 1978, cuando se descubrió la verdad– fueron para Walter Gröger, el valiente, el héroe. La reacción de asco y desprecio fue tan grande que Hans Filbinger tuvo que renunciar, sumergirse para siempre en la oscuridad del anonimato. Cuando es depuesto, el asesino dirá estas palabras terribles: “Lo que en ese tiempo fue Derecho no puede considerarse hoy como injusticia”. Primer ministro demócrata-cristiano. Cristiano. Nos imaginamos al soldado pacifista Walter Gröger frente al pelotón fusilador compuesto por sus propios compañeros. Lo mataban por no matar. Con ironía debe haber sonreído con dolor por eso, que lo mataban por no matar.
Y ahora viene la actualización. En estos días el asesino Filbinger cumple 90 años, y las normas de etiqueta estatal señalan que a todo gobernante o ex gobernante que llega a esa edad se le debe hacer un homenaje público, con discursos y música. ¿Qué hacer?
Por supuesto siempre están los buenos ciudadanos que aprueban lo hecho por el ex juez militar. Y para arreglar de alguna manera el entuerto propusieron una reunión donde meramente se dijeran algunas palabras sobre la última actuación política del ex mandatario y rápidamente después sebrinde con una copa de champaña. Pero ya la mayoría de los otros partidos y de la misma democracia cristiana han dicho que no van a concurrir.
¿Qué harían los argentinos ante un hecho así? Votarían a Filbinger. (Me refiero a los argentinos que votan a Bussi, a Patti y a Rico, escuchan Radio Diez y leen los comentarios de Ramos y Grondona.) Un alto porcentaje de tucumanos acaba de elegir como intendente de Tucumán a un asesino cien veces más cruel que Filbinger, el general Bussi. Bussi baleaba en la nuca a prisioneros indefensos. Siempre, un día a la semana, se producían los fusilamientos de jóvenes prisioneros. Y Bussi, el primero, siempre por la nuca. Intendente electo por la nuca. Porque trae seguridad, por eso lo votamos. Una de sus primeras medidas como represor fue arrojar a todos los mendigos, los vagabundos y los disminuidos callejeros a los bosques poblados de ofidios, de insectos del veneno, para que se murieran de infecciones o de hambre. Y Tucumán se quedó “limpio”. Con gente bienvivida, consuetudinarios que imitan al general Bussi, el del tiro en la nuca y las cuentas en Suiza.
Viví en mi niñez en Tucumán. Aquel idilio del Aconquija y de la calle Lamadrid por donde pasaban los carros cargados de caña de azúcar. No puedo pensar más en aquellas imágenes azules y soleadas de la que fue mi querida ciudad. Ahora me imagino que esos carros de la zafra pasan con cabezas humanas, todas con un agujero en la nuca. Y un militar con uniforme de general en un auto de lujo que pasa lentamente y es aplaudido por la gente de bien al grito de “Bussi, intendente”.
El más cobarde y bajo de los asesinos votados por los tucumanos que durante la dictadura se callaron la boca y tenían siempre en la lengua las palabras “por algo será”. Votan al asesino, votan sus crímenes. Tucumán, Tucumán, no puedo creer que por la eternidad vas a llevar ese título de “la ciudad de la independencia que eligió al más cobarde de los asesinos”.
La ciudad de Friburgo no quiere levantar una copa por un asesino, nosotros lo votamos. Pero no sólo los tucumanos. Los bonaerenses aplauden al subcomisario Patti y lo votan. Patti, también el del balazo en la nuca y de las torturas. Patti declarado asesino y torturador, hoy candidato a gobernador con posibilidades, y también Rico, el golpista contra la democracia, homicida por ansias de poder.
Tenemos que aprender a ser verdaderos demócratas. Y no lo lograremos votando a verdugos de cuarta. La eliminación de las vergonzosas leyes de Obediencia Debida y Punto Final y los indultos de los uniformados aún puede servir para retomar un largo camino que había comenzado en aquel Tucumán de 1816 y que se quebró con el genocidio roquista y sus aprietes seudolegales y siguió con el infame golpe de Uriburu. Nuestra Constitución y nuestras leyes no deben permitir de ninguna manera los juegos de la muerte a los que se ha entregado una ciudadanía burlada y cobarde.
Nunca más pueden ser candidatos ni los verdugos ni los asesinos ni los golpistas. Aquella fórmula de hacer un golpe y después llamar a elecciones y presentarse como candidato dio resultados nefastos, una serie de golpes posteriores que nos llevaron a la total postración en el ejercicio limpio y valiente de los derechos democráticos.
¿Tendrán coraje civil nuestros legisladores y nuestros jueces para iniciar la limpieza del camino? ¿Podremos hacerlo con jueces heredados de la dictadura y legisladores que votaron o aceptaron las leyes del vale todo sin sentir vergüenza?
Ojalá que los alemanes en el posible homenaje al ex juez militar Filbinger tiren el champaña en el inodoro, y las boletas de voto a Bussi, Rico y Patti sirvan para limpiarse en el mismo lugar.

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