Dom 11.05.2014

CONTRATAPA

La vigencia de Mugica

› Por Washington Uranga

“Nada ni nadie me impedirá servir a Jesucristo y a su Iglesia luchando junto a los pobres por su liberación.” La frase le pertenece al sacerdote católico Carlos Mugica y es la misma que los curas del Grupo en la Opción por los Pobres eligieron como lema para conmemorar este 11 de mayo, los cuarenta años de su martirio. En 1974 Mugica, reconocido militante peronista y del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM), referente inevitable de los pobres en las villas de Buenos Aires, caía asesinado a balazos en las puertas de la iglesia de San Francisco Solano, en Villa Luro, Capital Federal. La primera frase la dijo el 9 de octubre de 1971, poco después de sufrir un atentado con una bomba, y se completaba con una afirmación premonitoria: “Si el Señor me concede el privilegio que no merezco, de perder la vida en esta empresa, estoy a su disposición”.

“Ahora tenemos que estar más que nunca junto al pueblo”, le dijo Mugica a una enfermera del Hospital Salaberry de Buenos Aires cuando estaba agonizando. Tenía 43 años. El había adelantado su suerte días antes en una reunión con vecinos de la villa de Retiro (la misma que hoy lleva su nombre) donde eligió vivir. “(José) López Rega me va a matar”, dijo refiriéndose al siniestro jefe de la organización terrorista.

Carlos era miembro de una familia rica. Su padre (Adolfo Mugica) fue canciller del gobierno de Arturo Frondizi y su madre (Carmen Echagüe) parte de una familia de terratenientes bonaerenses. El abandonó sus estudios de Derecho a los 21 años para seguir su vocación sacerdotal. Fue ordenado cura en 1959 y se marchó un año a misionar en Resistencia, junto al obispo Juan José Iriarte. De regreso a Buenos Aires se desempeñó en parroquias porteñas y fundó la capilla Cristo Obrero, en la villa de Retiro. Ese fue su lugar de referencia más importante, al que se lo vincula y donde es reconocido por los habitantes como “mártir” popular, condición que la Iglesia institucional aún no asume formalmente.

El año 1968 marcó profundamente la vida del cura. Viajó a Francia para estudiar y allí trabó su amistad con el también sacerdote Rolando Concatti, uno de los fundadores del MSTM. En esa oportunidad también se trasladó a Madrid donde conoció y se entrevistó con Juan Domingo Perón a quien acompañaría en su regreso a la Argentina en 1973. En 1970, cuando fue detenido el cura Alberto Carbone, también miembro del MSTM, acusado de complicidad en el asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu, Mugica fue uno de sus principales defensores ante la opinión pública. El “cura villero” ya era una figura pública reiteradamente requerida por los medios y sus opiniones contrastaban muchas veces con la de los obispos.

Durante el gobierno de Perón, en 1973, Mugica aceptó un cargo ad honorem en el Ministerio de Bienestar Social cuyo titular era José López Rega, pero diez meses después renunció porque, según dijo, no podía cumplir su misión de servir a los pobres de las villas debido a las discrepancias políticas con el titular de la cartera.

Tras la muerte de Mugica, su figura fue rescatada por los sectores progresistas de la Iglesia, por el peronismo y las organizaciones populares, en particular de los habitantes de las villas. Su entierro fue una gran manifestación popular. La jerarquía católica guardó distancia de su figura, usando como pretexto la vinculación que el cura mantuvo con Montoneros, varios de cuyos jóvenes integrantes surgieron de la Juventud Universitaria Católica, de la que el sacerdote era asesor. Pero la contradicción entre Mugica y la jerarquía católica se basaba en dos perspectivas opuestas acerca de la Iglesia y su misión en el mundo. Gran parte de los obispos argentinos se enrolaba en vertientes muy conservadoras, aun en contra de lo que estaba sucediendo en el mundo católico con la renovación impulsada por el Concilio Vaticano II y en América latina, a partir de la Conferencia General de los Obispos realizada en Medellín (Colombia, 1968), en la cual las palabras claves fueron liberación y opción por los pobres.

Pese a sus debates con los obispos Mugica siempre permaneció en el marco de la institucionalidad eclesiástica. En una entrevista a la revista Siete días en 1972 afirmó que, “siguiendo las directivas del Episcopado, pienso que debo actuar desde el pueblo y con el pueblo: vivir el compromiso a fondo, conocer las tristezas, las inquietudes, las alegrías de mi gente a fondo, sentirlas en carne propia. Todos los días voy a una villa miseria de Retiro, que se llama Comunicaciones. Allí aprendo y allí enseño el mensaje de Cristo”.

En el momento del asesinato, y debido a las críticas políticas que Mugica había hecho a Montoneros después del regreso de Perón al país en 1973, se pretendió adjudicarles su muerte. La especie fue desmentida por Montoneros y todos los datos señalan a la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) como autora material del homicidio.

Tanto los curas en la Opción por los Pobres como, en general, los llamados curas villeros se ubican en la misma orientación pastoral de Mugica. José María Di Paola, un sacerdote dedicado actualmente al trabajo en las villas de Buenos Aires, dijo que “estamos agradecidos del gran legado que nos dejó Mugica, que vivió el sacerdocio de una manera entusiasta, más allá de la sacristía, para relacionarse con otros ámbitos como el sindical o el universitario; y que decidió venir a vivir en las villas, al lado de los más pobres”.

Al iniciarse la asamblea episcopal de esta semana en Pilar, el presidente de la Conferencia Episcopal, arzobispo José María Arancedo, mencionó a Mugica como “víctima de un asesinato” pero se cuidó de mencionarlo como “mártir”. Dijo, no obstante, que “fue un sacerdote que vivió su fe y su ministerio en comunión con la Iglesia y al servicio de los más necesitados, que aún lo recuerdan con gratitud, cariño y dolor”.

Tras su asesinato el sacerdote fue enterrado en el cementerio de Recoleta. En 1999, contando con el apoyo de Jorge Bergoglio, entonces arzobispo de Buenos Aires, sus restos fueron trasladados a la parroquia Cristo Obrero, en la Villa de Retiro, donde aún permanecen y son venerados.

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