Mar 24.06.2014

CONTRATAPA

Homo Coronado

› Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO “La boca es un lugar extraño. No del todo dentro y no del todo fuera, ni piel ni órgano, sino algo a mitad de camino. Algo oscuro, húmedo, permitiendo el acceso a un interior que la mayoría de las personas preferirían no vislumbrar: el sitio donde comienza el cáncer, donde se rompe el corazón, donde tal vez no se encuentre el alma”, se lee en las primeras líneas de To Rise Again at a Decent Hour, de Joshua Ferris (Illinois, 1974), quien –no para Rodríguez, pero sí para mí– es el mejor escritor más o menos joven norteamericano. El “héroe” del libro es un dentista. Y suficiente de lo anterior, que fue incluido aquí sólo para avisar que mientras Felipe VI se prueba por primera vez la corona a Rodríguez le miran las suyas: sus coronas dentro de su boca. El dentista está cortando y cosiendo ahí dentro. Una verdadera carnicería. Como en el Breda de Flandes hace tiempo, o como en el Maracaná de Río ayer mismo. “Arreglad esto”, exigió la primera plana del periódico deportivo Marca luego del 5-1 de Holanda.

Y España no lo arregló.

DOS El dentista de Rodríguez es argentino. El presente y el pasado y el futuro de Rodríguez –como el de tantos– están llenos de argentinos. Pero ahora Rodríguez está lleno de este argentino. Lo tiene dentro de su boca, como un alien en reversa, metiéndole mano, canturreando aquello de “Niño, deja de joder con la pelota”, mientras no deja de clavarle agujas. Y los efectos de la anestesia de última generación no son ya los de sus inicios (la risa boba, la alucinación rara) ni este dentista es tan sádico y carnívoro como aquel de Steve Martin o tan feroz y caliente como aquella dentista de Jennifer Aniston o tan ácido y lisérgico como el Dr. Robert de esa canción de The Beatles. Pero aun así se ha permitido el detalle argentino de colgar en su sala de espera una reproducción de El grito, de Edvard Munch. En realidad –puestos a buscar referencia pop– todos los dentistas son como Laurence Olivier en Marathon Man preguntando/repitiendo “Is it safe? Is it safe?” como en el más doloroso de los mantras mientras uno no sabe qué contestarle porque no se habla, no se pueda hablar, con la boca tan abierta, ¿no? Con la boca tan abierta sólo se puede decir “Ahhh”.

TRES Pero, sí, algo debe tener esta anestesia porque, de pronto, Rodríguez no puede dejar de establecer conexiones absurdas que se le hacen lógicas. Para empezar, fácil y automático, lo de la selección destronada a patadas el mismo día en que el rey con demasiadas tarjetas acumuladas abdica casi a los empujones por las dudas y antes de que lo expulsen del campo sin dar lugar a relevo. Aquel “Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir” luego del safari y este “Lo sentimos mucho. Nos hemos equivocado. No volverá a ocurrir” de los jugadores (al menos no mintieron: no volvió a ocurrir lo del 2010) que tanto se habían preocupado de negociar premios en caso de victoria. Sin preocuparse –Rodríguez piensa que sería justo y simétrico– por ser castigados pagando ellos en caso de derrota tan contundente, de tormenta tan perfecta. Y, aaaah (boca abierta), la gente que no tiene nada que decirse antes hablaba del tiempo. Ahora –si no tiene iPhone a mano donde perderse– habla de fútbol. Así, a unas veinticuatro horas del The End, Rodríguez presenció el pícaro diálogo televisado a micrófono abierto entre Rajoy (quien ya había apuntado que el objetivo era evitar a Brasil en cuartos de final: misión cumplida) y Juan Carlos I. “Ya está arreglado el partido de mañana”, reportó el presidente especialista en dar todo por arreglado mucho antes de tiempo. “¿Cuánto costó?”, le siguió el juego el monarca, ducho en esto de hacer cuentas. “Gratis... Gratis...”, se puso un poco nervioso Rajoy viendo/oyendo cómo se complicaba la gracieta (eso de “arreglado” seguido de lo otro de “¿cuánto costó?” en tiempos corruptos y podridos) y Rodríguez se acordó de aquel rescate/préstamo casi gratuito en vísperas de la Copa de Europa y risitas de todos. Risitas que fueron censuradas semanas atrás a la hora de la portada de El Jueves, provocando renuncias de varios dibujantes que optaron por reír últimos y mejores en el site de austeniano título, Orgullo y satisfacción, que puede reírse aquí: http://www.orgulloysatisfaccion.com/. Risas poco complacientes a compaginar con las muchas risitas obedientes de periodistas que –preguntándole al ya casi rey Felipe VI si tenía claro su discurso de proclamación– consiguieron una respuesta borbónica y digna continuadora del campechanismo paterno. “¿Alguna idea?”, contestó preguntando El Preparado. Y todos rieron. Y, ah, Rodríguez se teme inminente oleada de simpatía estilo franciscanista/papal del recién llegado con ocurrencias del tipo “Ah, como me gustaría una monarquía pobre”. Antes, en la capital del reino, las autoridades –entre ellas la alcaldesa responsable de aquel desastre olímpico del “relaxing cup of café con leche”– sugerían con firmeza engalanar calles y balcones con banderas españolas y consumir souvenirs conmemorativos (esta vez Made in Spain; porque la precipitación de los acontecimientos no dio tiempo a gestionar el Made in China). Y se prohibían las banderas republicanas el día de la coronación. Y (otro pinchazo asociativo en la encía de Rodríguez), Banderas Antonio pagaba pisito de soltero en Málaga y Griffith Melanie aparecía en público con su tatuaje de Antonio cubierto por maquillaje. Y se informaba que de aquí en más los agentes del orden no podrán exhibir tatuajes “al menos en zonas visibles” ni mascar chicle en público mientras ofrezcan protección a la ciudadanía toda. Protección que, por supuesto, empieza por el rey saliente, cuyo último decreto fue el de firmar la inexistente (por, para él, innecesaria hasta hace semanas) Ley de Abdicación y acelerar enmienda que le concederá un “aforamiento total y urgente” y “único” en lo civil y penal que no lo vuelva “violable” y lo ponga en la mira de todo aquel que quiera atacarlo jurídicamente. Y, hey, tal vez sería conveniente incluir a la selección en el pack. Y el nunca aforado y siempre violado Rodríguez –inquieto por el apuro de blindar al rey– se pregunta entonces si él y millones de personas han vivido desprotegidos toda su vida. Pero todo parece indicar que (a diferencia del marqués Vicente del Bosque) Juan Carlos I no se va. Seguirá siendo capitán general en la reserva. Y más vale que Undargarín y señora se preparen para dar ejemplo ejemplarizante. Algo bastante parecido a una goleada en contra. Y Rodríguez puede imaginárselos a todos los miembros de la real familia posando –con aire épico, mientras piensan “¿Será seguro?”– como posan en las pantallas antes de jugar y jugársela las formaciones de los equipos mundialistas de este Mundial: de medio perfil y después de frente y cruzando los brazos y mirando a cámara a público y a súbditos. Mirando a toda esa gente que ya no les ruega sino que les exige un “Arreglad esto”. Gente que –como Rodríguez, con la boca abierta y a punto de desbocarse, sus coronas como hechas de espinos– empieza a salir de la anestesia. Gente a la que le duelen los dientes de tanto apretarlos durante tanto tiempo.

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