Dom 20.04.2014

CONTRATAPA

Linchamientos en la literatura argentina

› Por José Pablo Feinmann

Como la literatura, en sus orígenes, la escriben los cultos, las víctimas son ellos. Ningún culto, en el siglo XIX, escribirá el sacrificio de un pobre, de un bárbaro, ya que los cultos no son de linchar. Los cultos vienen a traer al país lo contrario de esa práctica deleznable. Los cultos tienen su espacio en la ciudad y la ciudad es el esprit de finesse, el lugar de los buenos modales, de la vida civilizada. El unitario de “El Matadero” se da de boca con su tragedia porque, precisamente, ha equivocado su camino. Tenía que ir a la ciudad, ese lugar al que él pertenece, en que es respetado, en que nada puede pasarle, y equivoca sus pasos. La historia de Echeverría es la historia de un extravío, pero no de los habituales sentidos con que esta palabra se usa. Se sabe que un extraviado puede ser un loco. Para no abundar en ejemplos, digamos: un hombre que ha perdido el camino de la razón. Así le sucede al unitario. Si bien, en una primera lectura, su extravío es territorial: equivoca su camino y termina en los parajes del matadero y no en los de la ciudad, en ese mismo extravío sale de la razón y entra en la barbarie.

Echeverría narra con mucho detalle el padecimiento del joven, la humillación a la que es sometido, su orgullo que nunca cede, la alegría de la “chusma”, la sangre que se derrama en ese matadero que no sólo es de bestias sino de seres humanos también, con algún propósito. Queda claro luego de leer el cuento que la “barbarie rosina” es ajena a la conciencia moral civilizada. Una de las preguntas que deja pendiente este cuento (que es muy bueno y cumple con todos sus objetivos sin escapar de la literatura) es qué se hará con esta gente el día que triunfen los que son lo Otro de ellos. Porque, en el planteo echeverriano, no hay alternativas, ni conciliación posibles. Ese antagonismo feroz no es dialéctico. Como no es dialéctica la contradicción civilización-barbarie, no hay una superación. No existe el aufheben (superar-conservando) hegeliano que permitiría llegar a una síntesis superior conciliadora que contuviera a los dos elementos antagónicos superándolos. Todo está pensado en términos de guerra. ¿Cómo contener, encauzar todo este odio? El bárbaro es el Otro absoluto del unitario. El unitario es el Otro absoluto del bárbaro. Así seguimos aún. Los que toman-un-café-en-Tolón son el Otro absoluto del que delinque o del sospechoso de hacerlo y siempre del que tiene “cara de chorro”. Hoy se mata por la cara. Se odia la cara morocha del llamado “negro de mierda”. Este personaje, que encarna la “negritud”, es el Otro de los ciudadanos de Tolón.

La semilla que plantó Echeverría sigue viva. No lo vamos a culpar, a enviar al infierno de los culpables de nuestra historia, nada de eso. El tenía sus motivos. Seguramente el episodio que narró es cierto. Pudo ocurrir en muchos ámbitos de la Confederación de Don Juan Manuel. No perdamos tiempo: matar, mataron todos. Tampoco vamos a entrar en estadísticas. Aunque nadie ignora quién ganó la guerra civil y (también se sabe) una guerra la gana el que más gente le mata al enemigo. Y el que menos consideraciones humanitarias tiene con él. De aquí que los revisionistas que siempre han exaltado la honorabilidad de Angel Vicente Peñaloza cuando, en el Tratado de las Banderitas, devuelve sus prisioneros con vida y pide los suyos a los porteños, quienes no los tienen porque los pasaron por las armas, deberán comprender por qué los porteños ganaron la guerra. Porque no tenían consideraciones de humanidad. El honorable Chacho era un hombre bueno. Pero los hombres buenos no sirven –en general y casi siempre– para la guerra.

Cuando Chacho les dice a los hombres de Mitre, ¿no éramos nosotros los bárbaros? ¿No eran ustedes los civilizados? ¿Dónde están entonces nuestros prisioneros? ¿Es posible imaginar que los han matado? Sí, los mataron a todos. Porque los hombres de Mitre representan un capitalismo neocolonial que hará un país terriblemente injusto y subalterno. Pero Angel Vicente Peñaloza representa un orden aún campesino, aún agrario y precapitalista. El filósofo agrario Martin Heidegger elegiría a Peñaloza, en caso de poder acercársele, olerlo. Diría que es el enemigo de esa modernidad que olvidó al ser y se entregó a la conquista de lo ente. Diría que el Chacho es la tierra, que no busca arrasarla, tecnificarla. Que no es hijo de la técnica, sino que, naturalmente, sólo por su condición de campesino, está más abierto al ser. Karl Marx diría que todas esas son pavadas reaccionarias. Que el progreso es el avance del capitalismo. Y ese progreso, con todas sus atrocidades, lo representa, en la Argentina, Mitre y Buenos Aires; así como en México Estados Unidos, potencia capitalista, representa el progreso ante los hombres de Santa Ana, pues EE.UU. penetrará en esas tierras con todo su vigor histórico, acabará con el feudalismo y surgirá de esa dialéctica espléndida el proletariado y su revolución liberacionista, la sociedad sin clases.

Los textos que siguen salen siempre de plumas cultas. La refalosa, de Hilario Ascasubi, poeta unitario, feroz enemigo de Rosas, es desagradable y exagerado. La exageración de estos textos es temible porque implica una advertencia: esto que Uds. hoy nos hacen a nosotros mañana se lo haremos a Uds. tres veces peor, lo menos. Importa señalar que, si bien hay sin duda un valor de verdad en lo narrado, el odio lo ha exasperado hasta el límite. El odio de las clases dirigentes argentinas suele ser inexplicable para muchos. Aun para ellas mismas. Por ejemplo, Adolfo Bioy Casares, comentando “La fiesta del Monstruo”, del que algo renegaba, decía: “El cuento está lleno de odio. Estábamos llenos de odio bajo el peronismo”. Tiene su explicación. Lo que no se tolera es que se le discuta algo que considera propio por historia y linaje. La clase media se suma a esto y quiere sentirse tan dueña del país como los dueños de la tierra. Habrá que entender que, aquí y en cualquier parte, para un burgués tener los odios de la oligarquía es sacar patente de distinción, de clase. “Yo odio lo que ellos odian, yo pertenezco a lo que ellos pertenecen. Somos iguales.” Para los días de hoy el siguiente ejemplo es perfecto. El burgués mediocre, de vida gris, de pronto descubre al inmigrante. Lo insulta y dice a todos: “Nos vienen a robar Argentina”. De ser nada súbitamente él es Argentina. Cualquier argentino que dice que un peruano le viene a robar el país se siente, de golpe, dueño de la Argentina. La gente necesita odiar. La oligarquía –por naturaleza– desprecia y por hábito (ante cualquiera que la contradiga con cierto grado de seriedad) odia. Bioy lo dice con abierta sinceridad: él y Borges estaban llenos de odio durante el peronismo. También –en los señorones de la oligarquía– está el asco que les produce que les solivianten a las masas. Sin embargo, aguantaron una década de grasada menemista sin chistar. Porque la juntaban con pala. El bolsillo manda.

Con los escritores de la burguesía que toman –desde su originaria libertad– partido por el proletariado empiezan a aparecer algunos textos en que los castigados son los poseedores. No sabría decir si “Casa tomada” de Cortázar es uno de ellos. El autor no había tomado partido por casi nada cuando lo escribió. Más claro –o demasiado claro– resulta “Cabecita negra” de Rozenmacher, que cita “Casa tomada” como antecedente de su texto, como si el mismo viniera a resignificar al de Cortázar. Aquí el agredido es un señor de clase media en ascenso y los que castigan un policía y una prostituta, si es que eso son. Se trata de un texto de 1961, se convirtió en un best seller y fue acremente reseñado por la revista Sur, que lo consideró peronista. Peronista o no, Rozenmacher nunca lo fue, aunque murió, desdichadamente, muy joven y muy absurdamente, el cuento toma partido por los morochos (o los cabecitas negras) y trata con desdén al protagonista, al que no deja de llamar “señor Lanari”, como hacen los malos polemistas con sus rivales. Importa su texto final porque refleja el odio de ese señor de clase media que ha sido injuriado por dos “negros de mierda”, según el eterno vocabulario clasemediero. “La chusma”, dijo para tranquilizarse, “hay que aplastarlos, aplastarlos (...) La fuerza pública (...) tenemos toda la fuerza pública y el ejército”. Sintió que odiaba... Y Rozenmacher, según los tiempos, termina con unas líneas amenazantes para los poseedores y esperanzadas para los negros: “Y de pronto el señor Lanari supo que desde entonces jamás estaría seguro de nada”. Más exactamente: las clases bajas y todos los que unieron su praxis política e ideológica a ese destino, lejos de estar tranquilos, sufrieron las salvajes persecuciones de las fuerzas que el señor Lanari invocaba para vivir tranquilo.

El texto que con mayor impiedad exhibe el padecimiento del proletario ante los niños de la oligarquía es “El niño proletario” de Osvaldo Lamborghini. Es posible, a causa de esa impiedad, que sea el más actual de todos. Lamborghini es un escritor difícil de leer. Puedo compartir las afirmaciones que Germán García ha hecho sobre el autor: “Burgués asustado”, etc. Pero, como él, no me quedo tranquilo. Siempre siento que he sido injusto. Que Lamborghini es más que un escritor que quiere horrorizar a sus lectores de clase media, ya que no hay otros. De todos modos, “El niño proletario”, si bien narra el padecimiento extremo de ese personaje, es precisamente, casi imposible de leer. Sobre todo por los propios proletarios. Hice la prueba, lo juro. Y siempre terminaron puteándome. Y que les leyera otra cosa, qué joder. Ignoro si “El Matadero” provocó en su tiempo lo que texto de Lamborghini provoca hoy. Llevamos cuarenta años de su aparición y aún es ilegible para los lectores masivos. Para los que, de todos modos, no lo escribió Lamborghini. ¿Es un gran cuento? Creo que no. Es valioso, sin duda. Pero es una explosión de los conflictos internos del autor. Que los haya unido a los del proletariado es un hallazgo excepcional. Paco Jaumandreu, en el film Eva Perón, le dice a ella, que se muere de cáncer en pocos días: “Señora, en este país de machos, ser pobre, ser puto y ser Eva Perón es la misma cosa” (Eva Perón, film dirigido por Juan Carlos Desanzo protagonizado por Esther Goris y con guión mío). El texto que he citado encabeza los panfletos o textos de la agrupación Putos Peronistas, que, dicen, se llaman así, porque “gay es de garcas”.

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