› Por Rodrigo Fresán
UNO La pasajera novedad de la noticia de las novatadas suele alcanzar su clímax todos los meses de septiembre, con el retorno a oficinas y aulas. Cabeza gacha y arrastrando los pies y a ver qué espera. Allí, se sabe, hay que pagar derecho de piso porque siempre hay alguien remarcando territorio y status por el solo hecho de haber llegado antes y de llevar más tiempo ahí. La novatada entonces –hazing en inglés, bizutage en francés, trote en portugués, kurg en orco– es la versión tonta y pesada y supuestamente (in)ofensiva de todo aquello que postuló Charles Darwin: no la supervivencia del más apto, sino la humillación del más nuevo para que alguien pueda sentirse no viejo sin vintage, que no es lo mismo. Y hay noches en las que Rodríguez recuerda las inolvidables novatadas a las que fue sometido alguna vez. Y a las que se resignó pensando que, bueno, esto va a suceder unas pocas veces en la vida: porque cada nuevo stage en el videogame de su existencia significaba, al menos, que avanzaba en alguna dirección, que ascendía hacia alguna parte, sumando puntos. Y, por supuesto, estaba todo ese aparato anecdótico-histórico que si no justificaba todo el asunto al mismo tiempo lo dotaba de un cierto aire de trascendencia. Porque novatadas se veían y se reían también –desde afuera– en esas novelas y películas que podían transcurrir en Oxford o en West Point o en Yale (donde en la elitista Skulls & Bones se forman y deforman los futuros amos del mundo) o en alguna ruinosa fraternity house donde el fantasma de John “Bluto” Blutarsky corre por sus pasillos y rueda por sus escaleras gritando “¡Toga! ¡Toga! ¡Toga!”
DOS Pero, de un tiempo a esta parte, las novatadas parecen extenderse a lo largo de todo el año lectivo/profesional a lo ancho del cada vez más fragmentado territorio español. Y, claro, su difusión es más viral y tóxica cortesía de enredadoras redes sociales para de-sesperación de padres y docentes y asociaciones especialmente creadas para combatir la graciosa especie a la que intentan cercar con la seriedad de nuevas leyes y castigos. Pero, por el momento (aunque en Francia ya estén incluidas como delito dentro del Código Civil) no hay caso, no se les hace mucho caso. Pocos se atreven a denunciar por miedo a convertirse en eternos novateados. Y hasta hay “autoridades” educativas que recomiendan a alumnos quejosos no hacer mucho lío, pasar rápido por el mal trance e “integrarse”. Y ya se sabe: a muchos profesores y a muchos sacerdotes les gustan mucho cierto inconfesable tipo de novatadas.
Así, pasen y click y vean: intoxicaciones alcohólicas vía embudo, conversión en ceniceros humanos, beber vinagre, duchas de agua fría, cabezas rapadas a cero, tatuajes de esos que no se borran, lavarse los dientes con la escobilla del WC, pintarse un testículo de rojo y otro de verde para “hacer de semáforo”, tener que ir a la Puerta del Sol y recaudar dinero a cambio de que les arrojen pasteles a la cara, engraparse la piel, paseíllo por pasillo humano donde son bombardeados por huevos y harina (y, en ocasiones, disolventes varios), exhibirse en ropa interior, simular (o no) felaciones, arrojarse desde alturas poco recomendables y, ya que estamos, cantar a los gritos el falangista “Cara al sol” y dar vivas a Franco.
De tanto en tanto, alguien muere y algunos salen con ganas de matar.
Pero para eso están los novatos del año que viene, ¿no?
TRES No hace mucho, Rodríguez leyó acerca de Andrew Lohse. Sobreviviente a los ritos de paso y de iniciación de la hermandad Delta Kappa Epsilon de la Darmouth University (de la que salieron tres presidentes norteamericanos y muchos jueces del Tribunal Supremo) y quien decidió contarlo todo y hoy se pasea por colleges advirtiendo a muchos de lo que les espera si no hacen (o dejan de hacer algo) al respecto. Lohse –digámoslo– decidió denunciar recién luego de ser expulsado y convertido en paria sin ningún futuro profesional porque, claro, detrás de mostradores y escritorios siempre se encontraba a algún ex fraterno. Y eso es lo que más inquieta a Rodríguez: ¿en qué acaba convirtiéndose alguien que fue convertido en semejantes ritos de paso y tropiezo? Muchos, está seguro, acaban como adictos a la cámara sorpresa y hasta dueños de ideas como la que por estos días fascina a sus jefes, los publicitarios argentino/condales Nene y Bebe Fagliacce-Stein. La idea de publicitar dando miedo, asustando, reduciendo al usuario en el más tembloroso de los novatos. Prankvertising, le dicen. Pero ¿cuál es la distancia que separa a un chiste de un ataque cardíaco o de un “triste accidente”? Sobre todo en una sociedad donde muchos llevan un revólver a la altura del corazón. Los Fagliacce-Stein, por supuesto, ya están imaginando formas de aplicar el miedo novatístico al español medio; pero, claro, no es sencillo asustar ya a un pueblo que vive aterrorizado todo el día. Miedo a que éste sea su último día de trabajo, a tener que escuchar de nuevo a Rajoy explicando cómo lo peor quedó atrás (mientras la nueva Ley del Aborto sigue adelante), al infinito análisis zapruderiano del breve tránsito de la infanta Cristina víctima de la novatada de tener que ir a declarar a tribunales, a las pelotas de goma disparadas a inmigrantes en Ceuta, al que leer en voz alta el recibo de la electricidad para intentar así comprenderlo abra los portales de la ciudad sumergida de R’lyeh para liberar al inconmensurable y todopoderoso y nada bromista pero muy pesado Cthulhu y...
CUATRO ... entre rayos y centellas y vientos de sucesivas ciclogénesis explosivas, con todo volando por los aires y las aguas, como por voluntad de alguna deidad primitiva a la que le gustan las bromas pesadas, Rodríguez se enteró días atrás de la nueva-noticia-novatada. Tuvo lugar en la playa de Meco, en Portugal, a la una de la madrugada, donde una ola tamaño XL se llevó a seis jóvenes y a sus respectivas vidas. Todos vestían capas negras y universitarias, llevaban los ojos vendados, y solo un séptimo estudiante vivió para contarlo con la boca llena de espuma de mar. ¿Qué hacían allí? Las investigaciones revelaron que (aunque el sobreviviente lo niegue; porque todo parece indicar que él era el líder y supervisor de la maniobra con el grado de “Dux” y portador de la jerárquico y codiciada cuchara de madera que certificaba su alto rango) estaban allí para “celebrar una suerte de novatada elaborada, reservada a los estudiantes veteranos miembros de una jerarquizada sociedad secreta que se encarga, a su vez, de imponer las novatadas a los recién llegados”. En cualquier caso todo indica que el Dux dejó un rastro imborrable en mensajitos de móvil y peliculitas varias que, tal vez, pronto lo llevarán a ser novato en patios y baños de cárcel.
Allí, por supuesto, lo esperan a él y a su cuchara de madera verdaderos profesionales de la novatada. Divertidos muchachos con muchas ganas de iniciarlo en las costumbres y ceremonias del lugar.
Fraternalmente.
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