Mar 29.04.2014

CONTRATAPA

La pobreza y los famélicos discursos

› Por Mempo Giardinelli

Como en las costuras rápidas, a las que enseguida se les ve el hilván, esta semana ocuparon el centro de atención improvisadas voces de políticos, economistas y tinterillos porteños hablando de pobreza y miseria con discursos famélicos.

Como de hongos después de una lluvia, el aire se llenó de denuncias y acusaciones –mediáticas, por supuesto– acerca del supuesto “ocultamiento de datos de pobreza e indigencia por parte del Gobierno”.

En base a imprecisas “mediciones alternativas” a las que suelen recurrir Clarín y La Nación, calcularon, de un día para el otro, que la pobreza alcanzaría al 36,5 por ciento de la población (o sea 15,4 millones de argentinos).

El Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas (IPyPP) que coordinan Claudio Lozano y Tomás Raffo, aseguró que 5 millones de personas pasan hambre, o sea el 12 por ciento de los argentinos. ¿Las fuentes? Datos propios, de ATE en el Indec y de una ex directora del organismo desplazada por el Gobierno.

Al dudoso panorama contribuyó, desde luego, cierto sector del kirchnerismo especializado en torpezas y desaguisados. Ahora eludieron dar a conocer los primeros datos de pobreza e indigencia que iba a publicar el Indec en su actual etapa de intento de recuperación de transparencia. Con lo cual sólo hicieron un estúpido favor a todos los que se excitan ante “las mentiras K”.

Seguramente, la pobreza real en la Argentina tampoco es como la pinta el Gobierno, que si bien ha ejecutado consistentes y constantes políticas de inclusión social, de todos modos está lejos de lograr los objetivos que serían coherentes con los extraordinarios recursos de este país. Como sea, desde diversas oficinas del Gobierno se acepta entre un 4,7 y un 8 por ciento de pobres e indigentes (entre 2 y 4 millones de personas), y ello con la obvia intención de mostrar la bondad de las políticas inclusivas kirchneristas, toda vez que los índices de pobreza en 2003 eran espantosos y alcanzaban al 50 por ciento de la población o más.

De todos modos, la pobreza e indigencia que se acaba de poner a debate mediático de manera tan forzada como escandalosa, no es, ni ahí, lo medular. Porque pobreza e indigencia existen en la Argentina en números abrumadores desde por lo menos la dictadura militar (1976-1983), y también desde la ausencia absoluta de políticas de contención social de los primeros gobiernos de la democracia (1983-2001). Por eso desde entonces, y sobre todo después del estallido de miseria generalizada que resultó del carnaval político y de corrupciones que fue el menemismo, resultó extremadamente difícil revertir la marginación social y su carga gravosa de resentimiento, retraso educativo y violencia en todos los órdenes.

Guste o no que se lo reitere, y por más furias que produzca, es un hecho que el kirchnerismo hizo en la última década mucho de lo que era necesario hacer para restañar la herida que significa ese abismo social. Las políticas típicamente peronistas pueden gustar o ser rechazadas, pero en estos años han sido el único esfuerzo verdadero y constante para disminuir las brechas sociales.

Por eso fastidia tanto el penoso papel de políticos y periodistas “indignados” que jamás se ocuparon, ni se interesaron, de la pobreza, pero ahora se disfrazan de adoloridos profetas de la justicia social.

Para los que conocemos la pobreza de cerca, entre otras cosas porque vemos ese que es el rostro más feo de la Argentina todos los días y desde hace décadas, esa actitud es por lo menos obscena. Miserable en sí misma, y esa sí que es una miseria humana que no miden el Indec ni “mediciones alternativas”.

Esa pobreza supuestamente ocultada por el Gobierno y ahora “revelada” por esos oportunistas de todo pelaje sólo pone en evidencia a quienes nunca la vieron porque jamás quisieron verla. Porque allí está ella, donde estuvo siempre, y en todo caso es igual horror que sean tres, diez o veinte millones los pobres de este país.

La pobreza y la indigencia son una vergüenza para cualquier nación, y son, además, un contrasentido histórico. Porque hoy hay alimentos y recursos en el mundo para alimentar y dignificar a todo el planeta. Pero también hay un sistema de concentración económica que impera y es profunda, brutalmente ine-quitativo y antisocial.

El Banco Mundial dice que en todo el orbe más de 1000 millones de personas siguen viviendo en la miseria, y muchos más sufren hambre y son vulnerables a crisis ambientales y abusos de mercado. Y hoy sabemos que las 85 personas más ricas del mundo suman tanto dinero como 3570 millones de personas pobres, y esa sí que es una vergüenza para la especie.

Según Wikipedia, hay 46 millones de pobres en los Estados Unidos. En España entre el 22 y el 28 por ciento de la población está en el umbral de pobreza. Y la Eurostat (oficina europea de estadísticas) reconoce que uno de cada cuatro europeos es pobre o vive en riesgo de exclusión social, lo que significa 124 millones de pobres. E incluso en Brasil, donde las presidencias de Lula y Dilma también han llevado a cabo extraordinarias políticas de inclusión social, todavía se calcula que el 30 por ciento de los brasileños tiene sus necesidades básicas insatisfechas.

¿Cómo no va a fastidiar, entonces, el repudiable uso político y mediático de uno de los rostros más dolorosos de la realidad argentina, latinoamericana y mundial?

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