› Por Mario Wainfeld
El cronista está contento, gritó tres goles, disfrutó del partido, el mejor que jugó la Selección. Pero la misión del periodismo independiente no es plegarse al humor colectivo, menos aún si es bueno. La tarea esencial es denunciar e indignarse, así que ahí vamos. A partir del mediodía de ayer, la pereza sumió en letargo a la economía real. La productividad bajó a niveles alarmantes, el PBI se encogió durante más de tres horas. Pésima noticia para un país habituado a los desbordes sindicales, a los Planes “Descansar”, a demasiado relajo en horario laboral. Casi nadie laburó, fuentes inobjetables de la emérita city cuentan que hasta los “arbolitos” hicieron una pausa. Una pena porque saben consagrarse a su labor sin cejar ni los sábados ni los domingos ni los feriados. El sector financiero es el alma y el corazón del país profundo, qué mal estamos si hasta ellos cejan...
La caja boba congregó multitudes y (horror de horrores) millones de personas compartieron en tiempo real emociones, miedos, festejos, puteadas y alegrías. El desborde se agravó por el pésimo hábito alimentario doméstico: las picadas, los sánguches, la pizza y las picadas predominaron sobre los brotes de bambú, el cilantro sabiamente administrado, el plancton light.
Nuestra patria tiene el infausto record mundial de feriados. Hay quien lo discute pero está requete recontra chequeado por el Observatorio Social de la Universidad Católica, cuya ecuanimidad es innegable. Ayer, malhadadamente, se agregó uno espontáneo, aunque no de jornada completa.
La pésima nueva se agrava por otro dato que nos confirman financistas consagrados: ¡el martes que viene se repetirá!
Obstinación típica de una sociedad que reincide en sus errores y cuyas autoridades quieren despenalizar la reincidencia.
No nos vengan con que algo similar ocurre en otras comarcas. Nos consta que en la India y la China se trabajó a destajo. Y que la semana que viene, países ejemplares del Primer Mundo (Inglaterra, España e Italia por ejemplo) no tendrán un número rojo nuevo en su calendario.
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Ninguna denuncia es cabal si no se incluye al Gobierno, en este caso es sencillo inculparlo. Por un lado cuestiona las prácticas monopólicas pero no hace nada contra la concentración que viene ejerciendo Lionel Messi. Al Multimedios Clarín se le reprocha dominar el mercado en tanto “el diez” acapara los goles sin que Fútbol para Todos ni Defensa de la Competencia ni la Afsca muevan un dedo. Seis pepas metió el equipo, cuatro clavó el ídolo. Uno fue de un bosnio ignoto, en contra. El otro restante lo metió el ya querible Marcos Rojo (que es zurdo) con la rodilla derecha, sin querer queriendo.
Va siendo hora de consultar a la FIFA si valen los goles de otros jugadores. Ayer Angel Di María intentó responder al enigma. Resucitó o por lo menos regresó de una licencia parcial. Volvió a ser el jugador que recorre toda la cancha “n” veces, el argentino que corría más que los bolivianos en La Paz. Buscó el arco con denuedo, motivó el rebote para el primer gol, provocó corners. El fútbol es contagio: el Fideo se contagió sanamente del despliegue tan conmovedor cuan eficaz de Javier Mascherano y del hambre de gol de Messi. Los goles ya estarán por venir...
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El “modelo” futbolero nacional funcionó por primera vez, más o menos conforme a lo esperado. Argentina tuvo iniciativa, generó muchas posibilidades de gol, los muchachos recuperaron movilidad. Tal vez un gol decisivo sobre la hora se grite más que tres separados pero el placer de ayer fue incomparablemente superior al de los encuentros anteriores.
Claro que la producción nacional tiene sus fallas. Hablamos, en este caso, de lo que los especialistas llaman “frazada corta”. El equipo ataca bien pero da ventajas atrás. La expresión idiomática denuncia problemas que trascienden lo meramente deportivo: delata los vicios de la industria textil nativa, hija de un proteccionismo que conspira contra la calidad.
Uno piensa que el problema no finca (solo) en la última línea, conformada por dos marcadores laterales más que pasables y dos zagueros grandotes que sacan bastante, sobre todo de cabeza. El tránsito del mediocampo es demasiado fluido para los rivales. Paradoja cruel: hay algo parecido a una Zona de Libre Comercio cuando juega el representativo de un país en el que las regulaciones mercantilistas ahogan la iniciativa privada.
Por ahí, insinúa el cronista, la perfección no sea posible. A diferencia de lo que creen los ingenuos o los discípulos de Adam Smith los equilibrios perfectos no existen en el mundo real. Nada “cierra” del todo ni en la naturaleza ni en las relaciones sociales. Los sistemas perfectos solo se plasman en el pizarrón o en los laboratorios. En la sociedad o en el fútbol rigen la dialéctica, el conflicto de intereses, la entropía, las acciones en sentido opuesto. La imperfección, pues, las tensiones.
Da la impresión de que el equipo deseado por Messi cuenta con aprobación de la hinchada y que el DT Alejandro Sabella ha resuelto bancarlo. Vivir con lo nuestro tiene sus encantos y también sus riesgos. Se pueden acotar con la tenencia de la pelota y agrandándose con el pavor que sentirán los adversarios. Pero, cuando éstos ataquen, habrá que encomendarse a la providencia. O al cambio golpe por golpe, dado que pegamos fuerte.
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Hasta acá, éste ha sido un Mundial amigable para equipos no favoritos. Tal vez la prédica del papa Francisco se haya extendido en ese campo y sea la hora de los pobres o los no tan ricos: Chile, Colombia, Costa Rica son las más agraciados diría este cronista. Los trasandinos, supone con cierta audacia, tienen las mayores virtualidades, aunque también el reto supremo de enfrentar a Brasil. ¿Podrá algún “equipo chico” llegar a las instancias finales, al partido de cierre en el Maracaná?
El cronista es reacio a las profecías, a su edad. Pero es bueno escuchar voces sabias. En una cultura propensa a las polémicas históricas no es extraño que haya una teoría sobre el predominio en las instancias definitorias. Para alivio de los recelosos, no fue creada por el Dorrego ni por otra usina de ideas revisionista. La sostiene desde hace añares César Luis Menotti, ex técnico del seleccionado. La empiria ratifica su tesis. Según el hombre, los mundiales los terminan ganando “equipos con historia”, esto es con tradición futbolística, habituados a los primeros niveles de competencia. Los campeones previos integran por derecho propio ese elenco, que eventualmente fue remozado con las presencias de Francia y España. Los otros pagarían tributo a la sobreexigencia de partidos culminantes, a una hereditaria falta de piné.
Una teoría alternativa viene alumbrando en escuelas de pensamiento económico. Propone que la globalización ha reconfigurado los poderes en muchos terrenos. Así como los Brics compiten en paridad con los viejos dueños del planeta, tal vez los emergentes del fútbol encuentren su semifinal, su presencia en la final o la mismísima copa.
Ojalá que no ocurra esta vez, que el bicampeón albiceleste llegue al terceto. La calidad añeja siempre vale, cree y quiere creer el cronista. La selección juega de local en cualquier cancha que le toque y en la ciudad que la rodea. Contamos con un ídolo que es feliz cuando juega a la pelota y está enchufado con el arco.
Lo demás, es agradable incertidumbre. Así que a seguir pasándola bien, que la fiesta dure un ratito más.
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No es de nuestro agrado judicializar la política ni el fútbol. Pero hay dos temas que es imposible evitar en esta crónica, así sea como posdata. Seamos breves. ¡Juicio y castigo a Julio Grondona, ingrato, agresivo, ignorante y hasta discriminador! ¡Tribunales abolicionistas, indulto o amnistía para el entrañable Luis Suárez, versión uruguaya de Mordisquito!
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