› Por Rodrigo Fresán
UNO Lo primero que oye Rodríguez recién aterrizado –como se escribía en ciertas novelas decimonónicas– en el continente es lo que sigue: “Los europeos no existen”.
Y después, enseguida: “Si no me quieren, no tengo problema en irme”.
DOS Las dos cosas que oye Rodríguez surgen de un televisor del aeropuerto de Madrid. Rodríguez esperando su conexión a Barcelona, el jetlag bailándole sobre el fino y tan fácil de rayar parquet de sus párpados. Por los altoparlantes se recuerda a los que vagan por ahí, por pasillos casi vacíos (cada vez llegan menos turistas a la capital del reino, se tiembla) que todo eso se llama ahora “Aeropuerto Adolfo Suárez / Madrid-Barajas”. Y Rodríguez se detiene a hojear en un quiosco la portada del último número de Mongolia donde se bromea, en serio, con un “Vota Suárez para Europa”, ese inexistente muerto político que se fue porque no lo querían. Hasta que se murió. Ahora lo quieren todos. Hasta el aeropuerto.
TRES Lo de la inexistencia de los europeos lo afirma –aupado por descontentos varios/muchísimos y en sintonía con Nigel Farage en UK– un tal Geert Wilders, cacique radical del euroesceptisismo, alérgico a los inmigrantes y candidato en punta holandés para las elecciones 2014 al Parlamento Europeo. Lo de “si no me quieren” lo dice un millonario a las patadas de nombre Lionel Messi –en un aeropuerto llamado Ministro Pistarini / Ezeiza–, quien acaba de renovar/aumentar sustancioso contrato con el Barça y al que, de un tiempo a esta parte, la afición acusa de correr poco y vomitar mucho y de, tal vez, estar poseído por el demonio Pazuzu quien, se sabe, simpatiza con el Atlético de Madrid. Uno y otro viven en tierras pasadas, antiguas, ancianas, moribundas y desocupadas, donde los jóvenes en problemas (el problema de ser joven sin futuro) tienen cada vez menos que hacer, salvo irse o no ser. Así, Europa ya no como la Tierra Prometida sino como la desterradora tierra que no cumple sus promesas. Europe, “The Final Countdown”, “Nino, Nino...”.
CUATRO Y Rodríguez se acuerda: “Es verdad, empieza el Mundial de Fútbol y se acaba la Champions League y se vota en las Elecciones Europeas y ya pasó Eurovisión y...”. Para Rodríguez, semejante actualización de lo mismo de siempre le produce una especie de vértigo horizontal, una necesidad de volver a subir alto y lejos. Pero no se puede, ya está de vuelta. Y, de regreso en casa, la realidad española y no europea (que existe) se le tira encima como un perro que no lo quiere. Y lo que no tiene Rodríguez es la solución para eso de irse sin problema.
CINCO Rodríguez regresa durante los últimos días de una campaña local para lo continental donde, de nuevo, Europa es como una excusa para pelearse entre los del pueblo chico. Así, Miguel “Partido Popular” Arias Cañete cometió el error de, luego del lamentable debate con Elena “Partido Socialista Obrero” Valenciano, de decir aquello de que “el debate entre un hombre y una mujer es muy complicado, porque si haces un abuso de superioridad intelectual, o lo que sea, parece que eres un machista que está acorralando a una mujer indefensa”. Y mejor olvidarse de que el debate “de verdad” con políticos en serio –donde sí se hablaba de Europa, donde participaron las cinco cabezas de lista– sólo fue visto en España por un 0,9 por ciento de la audiencia televisiva. Un 10 por ciento sí vio al dueto patrio empeñado en reducir e internalizar una cita de, se supone, amplio alcance y cuestiones urgentes a nivel europeo, mientras Putin firmaba un acuerdo de exportación de gas natural a China. Arias Cañete es el mismo Arias Cañete que sostiene que Aznar convirtió a España en “la Alemania del sur” y hasta no hace mucho recomendaba a la ciudadanía toda economizar comiendo yogures, aunque estén caducados. Y Valenciano hace poco juró que cree en Jesús (a quien dijo haber llegado vía Jesucristo Superstar), el Che y Felipe porque “es gente que está un poco en la misma lógica”. Y, de acuerdo, Rodríguez ya no espera pronunciamientos del tipo “Sangre, sudor y lágrimas” o “Pregúntate que puedes hacer tú por tu país”; pero, sí, tiene la loca fantasía de, alguna vez, disfrutar de un poco de apenas algo más de nivel de carisma. Y, aquí, ni uno ni otra y sus respectivos líderes, cada vez más preocupados por el surgimiento de pequeñas nuevas fuerzas y el agrietarse del hasta ahora clásico bipartidismo. Lo único indudable aquí es que los políticos, aunque no los quieran, siempre tienen problema en irse. Siempre.
SEIS Arias Cañete demoró unos cuantos días en disculparse por lo suyo con ese siempre cómodo “Si he ofendido a alguien...”, sin que eso modificara la voluntad de los ciudadanos (sólo el 17 por ciento de los españoles tenía clara la fecha de los comicios) de ir a votar cada vez menos aunque, para muchos, sea bastante, teniendo en cuenta el deshacer de la clase política. Pregunta: ¿por qué? Respuesta: ¿para qué? Gobierna, de un tiempo a esta parte, la certera sensación de que nadie cumple en el sillón lo que prometió en campaña; de que el Poder está en manos de fuerzas ominosas e invisibles; de que el que las hace (o no las hace) no sólo no las paga sino que, además, le pagan vía sobre. Y Rodríguez ha hecho su trabajo: se ha leído todos los editoriales, columnas de opinión, instrucciones varias, pronósticos surtidos... Pero lo que ha seguido con mayor interés es esa cruza entre noticia de color y thriller legal de ese abogado que se resistió a ser fiscal de mesa el domingo pasado porque ya tenía compradas las entradas para la final de la Champions en Lisboa. El hombre –héroe digno de una de John Grisham, seguidor de la docena de gloriosos bastardos del patíbulo del cholista– presentó emotivo escrito con ocho alegaciones entre las que se contaban cosas como “Consideramos que también debe valorarse este acontecimiento como excepcional, toda vez que han pasado 40 años desde que el club disputó otra final análoga. En aquella época, con sólo tres años, no pude ir. En todo este tiempo he acudido a 36 bodas; algunos de los matrimonios ya han sido disueltos por divorcio. Nadie con 43 años cambia de equipo de fútbol”. Gregory Peck en Matar a un ruiseñor no lo hubiese hecho mejor. El abogado ganó su caso y fue eximido, y en Lisboa vio perder al amor de su vida. El amor es ciego y la Justicia también.
SIETE En cualquier caso, Rodríguez sigue yendo a votar. Y, nada es casual, este domingo fue el Día Mundial del Orgullo Friki. Pero no vota contra la mala práctica de alguno sino a favor de la buena teoría de la democracia y para poder seguir pidiéndoles deseos a esas estrellas cada vez más numerosas, pero también más fugaces, bordadas en el azul de la bandera comunitaria. Pero una cosa es mirar las estrellas y otra muy diferente –como en comics y dibujos animados– acabar viendo las estrellas. Después, Rodríguez vuelve a casa a esperar a que se acabe otro domingo para que empiece otro lunes: la única cosa de la que está auténticamente seguro. La otra de la que estaba más o menos convencido hasta hace poco –eso de que, además de español es europeo– ya no lo tiene tan claro. Pero tampoco espera que se lo expliquen o lo convenzan a esta altura del partido. A esta altura del partido –con la final cada vez más cerca, antes de que llegue el silbato que le ordenará irse a los vestuarios para siempre– Rodríguez sólo quiere que lo quieran.
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