› Por Jorge Aleman *
En la prensa internacional se impone una nueva construcción discursiva sobre la realidad argentina: consiste en tratarla antropológica, psicológica y filosóficamente como si estuviera afectada de un mal radical. Ese mal consistiría en una repetición maldita, un “eterno retorno de lo mismo”, una compulsión irrefrenable en los argentinos, que siempre los llevará, aun cuando las “apariencias” se empeñen en mostrar lo contrario, al mismo sitio de siempre, incluso obteniendo en cada repetición un resultado siempre más terrible. Se trata de una fórmula que se extiende por todos los medios de manera insistente, donde se presenta un intento de diagnóstico sobre el destino fatal de Argentina. Suele comenzar con la célebre expresión de Ortega: “argentinos a las cosas”, sabia invocación que indudablemente los argentinos no supieron corresponder y culmina a veces con algún escritor argentino, reconocido por dichos medios, que legitima y autoriza el diagnóstico fatal: País tiovivo, dice el argentino a modo de ilustración, o sea país carrusel, país calesita, en el cual no somos otra cosa que “muñequitos repintados”, que damos vueltas y vueltas mientras nos engañamos con el “relato” de unas transformaciones nunca logradas. Obviamente el nombre de este mal que aqueja a la nación y del cual los argentinos son responsables porque disfrutan insanamente con ello tiene un nombre: peronismo. Según estos medios, y sus escritores dilectos, hay una suerte de colapso en las conciencias de los militantes, de los movimientos sociales, de las agrupaciones de derechos humanos y de los intelectuales que, o bien por intereses personales o por confusión mental o por las dos cosas a la vez, no despiertan de la ensoñación que sin embargo toda la prensa internacional y local esclarece. Por supuesto que en esta estrategia retórica no se habla de otros países que también, por oscuras razones, insisten en perseverar en su ser. Más bien es como si en las otras naciones hubiera, de un día a otro, metamorfosis espectaculares, que en su constante cambio vuelven a sus ficciones políticas un lugar de permanentes modificaciones, fuera de toda repetición o inercia histórica. Es Argentina la diagnosticada, y es ella la que debe dar cuenta de su malsano afán por el eterno retorno, siendo cierto que son muchos los argentinos que se “satisfacen” con esta versión de sí mismos. Tal vez encontrando en ello una versión singular de sí mismos. Pero lo importante a destacar, en esta política mediática que nos asigna al modo de una esencia inmutable un destino de repetición y sufrimiento voluntario, es lo que encubre en su enunciación:
1) Este diagnóstico, una vez más, encubre la historia política y social de los antagonismos que atravesaron a la Argentina en relación con el país que se desea construir. Si, como los medios enuncian, se trata de un ser capturado en una calesita siniestra, ¿por qué existieron el ‘55, la resistencia, los ‘70 y los distintos enfrentamientos que el kirchnerismo generó en su puja por una versión distinta del país? Si se tratara, como los distintos medios insisten, de una fatalidad antropológica o social-psicológica, ¿por qué no funciona de un modo automático como ocurre con toda repetición verdadera? ¿Por qué han sido siempre necesarias la represión, el golpe, las acciones destituyentes, las desestabilizaciones incesantes? Estas preguntas obvias deshacen de inmediato la idea de un lugar homogéneo abocado compulsivamente a la repetición.
2) La teoría de un país fascinado por su propia repetición conjugada en distintos estilos según los medios internacionales (y también, insistamos, locales) incluye de un modo implícito un llamado a un amo que por fin cure a la Argentina del circuito enfermo. ¿Cómo imaginan los prestigiosos intelectuales de los diarios neoliberales que tiene que ser este nuevo amo que curará a la Argentina de lo que comenzó con Perón, Evita y continúa en el kirchnerismo? ¿Con qué métodos y procedimientos llevará a cabo este exorcismo benéfico?
3) Por último, esta construcción ideológica mediática apunta a una cuestión crucial: si en Argentina nunca pasa nada distinto y sólo es un vano espejismo lo conseguido en estos últimos diez años, entonces ya no vale la pena intentar nada ni insistir en radicalizar las transformaciones logradas. Lo que estos diagnósticos sobre nuestra supuesta esencia repetitiva intentan es el desarme crítico de los proyectos transformadores es un llamado a la dimisión formulada en estos términos: no intentes nada, no luches por nada, no insistas ni vuelvas sobre tus legados históricos; cualquier cosa que te parezca nueva o distinta, tarde o temprano, se revelará como un ensueño que no impedirá el mal argentino de la eterna reiteración.
Ahora que después de diez años surgen límites, impases, rectificaciones de un proyecto, que no inventó los antagonismos, pero que los intentó asumir y esclarecer, es crucial atender a esta nueva construcción mediática de la realidad argentina que promueve ceder ante nuestros mejores deseos.
* Psicoanalista y escritor. Consejero cultural de la embajada argentina en España.
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