› Por Rodrigo Fresán
UNO A la mitad del camino de su vida, inequívocamente dantesco, Rodríguez se encontró en una selva oscura, porque había perdido la buena senda. Y ¡qué penoso es decir que era aquella una selva tupida y áspera y salvaje, cuyo recuerdo renovaba su pavor! Pavor tan amargo que distaba poco de la muerte; más por tratar del bien que encontró en ella, Rodríguez contará otras cosas de las que en ella vio.
DOS ¿El bien que encontró en ella? ¿Bienvenidos a la jungla? ¿Tupida y áspera y salvaje? ¿Las vacaciones como selva feroz sin importar que transcurran en mar o montaña o ciudad? ¿Agostarse en agosto? En las vacaciones, los otros son más infernales que nunca. Pavor, sí. Palabra y estado de ánimo que es como la contracción refleja y aterrorizada del “por favor”. Ruego de aquel que, en la mitad del camino de su vida, clama por un poco de piedad en ese infierno en cuya puerta debe abandonarse toda esperanza como si se tratase de ese equipaje incómodo y penoso y amargo y que pesa casi tanto como la muerte, como un cuerpo que arriba casi muerto a esa línea de llegada, a este fin de curso, que no es otra cosa que el inicio de otra partida.
TRES Lo que obliga a aligerar el vehículo, arrojar carga por la borda, borrar data. Y lo primero que busca Rodríguez, en plan sulfurino y entre llamas, es un recorte de periódico con un titular que todavía le sigue despertando en su rostro la más torcida de las sonrisas. Hallada una versión infernal de la Tierra fuera del Sistema Solar, se lee allí. Y a continuación se informa acerca de un tal Kepler 78b, a 700 años luz de nosotros, temperatura en la superficie de 2000 grados y un año que dura nada más y nada menos que 8,5 horas. ¿Cuánto durarán entonces las vacaciones?, se pregunta Rodríguez. ¿Menos de veinte minutos? Y lo más inquietante de todo para Rodríguez: ¿no es la misma Tierra ya una versión infernal de la Tierra que alguna vez fue? Basta con comprobarlo en todas esas miniseries victorianas y eduardianas de la BBC. De acuerdo, si no habías tenido la suerte de caer en la clase correcta, los hijitos trabajaban mucho y, con suerte, acababan en una novela de Dickens. Y no existía la penicilina. Pero el planeta lucía verde y rozagante y sus signos vitales eran constantes y con el número de habitantes preciso y no se le pronosticaba brutales cambios ambientales para dentro de medio siglo. Ahora, los hijitos y los padres y los abuelos trabajan mucho más o no consiguen trabajo. Y, se informa, en un cuarto de siglo el 50 por ciento de los trabajos habrá sido automatizado, robotizado. Y aún no hay cura para tantas cosas. Y no pasa semana sin que el noticiero cierre informando del hallazgo de otra “Exo Tierra” más o menos habitable, a demasiados años luz, y lista para ser infernalizada por la raza humana. Pero falta tanto para eso, y Rodríguez no llegará a verlo o a viajarlo. Así que aquí está y aquí se queda. Y lo único que le queda –como gran gesto renovador y terminal– es darle al reset de su Safari y borrar tantas cosas en la memoria de su ordenador pensando que así, de un tiro y tecla como gatillo, las borra también en su cerebro desordenado.
CUATRO Cosas a olvidar, a purgar, de camino al Purgatorio de las vacaciones: todo lo que tenga que ver con política y con políticos y a Rajoy hablando de “recuperación intensa” y al nuevo líder del PSOE declarando que “Estamos de nuevo en pie para cambiar las cosas una vez más” y a la certeza de Podemos de que estar en la oposición es como gobernar pero más cómodo porque en la oposición todos son ángeles y a Jordi Pujol como corrupto ángel caidísimo; a las acampadas histéricas a la puerta de los conciertos de Miley Cyrus y Justin Bieber y One Direction y los Rolling Stones; a la salida de un videogame basado en La Divina Comedia; a la monja tuitera y argentina que aparece opinando en los programas de televisión; a la pésima ortografía en los mensajes de texto presentada como gesto vanguardista o evolutivo; al cavernícola ese que mientras corría delante de los toros en los sanfermines se tomaba un selfie y a los que llegan al verano español para arrojarse a las piscinas desde los balcones de sus hoteles y protagonizar escenas de sexo duro en las pistas de baile de discotecas mediterráneas y permisivas; a las postales sobre las vacaciones de los nuevos reyes; a los informes sobres los riesgos del sexting entre adolescentes o niños de siete años que ya piensan solo en eso y en emborracharse; a toda gratuita novedad de tipo informático y a la sospecha renovada de que si lo barato sale caro, entonces lo gratis va a ser imposible de pagar cuando nos llegue la factura de todos estos años de surfear en el aire; a los relojes del Congreso de Bolivia que marcan la hora al revés porque así lo decide el presidente; a las discusiones a la hora de, si de una buena vez, la hora española debe ser la que le toca (una menos) y no la de Alemania, regalo que le hizo Franco a Hitler en aquellos tiempos de levantar el brazo cara al sol; a los videos con gatos y bebés que se suben a YouTube; al científico que desarrolló un chip para poder manejar a las cucarachas por control remoto y las asociaciones de protección de insectos que lo denuncian por inhumano; a las mesas redondas con escritores donde siempre se acaba discutiendo apasionadamente sobre series de televisión; a las gaseosas energéticas y sus efectos nocivos y el estudio que concluye que las galletitas Oreo son tan adictivas como la cocaína; al algoritmo que revela que Jesús –de cuya existencia no existe ninguna prueba certera– es “el personaje histórico más importante de toda la Historia”; a los jugadores de fútbol que lloran y a los despachos sobre la “reconstrucción” de La Roja; a la advertencia de que los casos de demencia se triplicarán en los próximos cuarenta años porque viviremos más pero pensaremos (racionalmente) cada vez menos con nuestros cerebros cansados de pensar en todo lo que ya no se quiere pensar más.
CINCO Cerrando las valijas, Rodríguez se guarda dos recortes mentales para el regreso de las vacaciones y la rentrée y, seguro, un nuevo aumento de la electricidad. En el primero se contempla la reconstrucción ilustrada del Metaspriggina walcotti: organismo acuático y prehistórico –que luce como una cruza entre el Axolotl de Julio Cortázar y el Jar Jar Binks de George Lucas– que se ha revelado como el antepasado más remoto de todos los vertebrados, ser humano incluido. Es un bicho feo, pero parece más feo hacia lo que, sin eje, evolucionamos. En el segundo (ver foto), vista de lo que se supone es la puerta del Infierno cuestionado por los últimos sumos pontífices y recientemente descubierta en Turquía: una especie de herida abierta de lava y azufre. Y, sí, Rodríguez no llegará a colonizar nuevos mundos; pero le tienta la idea de asomarse ahí, mirar para abajo, juguetear con la idea de arrojarse en plan balconing y en la más libre y pujolesca de las caídas para, enseguida, víctima del zapping mental, decirse a sí mismo que se muere de ganas de meterse una Oreo, otra Oreo, una Oreo más, como si fuesen hostias que no quitan los pecados del mundo pero que te recuerdan que, en el infierno, no son pecados.
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