CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR
› Por Juan Sasturain
Vamos a hablar de fútbol, casi por imperativo del momento. Pero no sólo. Siempre en el devenir de la pelota aparecen cuestiones que trascienden largamente al juego. Por eso cabe –me parece– detenerse en ciertas cosas que ayer hemos visto centenares de millones de personas en el mundo y que han motivado experiencias, sentimientos, reflexiones, actitudes múltiples. Como no podría ser de otra manera.
La victoria agónica de Holanda sobre México ayer, por octavos, en otro de los hermosos partidos que nos ha deparado este Mundial –más allá de los sentimientos que puede provocarnos la eliminación del más débil y cercano– será un buen pretexto u ocasión para intentar algunas reflexiones sobre ciertos aspectos siempre interesantes de este juego que tanto nos involucra emocional e ideológicamente (si cabe).
La idea básica es ésta: dígase lo que se dijere, Holanda no ganó –sin entrar a discutir si hubo o no penal a Robben– como resultado de cierto tipo de estrategia/táctica inteligente, calculada, preconcebida y bien ejecutada por jugadores intérpretes de un pensamiento anterior al juego que controló las variantes posibles, sino precisamente por todo lo contrario. Fue precisamente cuando el equipo se liberó de la atadura tacticista de Van Gaal cuando pudo desarrollar un juego en el que las aptitudes individuales de los muy buenos jugadores que tienen los naranjas –que son las causas determinantes– hicieron la diferencia. Holanda no le debe nada al estudioso Colorado (le debe haber perdido un tiempo, cincuenta minutos en realidad) sino todo a la jerarquía, aptitud y viveza de ese delantero extraordinario que es el pelado Robben y a la pegada precisa del semidesaparecido Snejder, que le dio de lleno como Messi en el primero nuestro ante los nigerianos. El resto es verso.
Quiero decir: una vez más, ayer, como en el inicio ante España y contra Chile, Holanda opta por renunciar a jugar asociadamente y apuesta por entregar espacio y pelota al rival para “salir de contra” con su avión de transporte en velocidad (Robben) y su fantástico definidor a un toque y pescador de pelotazos (Van Persie). La maravillosa palomita del delantero del Manchester United ante Casillas adelantado –en un partido inaugural que España ganaba 1-0 y controlaba hasta casi convertir el segundo– no deja de ser un ejemplo de pelotazo tan preciso como afortunado. Ayer, lo “los obedientes del Colorado” lo intentaron (lo pudieron hacer) en el primer tiempo, sólo dos veces –no más–: una corrida de Robben y un pelotazo a Van Persie que se le fue larga. Eso fue todo. No me van a decir que eso es un “planteo táctico inteligente”.
Quiero decir dos: en tres partidos que terminó ganando (España, Chile, ayer, México) el planteo estratégico de Holanda, diseñado para el arranque del partido por su entrenador, fue más un corsé posicional y de actitud que inhibía las posibilidades latentes de jugar que un manual de uso colectivo apto para la creatividad personal, el juego propiamente dicho. Holanda ha ganado pese a Van Gaal, no gracias a él.
No son cuestiones menores. Priorizar de tal modo el armado teórico y conceptual en detrimento de potenciar las cualidades de los jugadores (no concebidos como meros “intérpretes” de “lo que quiere el técnico”) es una cuestión básica que trasciende largamente a la puntual Holanda.
La de ayer –nos guste o no el resultado y el trámite– no fue una victoria del “equipo de Van Gaal” sino la victoria de sus corajudos, acertados jugadores.
Que por ahí van las cosas. Basta de verso.
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